Capítulo IX

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Que se supiera, Bill lo había hecho cinco veces. Al menos cinco veces, en los últimos diez meses. Bill había secuestrado a una mujer joven, la había asesinado y le había arrancado la piel. (La mirada de Graham recorrió veloz los protocolos de las autopsias buscando las pruebas de histamina libre para confirmar que las había matado antes de desollarlas.)

Una vez concluida la tarea, arrojaba los cadáveres a un río. Todas las víctimas habían sido descubiertas en un río diferente, flotando aguas abajo en un punto no lejano al cruce de una carretera nacional o una autopista, y todas ellas en distintos estados de la Unión.

Para nadie era un secreto que Buffalo Bill era aficionado a viajar. Y eso era todo lo que la justicia sabía, absolutamente todo, salvo que poseía como mínimo un arma de fuego. Un arma que tenía seis estrías y espiral hacia la izquierda, posiblemente un revólver, un Colt o una imitación. Las marcas de las balas recuperadas indicaban que prefería emplear proyectiles especiales del 38 en la recámara de un arma de calibre 357.

Los ríos eliminaban las huellas dactilares así como cualquier resto de fibras o cabellos.

Era casi seguro que se trataba de un hombre y de raza blanca; Blanco, porque los asesinos reincidentes suelen matar dentro de su propio grupo étnico y todas las víctimas eran blancas; varón, porque…

--Ellas… tienen algo que busca- susurro en voz baja, Katz lo observó de reojo pero Graham la ignoró.

Dos comentaristas de sendos periódicos de tirada nacional habían usado como titular un verso de «Buffalo Bill”, el breve y macabro poema de e.e. cummings: …le gusta a usted su chiquillo de ojos azules, Señor Muerte.

Alguien, tal vez Crawford, había pegado la cita en la guarda del Expediente.

-Insípido- Graham doblo la esquina donde la frase fue colocada y continúo leyendo.

No se veía relación entre el lugar en que Bill secuestraba a las jóvenes y el punto en que las arrojaba al río.

En los casos en que los cadáveres fueron hallados con la suficiente rapidez para determinar con precisión la hora de la muerte, la policía había averiguado otro dato relativo al asesino: Bill las mantenía con vida cierto tiempo. Esas víctimas no habían muerto sino una semana a diez días después de haber sido Secuestradas. Lo cual significaba que Buffalo Bill tenía forzosamente que disponer de un lugar donde ocultarlas y de un lugar donde poder trabajar clandestinamente. Lo cual a su vez significaba que ni era nómada ni andaba de aquí para allá a la deriva. Era más  bien una araña tramposa. Que tenía una guarida. En algún sitio.

Eso era lo que más horrorizaba al público; que las tuviese  prisioneras una semana o más, sabiendo que iba a matarlas.

-¿Tienes el número de Jack?- mascullo Will dándose cuenta de algo.

Katz asintió diciendo el número de memoria. Graham agradeció mientras enviaba un mensaje.

-El tiene una casa… dos pisos, eso dijo el Doctor Lecter- dijo Will mientras guardaba su teléfono- pero también tiene un sótano-

Katz parecía querer preguntarle pero se limito a asentir.

Dos murieron ahorcadas; tres a tiros. No había señales de  violación ni abusos físicos previos a la muerte y los protocolos de las autopsias no contenían pruebas de desfiguración «específicamente genital", si bien los patólogos observaban que en los cadáveres más deteriorados tal circunstancia sería prácticamente imposible de determinar.

Todos los cuerpos fueron hallados desnudos. En dos casos, en la cuneta de una carretera próxima a la vivienda de las víctimas, se encontraron prendas de vestir, rasgadas en la espalda, como las que se usan para ataviar a los muertos.

La ira del corderoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora