Capítulo IV: Intento de vida.

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Me quedé despierta toda la noche, pues, aunque mis ojos se cerraban inconscientemente por el cansancio, el miedo me recorría cuando se reproducían  los sucesos anteriores a mi muerte en la fría oscuridad del dormitorio. Giré innumerables veces en la cama de plumas, escuchando a lo lejos la llegada de nuevos huéspedes y mordiendo mis uñas con ansiedad. Dentro del libro jamás habían mencionado el fastidioso ruido del hostal y comenzaba a desesperarme. Coloqué una almohada sobre mi cabeza para acallar los sonidos y, al darme cuenta de que las conversaciones de los demás no iban a detenerse, me incorporé dispuesta a salir de aquel lugar.

Caminé hasta el cuarto de baño y me di una corta ducha para eliminar el sudor de mi cuerpo. La calefacción estaba demasiado alta y estaba segura que acabaría cogiendo un grave resfriado ante tantos cambios de temperatura. Reí al pensar que me estaba preocupando por uno tontería, al fin y al cabo, estaba muerta y aquello no debía intranquilizarme.

Me sequé el cuerpo con una toalla rasposa y observé el vestido que me habían prestado en recepción. No era feo, sin embargo, parecía el disfraz de una dama medieval: marrón oscuro, largo, ajustado hasta la cadera, escote de barco y unas mangas pegadas que llegaban más allá de mis muñecas. Analicé mi aspecto con ambas cejas levantadas y pasé una mano por la tela de mi falda, acariciando los bordados en forma de rosas rojas. Al menos, esta vez, no me mirarían como un alienígena.

Cepillé mi cabello con las manos y, tomando mis únicas pertenencias, salí del dormitorio. Bajé por unas escaleras de madera hasta llegar la amplia recepción, el salón estaba lleno de huespedes y estos parecían gritar entusiasmados. Me abrí paso entre ellos, escuchando conforme salía sus animadas conversaciones sobre la visita del príncipe de la nieve: Kylan. Mis ojos se abrieron de par en par y los latidos de mi corazón se volvieron más rápidos.

—Inaugurará el invierno, estoy deseando verlo.—Comentó una niña de cabellos blancos.

Sonreí ampliamente al pensar que conocería a mi personaje favorito y tomé uno de los folletos del evento que había sobre una mesa de cristal. Rodeada de visitantes, leí el papel con emoción y mis ojos se toparon con la imagen del hermoso heredero. Su aspecto era bellísimo, además, su piel y su cabello eran tan blancos como la misma nieve.

Una mano se posó sobre mi hombro desnudo, sacándome instantáneamente de mi entusiasmo, levanté el rostro del papel e hice un rápido contacto visual con el mismo soldado que me había devuelto la mochila.

—¿Quieres ir?—cuestionó y me arrebató el folleto para poder leerlo—. Yo he visto el espectáculo varios años y no es nada del otro mundo.

Volvió a dejar el papel sobre la mesa de cristal, su sonrisa era encantadora y unos pequeños hoyuelos aparecieron en sus mejillas. Giró el rostro hacia mí y me sonrojé cuando se percató de que me había quedado observándole fijamente.

—No tengo tiempo...—murmuré—, debo buscar la forma de regresar a casa.

Una repentina risa escapó de su boca, apreté los puños y le lancé una mirada fulminante al sentir como se burlaba de mí. Me ofendí notablemente, tanto que mi rostro se volvió rojo como un tómate y me giré sobre mis talones para salir de allí. Antes de que pudiera hacerlo, me sujetó por la muñeca para que no me marchase.

—Escucha, Mar. Algunos llevamos aquí años, no es tan fácil como piensas...—Su tono de voz cambió a uno más sereno y noté cómo se disculpaba con la mirada.

—¿Tú también falleciste?—pregunté con confusión.

—Me asesinaron para ser más concretos.—El brillo de sus ojos se desvaneció gradualmente, como si estuviera recordando el momento.

Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora