Capítulo 10

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En algunas partes de Inglaterra, la primavera había cubierto la tierra con terciopelo verde y convincentes flores en los setos. En algunas partes el cielo era azul y el aire dulce. Pero no en la tierra de nadie, donde el humo de millones de tubos de chimeneas había agriado la tez de la ciudad con una neblina amarillenta por la que la luz del día apenas podía penetrar. Había poco excepto barro y miseria en este lugar estéril. Estaba localizado aproximadamente a un cuarto de milla del río y lindaba con una colina y el ferrocarril.

Zhoumi estaba sombrío y silencioso mientras él y Hangeng Rohan dirigían sus caballos por el campo Romaní. Las tiendas de campaña estaban dispersas con holgura, con los hombres sentados en las entradas, mientras modelaban colgadores o fabricaban cestas. Zhoumi oyó a unos muchachos gritarse unos a otros. Cuando rodeaba una tienda, vio un pequeño grupo alrededor de una pelea. Los hombres gritaban con ira instrucciones y amenazas a los muchachos como si fueran animales en un foso.

Parando para echar un vistazo, Zhoumi miró a los muchachos mientras las imágenes de su propia niñez pasaban a través de su mente. Dolor, violencia, miedo... la ira del rom baro, que golpearía a Zhoumi más aún si perdía. Y si ganaba, enviaría a otro muchacho ensangrentado y destrozado al suelo, no habría ninguna recompensa. Sólo la aplastante culpa de herir a alguien que no le había hecho ninguna ofensa.

¿Qué es esto? Había rugido el rom baro, descubriendo a Zhoumi acurrucado en una esquina, llorando, después de haber golpeado a un muchacho que le había pedido que parara. Eres patético, un perro lloriqueando. Te daré uno de estos, su pie calzado con una bota había alcanzado el costado de Zhoumi, contusionándole las costillas, por cada lágrima que derrames. ¿Qué clase de idiota lloraría por ganar? ¿Llorando después de hacer la única cosa para la que eres bueno? Expulsaré la debilidad fuera de ti, gran bebé llorón. No dejó de darle patadas hasta que Zhoumi quedó inconsciente.

La siguiente vez que Zhoumi golpeó a alguien, no sintió ninguna culpa. No sintió nada.

Zhoumi no era consciente de haberse quedado congelado en el lugar o de que respiraba jadeando, hasta que Hangeng Rohan le habló suavemente.

—Vamos, phral.

Arrancando la mirada de los muchachos, Zhoumi vio compasión y cordura en los ojos del otro hombre. Los oscuros recuerdos retrocedieron. Zhoumi hizo una breve inclinación con la cabeza y continuó.

Hangeng Rohan se detuvo en dos o tres tiendas, preguntando por el paradero de una mujer a la que llamaban Shuri. Las respuestas llegaban a regañadientes. Como esperaban, los Romaní contemplaban a Hangeng Rohan y Zhoumi con obvia sospecha y curiosidad. El dialecto Roma era difícil de interpretar, una mezcla de Romaní profundo y lo que llamaban «jerga viajera», un argot utilizado por los gitanos urbanos.

Zhoumi y Hangeng Rohan se dirigieron a una de las tiendas más pequeñas, donde un muchacho mayor estaba sentado a la entrada sobre un cubo volteado. Tallaba botones con un pequeño cuchillo.

—Buscamos a Shuri —dijo Zhoumi en la antigua lengua.

El muchacho miró sobre el hombro hacia la tienda.

Mainl —gritó él—. Hay dos hombres para verte. Romanís vestidos como gadjos.

Una singular mujer fue hacia la entrada. No media más de metro y medio de altura, pero su torso y la cabeza eran amplias, la tez oscura y arrugada, los ojos brillantes y negros. Zhoumi la reconoció inmediatamente. Era ciertamente Shuri, quien sólo había tenido aproximadamente dieciséis años cuando se había casado con el rom baro. Zhoumi había abandonado la tribu no mucho después de eso.

Conquístame al amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora