Capítulo VIII

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El velo de la noche ya había caído sobre la finca de los Montesco cuando Mercucio al fin encontró lo que había buscado.

La fiesta seguía tan avivada como el fuego de un hogar en invierno e igual de cándida. Muchos caballeros se habían separado de sus capas y sombreros y otros hasta de sus jubones. Había damas jóvenes danzando descalzas con la ligereza de las ninfas y otras habían recogido sus largos cabellos en moños desordenados, con algunos mechos pegándose a sus mejillas ruborizadas.

Mercucio había terminado de bailar con las hermosas hijas de un campesino y se dirigía por algo de beber, cuando se topó con Gianluca Velletri. Estaba cerca de las mesas de comida que, como por arte de magia, nunca se terminaban de vaciar. El vino y el baile habían puesto a Mercucio de un humor coqueto y no pudo evitar aplicarlo en el tímido mozo. Sin embargo, para su sorpresa, aquel muchachito era tan avivado y consciente de sus propios encantos que dejó encantado a Mercucio.

Antes de que cualquiera de los dos fuera del todo consciente, se habían alejado de la fiesta.

Mercucio, quien conocía aquel lugar como la palma de su mano, llevó a Gianluca a un espacio oscuro entre las galerías traseras, alejado de todos los invitados y las miradas indiscretas. A Mercucio le encantaba tener público, pero no para lo que quería hacer a continuación.

Gianluca tomó a Mercucio de las muñecas y lo atrajo hacia sí. Pronto sus bocas estaban juntas y sus lenguas probándose. Y sus mansos explorándose sin recato alguno. Mercucio presionó a Gianluca contra la pared, sujetándolo de las caderas mientras presionaba su pierna contra las suyas, produciéndole placer a ambos con cada roce. Gianluca lo había tomado por la nuca, enterrando sus dedos en el largo cabello de Mercucio, acercándolo más, exigiéndole más.

El joven Velletri era ansioso y algo torpe, pero adorablemente demandante. Besaba a Mercucio como quien estaba frente a un banquete para sí solo, queriéndolo probar todo. Mercucio tampoco sabía moderarse. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había probado la dulzura de otro cuerpo que se moría de hambre. Con maneras bruscas, se desprendieron de sus jubones. Mercucio ni siquiera se lamentó de su nueva prenda tirada en la tierra mientras besaba el suave cuello de Gianluca y se deleitaba con los sonidos que este producía. Cuando sus bocas se rencontraron, Mercucio desató los cordones del doublet de Gianluca y del suyo.

Con una última mordida a los labios del muchacho, Mercucio le dio la vuelta, apostándolo contra la pared. Gianluca movió las caderas lascivamente mientras Mercucio le daba placer y lo preparaba con sus manos, sin dejar de besar el cuello del muchacho.

Ya sin poder aguantarlo más, Mercucio entró.

Con un placentero gemido, Gianluca lo recibió y Mercucio fue nuevamente consciente de que, a pesar de su rostro angelical, aquella criatura era más lujuriosa y experimentada de lo que parecía. No pudo hacer otra cosa que agradecer al dios que creó aquel modo de placer, demasiado embriagado en ese como para recordar cuál dios fue. Tomó el miembro de Gianluca, acariciándolo mientras lo embestía con un ritmo cada vez más acelerado. Mercucio se dejó ahogar en el pacer, moviéndose por puro instinto, con sus gemidos y los de Gianluca como orquesta de aquel salvaje baile.

Y pronto su mano había quedado empapada del néctar de Gianluca. Esto prendió a Mercucio aún más y con unos últimos movimientos él también llegó al éxtasis de los dioses.

Una vez que ambos estuvieron satisfechos y, sin prisa, volvieron a vestirse. Casi con ternura, Mercucio ayudó a Gianluca con los botones de su jubón; pero él tuvo que quedarse con el suyo desprendido. Para su mala suerte, se le habían roto un par de botones a su prenda nueva.

―Su Alteza... ―comenzó a decir Gianluca, pero Mercucio lo interrumpió con su boca.

Esta vez, su beso fue menos violento. Era un beso que daba las gracias, no uno que lo exigía todo. Estuvieron un momento más así. Tan inmerso en sus sensaciones que ninguno de los dos oyó los pasos que se acercaron hasta que fue demasiado tarde. Gianluca fue el primero en percatarse de su presencia y rompió el beso. Justo antes de que alguien sujetara a Mercucio de un hombro y lo alejara de él.

Mercucio amó a TeobaldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora