Capítulo V

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Jack Crawford, cincuenta y tres años, está leyendo en un sillón orejudo junto a una lámpara de pie en el dormitorio de su casa. Tiene ante sí dos camas de matrimonio, ambas elevadas sobre tacos de madera hasta la altura de una cama de hospital. Una es la suya; en la otra yace su esposa, Bella. Crawford la oye respirar por la boca. Hace ya dos días que no puede moverse ni hablar con él.

Bella deja de respirar un instante. Crawford levanta la vista del libro y mira por encima de sus medias gafas de lectura. Deja el libro. Ya vuelve a respirar, primero un leve hálito, luego un aliento normal. El se levanta para tomarle la tensión y el pulso.
Al cabo de los meses se ha convertido en un experto con el Esfigmomanómetro.

Como no quiere separarse de ella por la noche, ha instalado una cama para él junto a la de ella. Como alarga el brazo en la oscuridad para tocarla, ha elevado su cama a la misma altura que la de ella.

A excepción de la altura de las camas y las mínimas obras de instalación sanitaria imprescindibles para el bienestar de Bella, Crawford ha logrado que la habitación no recuerde a la de una enferma. Hay flores, aunque no demasiadas. No se ve ni un solo medicamento; Crawford vació un armario de ropa blanca del vestidor y allí colocó las medicinas y aparatos de Bella antes de traérsela del Hospital a casa. (Era la segunda vez que cruzaba con ella en brazos el umbral de aquella casa y ese pensamiento a punto estuvo de privarle de todas sus fuerzas.)

Del sur ha llegado un frente cálido. Las ventanas están abiertas y el aire nocturno de Virginia es fresco y suave. Algunas ranas croan en la oscuridad.

La habitación está impecable, pero en la moqueta empieza a acumularse pelusa; Crawford no quiere pasar el ruidoso aspirador Eléctrico por la habitación y emplea uno manual que no sirve de gran cosa. Se dirige sin ruido al armario y enciende la luz. Clavados en la cara interna de la puerta del armario hay dos blocs de notas. En uno anota el pulso y la tensión arterial de Bella. Sus cifras y las  de la enfermera de día aparecen alternadas en una columna que  prosigue a lo largo de muchas hojas amarillas, muchos días, muchas Noches. En el otro bloc, la enfermera ha especificado y firmado la Medicación de Bella.

Crawford sabe administrar a su mujer cualquier medicación que precise durante la noche. Siguiendo las instrucciones de una Enfermera, aprendió a dar inyecciones practicando en un limón y luego en sus propios muslos antes de traerla a casa.

Crawford permanece al lado de Bella por espacio quizás de tres minutos contemplándole la cara. Un precioso pañuelo de muaré de seda le cubre el cabello como un turbante. Ella insistió en llevarlo. Mientras pudo insistir. Ahora es él quien insiste. Le hidrata los labios con glicerina y con el pulgar le quita una mota oscura de un Lagrimal. Ella no se mueve. Todavía no es hora de darle la vuelta.
En el espejo, Crawford se dice a sí mismo que él no está enfermo, que no tendrá que seguirla a la tumba, que él está bien. Y al descubrirse diciéndose esas cosas se avergüenza.

Acomodado de nuevo en el sillón, no recuerda lo que leía. Palpa los Libros que tiene a su lado para hallar el que todavía esté caliente.

A la mañana siguiente, Crawford deja a su esposa con la enfermera y entra a Quantico con su habitual semblante. Buffalo Bill tiene dando una mala cara a la BAU, pero siente que la adición de Will Graham será efectiva. No quiere usar de nuevo a un estudiante para atrapar al malo, ya perdió a una joven por enviarla detrás del Destripador, y a una agente con un futuro brillante por la misma razón. Pero Crawford no es del tipo que se detienen cuando algo entró en su mente.

La presencia de la Doctora Bloom en su oficina le dice que su movimiento no fue tan discreto. La mujer tiene una mirada decidida y fuerte cuando lo ve entrar.

-Buenos días, Doctora Bloom- saludo cordialmente.

-Jack dime por qué tienes a uno de mis estudiantes visitando a Hannibal Lecter- la mujer va directo al punto y Jack aprecia esto, debe ir al laboratorio a pedir el último informe a Katz.

-Graham parecía tener el perfil adecuado para esto –

-Lecter se lo comerá vivo, si no lo hizo ya. Sabes que siempre le han gustado los juguetes bonitos y llamativos – exclama Bloom, Jack alza una ceja ante eso provocando que la mujer se sonroje- Sabes a lo que me refiero, Will no es… no es estable, exponerlo a esto solo agravara su estado –

-Graham sabe cuidarse y si te preocupa que Lecter lo rompa, puedes ser su apoyó -

-Yo no puedo ser su terapeuta-

-¿no?- Jack se inclina en su silla - Me han dicho que nunca se queda a solas con él, incluso cuando se debe entregar proyectos. -

-Jack.. Esto no se trata de mí -

-se trata de Lecter y Will, doctora Bloom, y de la necesidad de un apoyo. Si no desea ser usted entonces dígame quien podría serlo -

La mujer frunce los labios antes de suspirar. - Es irónico, si la situación fuera otra te diria que Lecter-

Crawford lo sabe, Alana Bloom fue pupila del hombre, y por un tiempo se rumuro sobre algo más. Jack, Starling y Bloom  incluso comieron  en la mesa del psiquiatra.

-Pensaré en alguien, pero Jack. Will Graham no puede dejarse sólo en el campo - la advertencia es sincera y Crawford debería escucharla.

Pará fortuna o desventura de Will, el hombre mayor no toma en serio tal cosa.

La ira del corderoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora