Capítulo II

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Iba por el bosque dando zancadas, tropezando con troncos y rocas, la antorcha del soldado Haler no alumbraba bien sus pasos, el fuerte viento sacudía a los árboles y plantas del bosque, las manos le sudaban a causa de la impaciencia, esperaba encontrar a su compañero pronto y no ver ningún punto de luz, ninguna antorcha encendida a lo lejos, lo hacía a dudar de si había tomado el camino correcto. Haler no era un hombre miedoso, pero también conocía los peligros de la noche estando sin compañía y no podía descuidarse en ningún momento, volteaba de un lado a otro; captando cada sonido que llegaba a sus oídos y tratando de descifrar cada aroma con el olfato, ya estaba casi seguro de que se había equivocado, pero no quería regresar, tal vez sería mejor descansar hasta que amanezca, seguir andando por el bosque podría ser muy riesgoso.

Mackenzie por fin dejó de llorar y trató de calmarse queriendo acumular todas sus fuerzas en un grito; que dejó escapar a modo de auxilio con la esperanza de ser escuchada donde quiera que esté, semejante ruido puso en pie de un susto al señor Collegius quien no tardó en devolverle otro grito; exigiéndole que cerrara la boca. El soldado cansado, a pocos metros de distancia logró oír esos gritos y levantándose del suelo tomó su antorcha, dando pequeños pasos de forma sigilosa, mirando a su alrededor queriendo descifrar de donde provenían esos alaridos. Se alejó del lugar donde se encontraba, dejando a su caballo atado sobre un roble; volvería por el después, esperó oír algo nuevamente que lo ayudase a hallar a alguien, afortunadamente así fue; la joven dio otro grito, en donde claramente pudo notar que se trataba de una voz femenina pidiendo ayuda.

Corrió como viajero siguiendo una estrella, siguiendo la voz estridente de una pobre mujer.

—¿Hay alguien aquí? —gritó Haler sin dejar de observar vigilante su camino, no podía ver mucho en completa oscuridad. Se encontraba demasiado cerca de la pequeña choza de troncos en donde habían llevado a Mackenzie, dio varios pasos agigantados y finalmente pudo hallarla, oculta entre los árboles y sumergida en la penumbra de la noche. Se acercó sin pensarlo y logró ver una pequeña ventanita de donde supuso que salían esos gritos, Haler no oía nada en esos momentos, pero si veía algo de luz, probablemente había velas en el lugar.

—Intentas hacer algo y acabo contigo aquí mismo— le susurró al oído, Harold Collegius liberó a Mackenzie de esa horrible caja para evitar que gritara de nuevo, tenía sus fuertes manos tapándole la boca y ella seguía con las manos atadas. Ambos estaban de pie en una esquina lejos de la ventana, la joven esperaba que quien sea que estuviese a fuera, derribara esa puerta y la rescatara.

—Unos minutos más de silencio y se marchará, luego volverás a gritar todo lo quieras chiquilla— volvió a susurrarle provocando que ella estalle en rabia, Mackenzie movió los brazos propinándole un codazo logrando así salir de su agarre para gritar nuevamente. Haler no se había equivocado, había alguien ahí. Estar cerca le permitió reconocer aquella voz familiar, se le formó un nudo en la garganta, era Mackenzie, ¿Cómo pudo llegar aquí?

—¡Mackenzie! —exclamó a gran voz dejando caer su antorcha para derribar la puerta, comenzó a actuar con prisa y desesperación mientras Harold retenía a la joven con la espada rozándole el cuello.

Logró derribar la puerta y efectivamente se trataba de ella, su sorpresa fue aún mayor al ver quien era su secuestrador, nada más y nada menos que el duque real, Harold Collegius. No podía entender la escena, aun así, debía actuar rápido para rescatar a Mackenzie.

—¡Suéltala! —ordenó levantando su espada.

Harold soltó una carcajada malévola y respondió que no lo haría.

—Suéltala y olvidemos esto, lo juro, no diré nada — suplicó Haler, sería capaz de todo con tal de conseguir que la dejara libre.

—Oh, interesante propuesta, interesante juramento, ¿debo creer en la palabra de un soldado?— preguntó acariciando el cabello de Mackenzie, acción que hizo arder en llamas a Haler.

—Mi palabra vale tanto como vale el filo de esta espada, así que suéltela o alguien morirá señor duque—su voz sonaba firme y autoritaria, con la espada aun apuntándole y Mackenzie sollozando, Haler comenzó a ver como el fuego de la antorcha que había arrojado al suelo; se esparcía a su alrededor.

Collegius soltó a Mackenzie y el soldado suspiró aliviado, caminó hasta llegar a estar justo en frente del duque y le dio fuertes golpes que lo tumbaron al suelo para luego tomar la mano de la castaña y salir huyendo del lugar, las llamas se iban apoderando del lugar muy rápido.

—Gracias Haler, te lo agradezco tanto—dijo entre lágrimas lanzándose a sus brazos, por fin estaba a salvo—¿Cómo me encontraste?

—Oí tus gritos, no sabía que eras tú, quiero que me expliques como ese maldito te ha traído hasta aquí, pero después, ahora debemos irnos—respondió apresurado y ambos se alejaron corriendo de la choza crepitante.

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