Prólogo

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Amber caminaba por la calle agarrando con su mano derecha la  mano de su madre, Cheryl y con la mano izquierda agarraba fuertemente su pequeña lonchera color roja. Ella nunca salía de casa sin esa lonchera y esa tarde no iba a ser la excepción, incluso aunque no supiera a donde se dirigía.

Cheryl caminaba velozmente. Algo a lo que Amber ya estaba acostumbrada, pero no lo aprobaba. A veces, se molestaba con su madre por caminar velozmente. Ella no podía entender como su madre olvidaba que con cada paso que daba, ella tenía que dar tres para mantener su ritmo.

Pero, si lo pensaba bien...Su madre no era el único adulto que caminaba a toda prisa. De hecho, no conocía ningún adulto que hiciera las cosas con calma.

Y eso le molestaba: ¿Cómo era posible que ningún adulto se dignara a observar las formas de las nubes que estaban en el cielo? ¿Cómo era posible que ningún adulto tarareara una canción al caminar? ¿Cómo era posible que tomaran un café en el desayuno en lugar de un riquísimo chocolate caliente o un plato de cereal con leche?

Esas preguntas y muchas otras llenaban la cabeza de Amber mientras seguía caminando. Ni siquiera se molestaba en fingir que no observaba a cada adulto que pasaba junto a ellas, buscando en vano a algún adulto que sonriera. ¿Por qué los adultos siempre tenían que tener una cara seria?

El mundo de los adultos era un misterio absoluto para Amber. Es más, la pequeña tenía una teoría sobre los adultos, una teoría que estaba segura que era cierta, pero que nunca había compartido con nadie.

Y esa teoría la asustaba. Mucho más de lo que nunca admitiría.

Cuando Amber y su madre estaban llegando a una esquina, Amber vio a una persona tocando un instrumento, más precisamente un violín y frente a él, estaba el estuche del instrumento abierto. Amber se detuvo de inmediato. Y luego lo hizo Cheryl.

—Mamá—dijo Amber simplemente.

 Cheryl miró el reloj que llevaba en la mano izquierda: ya era tarde. No podía perder más tiempo, pero sabía perfectamente que su hija no daría un paso más si no hacia lo correcto. Entonces, sacó su billetera del bolso y entregó a su hija un par de billetes. Amber sonrió y rápidamente corrió hacia el estuche para depositar el dinero. Ella estaba feliz al ayudar, pero vio con horror que muy pocas personas habían hecho lo mismo, ya que solo había una escasa cantidad de billetes dentro del estuche. ¿Cómo era eso posible?

—¿Amber?—preguntó Cheryl. Al ver que la pequeña no regresaba con ella, se acercó a su hija y miró el estuche casi vacío. Entonces, tomó unos cuantos billetes más de su billetera y los depositó en el estuche— ¿Vamos?—preguntó con una sonrisa amable a su hija mientras extendía su mano hacia ella. Amber asintió con una enorme sonrisa, agarró la mano de su madre y siguieron caminando.

Amber sonrió al comprobar otra vez que su madre no era igual que los otros adultos. La mayoría de los adultos era indiferente a las necesidades de los otros. Su madre no lo era.

Eso significaba que no todo estaba perdido. Aun había esperanza. La pequeña Amber se aferraba a eso con todas sus fuerzas.

Cheryl y Amber continuaron caminando a toda velocidad y en silencio. La pobre Amber ya había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaban caminando. Pero no preguntó cuánto faltaba para llegar. No quería poner a su madre más nerviosa de lo que ya estaba.

La mudanza había sido hace unos pocos días, y todavía seguían desempacando cosas. Su madre ya tenía varias cosas en las que pensar, y si no fuera poco, también estaba el asunto de que estaba llegando tarde a su primer día de trabajo. Y para colmo de males, la niñera que Cheryl había contratado para cuidar a su hija, había llamado para disculparse por su ausencia ya que se encontraba con un fuerte dolor de cabeza.

Detrás de la RupturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora