Era jueves. Próximas las siete y media. La lluvia colisionaba contra las ventanas. La humedad decoraba las esquinas. Tanta desesperación. Invisible sufrimiento.
Frank exhaló la nicotina. Notificó el amargor entre sus muelas. Padecía una constante inflamación en sus encías. Rojizas. Infectadas.
Arrojó el cigarro contra el suelo. Exhaló el humo. Bloqueo sus actos. Era un día erróneo para vivir. Paseaba entre los vehículos. Iluminaban su insano camino. Su mano paseo entre sus desordenados cabellos. Rebeldes mechones ocultaron su semblante. Los apartó con agilidad. Resignado.
Desconocía sus deseos. Sólo necesitaba fumar. Sólo necesitaba dejar de respirar.
Giró sobre sus talones. Comenzó a andar. Un ritmo invariable. Lento. Pasos cortos. Un edificio difuminado habitaba en la lejanía. Grisáceo, como el ambiente. Vacío, como su mirada. Incomprensible, como su actitud. Frank era tan inusual.
Quizás eso es lo que Gerard siempre quiso. Un fallo biológico. Un error social que nadie añorase.
Penetró en el centro. Entró a un espacioso pasillo principal. Carecía de ventanales. Aleatorios cuadros adornaban los muros. Reacio a razonar, Frank permaneció enmudecido. Recorrió las distancias rutinarias. Dos giros a la derecha. Quince pasos rectos. Último devío hacia la izquierda.
—Soy yo —comunicó.
Golpeó la puerta. Percibió pasos interiores. Tacones específicos. Calzado femenino. Liberó un suspiró pesado. Deseaba abandonar aquel lugar. No comprendía los argumentos de su presencia. Resumían preocupaciones familiares. Simples muestras de afecto. Erróneas, inútiles.
Una mujer admiró a Frank. Mostró una sonrisa dedicada. Pronunció una invitación. Frank rodó sus ojos. Desagradables personajes. Comenzaba a cuestionar su aprecio genérico. Odiaba a la sociedad. Rechazaba intereses ajenos. No era soberbio. Era realista. Se limitaba sus gustos.
Tomó asiento. Admiró su compañía. Exceptuando edades mayores de cuarenta, él era el menor.
Un muchacho le atendía emocionado. Analizaba las facciones de Frank. Curioso. Era siniestro. Pero carecía de incomodidad. Frank curvó sus comisuras. Logró divisar un rubor aumentativo.
—Ya que has llegado el último...¿Qué tal si empiezas contándonos cómo ha ido tu semana, Frank? —cuestionó aquella mujer. Había imitado las acciones del moreno. Yacía sentada. Su silla era de madera. Cerraba sus piernas. Intentaba mantener una postura femenina. Sus curvas perfilaban sus prendas lujosas. Gozaba de próspera economía—. ¿Ya has encontrado un hecho que te haga creer en Jesús?
—No.
Eran simples contestaciones. Sus argumentos eran sencillos. Razonaba con facilidad. Frank habitaba en la ignorancia. Establecía relaciones cercanas con lo desagradable. Aquello malévolo. Aquello insano. Aquello incómodo. Aquello era Frank. Su personalidad fría. Sus sonrisas exhaustas. Era un cadáver macabro.
— ¿Por qué no? —interrogó nuevamente la mujer. Cruzó sus piernas. Estaba interesada. Frank sintió un ardor en su garganta. Ser observado no era común.
—Porque Jesús ya no cree en mí.
—Nunca te he comprendido, muchacho —habló un anciano. Su bello facial era blanquecino. Plateado. Era portador de gafas para la miopía. Una graduación elevada. Las arrugas desordenaban su semblante. Parecía ser un alma torturada por la edad—. Tus padres te mandan aquí porque se preocupan por ti. ¿Por qué no pones un poco de tu parte?
—Eso es, Frank. ¿Por qué no nos ayudas a ayudarte? —contribuyó el muchacho que anteriormente observaba a Frank—. Empieza con algo fácil. Algo como...¡Cuéntanos tu historia!
Frank se encogió de hombros. Analizó los rostros sobre él. Variados y desconocidos. Mordió su labio inferior. La nicotina comenzaba a abandonar su dentadura. Dulce placer. Insaciable necesidad. Acarició sus comisuras con sus dedos. Se dispuso a comenzar—: Hace ocho meses, conocí a un chico. Se llamaba Gerard. Era muy guapo. Pero muy peligroso. Robaba habitualmente y follaba con cualquier ser viviente. Aunque yo...Yo le quería. Y no todo acaba bien. Gerard bajó de su trono de sexo, drogas y pecados carnales para cavar su tumba con la lengua.
—No lo entiendo —sentenció la mujer—. ¿Qué tiene que ver ese chico en todo esto?
—Gerard me ha marcado de tantas formas...Y entre ellas está la de dejar de creer en Dios. Él siempre tenía esperanza. Siempre recordaba que La Biblia dice que siempre hay amor. Que todo está bien. Que nos apoyamos los unos en los otros y todas esas gilipolleces. Pues, bueno, yo no lo creo así. Creo que él me abrió los ojos —río—. Soy un jodido pecador. Voy a ir al infierno. Sólo quiero volver a vera Gerard para que me meta la polla hasta la garganta —dirigió su mirada hacia las personas presentes—. Ojalá quemen esta puta Iglesia algún día. Estas "terapias" son una mierda.
Finalizado su discurso, abandonó su asiento. Las imágenes confundían sus pensamientos. Era él. Era Gerard. Sonriente. Inhalando el perfume de Frank. Depositando suaves besos sobre el escorpión de su cuello. Una cruz plateada colgaba de su cuello. "¿Por qué llevas eso? Ni siquiera eres creyente", señaló Frank. El mayor río antes de responder: "A todos nos gusta tener la esperanza de poder ser salvados algún día...¿verdad?"
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Si os soy sincera, no encuentro mucho el sentido a este shot. Pero, eso sí, todos los Frerard que he escrito hasta ahora tienen muertes.
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homosexual imagine ☹ español
FanfictionDemasiado gay para este mundo. padaledger © Todos los derechos reservados.