Capítulo IV: Café y helado

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Su insomnio no había mejorado, pero empezaba a acostumbrarse o cuando menos se había resignado y eso hacía su día escolar un poco más soportable, aunque la falta de sueño físicamente era una molestia.

Le dolía la cabeza y sentía su cuello y sus hombros tan tensos que era incomodo tratar de sentarse erguida, pero ahí estaba en la cafetería de la escuela, escuchando a Kenia con la mejor cara posible mientras se comía su hamburguesa con papas fritas.

Por suerte no necesitaba participar mucho en la conversación, básicamente Kenia estaba hablando con el chico rubio de 1.80 y ojos azules que estaba sentado junto a ella y Corina no hacía más que comer en la misma mesa, pretendiendo que si se concentraba en su plato y no hacía contacto visual directo con ellos ser el mal tercio sería un poco menos incómodo.

En realidad ellas habían llegado ahí primero, y había confiado en que para cuando el novio de su amiga las alcanzara ella ya habría terminado y encontraría un pretexto para dejarlos solos, pero se habían tardado demasiado en entregarle su comida y él había aparecido antes de lo esperado.

Estaba deseando comerse la hamburguesa completa de un solo bocado cuando Santiago llegó a la cafetería y le preguntó si podía sentarse a en su mesa.

Ella aceptó porque no encontró ningún motivo para negarse que pudiera decir en voz alta. Bueno, cuando menos había dejado de ser el mal tercio.

Su mesa era probablemente la más cayada de toda la cafetería.

Kenia parecía más interesada en analizar sus reacciones que en participar en la plática, Santiago nunca había sido bueno para conversar con gente a la que no conocía bien y ella sinceramente no estaba de humor para sobremesa por más que se forzara a pretender que todo estaba como si nada frente a su ex novio.

Al final se dio cuenta de que no conseguiría hablar a solas con ella y fue el primero en irse, poniendo de pretexto que necesitaba ir a imprimir y engargolar un trabajo antes de la siguiente clase.

Kenia le dirigió una mirada suspicaz en cuanto se levantó de la mesa.

— Oye, ese era tu ex el infiel, ¿Verdad?

Preguntó tan pronto como juzgó que estaba lo suficientemente lejos para que no pudiera escucharla.

Corina miró incómoda alrededor para ver si alguien de las mesas contiguas estaba prestando atención a su conversación.

— ¿Qué? Toda la escuela leyó el hilo ¿Vamos a hacer como que sigue siendo un secreto?

Se defendió de la mirada de reprobación de su novio.

— Sí, es mi ex.

— ¡Lo sabía!, Me di cuenta por la cara que pusiste cuando llegó. No entiendo por qué te puso el cuerno, estoy segura por la forma en la que te ve que todavía lo tienes comiendo la palma de tu mano.

— ¿Por qué son infieles los hombres? Porque son unos idiotas y se les presentó la oportunidad.

Kenia negó con la cabeza.

— Un hombre puede ser infiel porque es un patán, pero uno que le pone el cuerno a una chica que todavía le gusta es alguien a quien dejaron caer desde muy alto de chiquito.

— Bueno, si hay algo mal con su capacidad intelectual ya no es mi problema.

Respondió, esperando que su tono tajante bastara para indicar que no tenía nada más que decir respecto al tema.

— Lo sé, lo sé, estás muy enamorada de tu novio el indiferente, está más lindo que este, lo reconozco, pero de todas formas apuesto a que podrías hacer que el infiel te pidiera perdón de rodillas.

La tercer mentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora