Capítulo X: Charlas nocturnas, amores pasados y nuevas almas.

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El fuego frente a nosotros crujía elevándose hacia el oscuro cielo, el frío nos provocaba un fuerte tiriteo y tratamos de camuflarnos con la poca ropa de abrigo que Echo y Leo habían conseguido recoger. Cuatro caballos se pegaban unos a otros, moviendo sus colas de vez en cuando, y comían varias zanahorias que Phonenix siempre traía en su chaqueta. Por otro lado, los miembros restantes del grupo de misiones se mantenían atentos a sus pensamientos y eran incapaces de mencionar la masacre. Asustados, por el futuro incierto que nos tocana vivir.

Me abracé con fuerza a mis rodillas, siendo testigo del tenebroso silencio de mis compañeros, y noté como Lobo se posicionaba detrás de mí para protegerme del frío. Le regalé una mirada de agradecimiento, conmovida por su acción, y me recosté contra su costado. El calor de su cuerpo me envolvió como una manta, dejó que el inmenso frío se marchase lentamente de mi cuerpo y sentí como su lengua pasaba por las marcas que las mordazas me habían tatuado.

—¿Te duele?—Los dedos de Juno atraparon mis mejillas pecosas y giró mi rostro unos centímetros para centrarse en el hematoma que Kylan había pintado sobre una de ellas.

Negué para que no pensara en ello, el brillo de sus ojos me indicó que no me creía y el hocico de Lobo me dio un golpe suave en las costillas. El mayor suspiró y, acariciando la zona con suavidad, rebuscó en el bolsillo de su chaqueta. Lo miré con atención y mis labios se extendieron en una gran sonrisa al reconocer mi antiguo reproductor de música.

—¡Gracias!—exclamé al fijarme que la batería estaba totalmente cargada—¿Cómo lo has hecho?

—No entiendo mucho de tu mundo, pero Leo tiene un amigo que murió con algo que se llama baterias y me dijo que podía solucionarlo.—Se encogió de hombros y se sentó a mi lado para acomodarse contra lobo.

Su vista viajó hacia la pantalla del pequeño aparato, admirando como un niño la fantasía de las tecnologías, sin pensarlo dos veces pasó un dedo por la playlist y una canción comenzó a reproducirse. El mayor dio un pequeño saltito de sorpresa y su expresión cambió a una sorprendida.

—¿Cómo escondéis a los cantantes en este objeto tan diminuto?

Juno me arrebató el reproductor y le dio vueltas sobre sus manos para encontrar alguna pequeña puerta de entrada. De mi garganta escapó una suave risa, divirtiéndome por su reacción, y el adulto alzó una ceja.

—No hay nadie dentro—le expliqué y saqué unos auriculares de la riñonera de mi cintura—, mira.—coloqué uno en su oído y me puse el libre analizando su estupefacción.

Yellow de Coldplay inundó nuestros sentidos, Juno cerró los ojos junto a una hermosa sonrisa y permitió que su corazón se relajase al ritmo de la música. Por alguna extraña razón, mi mirada se quedó fija a él, atento a la melodía y pareciendo un muchacho normal, fuera de su imagen de guerrero.

Mi corazón golpeó con fuerza mi tórax y recordé a Aarón incoscientemente. Ambos poseían la misma aura tranquila cuando la música entraba en escena. Esta magia me pareció maravillosa y me quedé apreciándola mientras que no se percataba de ello. Antes de que la canción finalizase, cerré los ojos al igual que él y descansé mi cabeza contra su hombro.

De todos los grupos y cantantes que tenía descargados en el reproductor, Coldplay y Ed Sheeran fueron sus favoritos, mis labios no abandonaron en ningún momento la sonrisa y sentí como su mano se deslizaba hasta la mía, entrelazando nuestros dedos. El nerviosismo recorrió mi cuerpo por su acción, no obstante, no quise alejarme. El mayor me brindaba una calidez que llevaba tiempo sin experimentar y no podía evitar sentirme fuera de peligro, aunque solo fueran unas cuantas horas.

Conforme el tiempo transcurría, nuestros compañeros fueron rindiéndose al mundo de los sueños. Echo descansaba junto a su gato blanco para que no sintiera frío, mientras, Phoenix y Leo compartían una manta, abrazados como una pareja. Quise acompañarlos en su viaje, pero la intranquilidad seguía habitando en mi interior. No estaba segura de ser lo suficientemente valiente para iniciar aquel duro viaje, seguía atrapada en mi propio trauma y, no iba a mentir, conocer el poder de nuestros enemigos me aterrorizaba de sobremanera. Además, a mi miedo se le sumaba la incertidumbre, ¿Mis padres desearían volver a verme? ¿Aarón seguía queriéndome? ¿Volvería a aparentar ser perfecta?

—Deja de pensar.

La voz de Juno me sobresaltó y alcé la mirada para encontrarme con la profundidad de su iris. Nuestros rostros se encontraban tan cerca que tuve que alejarme un poco.

—No lo puedo evitar, no sé si estoy preparada para buscar el diamante—susurré y llevé mi vista hacia las pequeñas llamas del fuego—. Mi corazón me pide regresar a mi hogar, pero mi mente me suplica esperar.

—Todos estamos inseguros, Mar. En el camino hemos perdido muchas cosas, pero acabamos aceptando otras y nos sentimos cómodos con ellas. Tal vez por eso, no sabemos si lo mejor es salir de nuestra zona de confort.

Acarició mis nudillos sin dejar de observarme, su expresión era seria, sin embargo, de esta se podía apreciar una profunda preocupación. Toqué mi tórax por el fuerte cosquilleo que me invadió y deseé no haber muerto nunca.

—¿Para qué quieres regresar, Juno? ¿Es ese tu deseo?—cuestioné sin poder mirarlo a los ojos, pues no comprendía la razón por la que mi corazón estaba latiendo tan rápido.

—Sé que te dije que me gustaría vengar a mi reino, pero no puedo borrar el pasado. Podemos regresar a la vida, no obstante, nunca lograría devolver el alma de todos los que murieron ese día—la rabia y la impotencia llenó su voz y apreté más fuerte su mano para calmarlo incoscientemente—. Quiero el diamante para morir en paz, marcharme lejos de todos estos mundos.

Mi corazón se detuvo en ese instante, su mirada me transmitió una tristeza tan profunda que no pude contener mis ganas de llorar por él y volví a recostar la cabeza sobre su hombro para que no se diera cuenta de las lágrimas que recorrían mis mejillas. No quería que muriera definitivamente, pero aquel era su deseo y yo no podía hacer nada para cambiarlo.

Su mano libre pasó por mi cabello y me pidió que volviera a mirarlo. Negué, desconsolada por el repentino sentimiento de dolor e impotencia. Sus dedos se posaron en mi barbilla y la levantó para hacer contacto visual conmigo.

—Lo siento.—Me disculpé al no conseguir ocultar mi desconsuelo y permití que el adulto secase mis mejillas con ternura.

—No deberías llorar por mí, cada uno tiene su propio destino y el mío llegó a su fín hace años.—Sus palabras eran para tranquilizarme, pero dolían como puñales.

—¿Y no puedes buscar otro deseo?—Pregunté como si fuera una niña caprichosa, abrumada por la desesperación de que fuera una dichosa broma.

—Tú tienes un lugar al que regresar, Mar. Yo lo perdí, me lo arrebataron.—Intentó hacerme entender.

—¡Pero... no, no es justo!—La rabia se inyectó en mis venas, las palabras no quisieron salir de mi boca y la desesperación me obligó a ponerme de pie, dispuesta a huir.

Lobo levantó la cabeza somnoliento al percatarse de que me marchaba, hizo un pequeño movimiento para seguirme, no obstante, Juno lo detuvo. Necesitaba asimilarlo sóla.

Anduve por el camino de árboles durante unos largos minutos, llorando a pleno pulmón y deseando que todo fuera una cruel pesadilla. No tenía suficiente con la inseguridad del viaje, ahora, se sumaba el intenso dolor de perder a Juno para siempre. Ya no estaría en ninguna realidad, por el contrario, moriría. Los meses a su lado habían sido fantásticos, nos entendíamos bien, nos cuidábamos y me había sacado de una profunda soledad, pero todo tenía un fín. Un estúpido fín.

Mis rodillas colapsaron del cansancio y chocaron contra la tierra húmeda del suelo. Me abracé a mi misma para protegerme del penetrante frío, tirité y pegué mi espalda contra el tronco de un árbol. El miedo me recorrió en el instante que una figura se asomó por la niebla, escondí mi rostro entre mis rodillas y supliqué que no fuera nadie malvado.

—Mar.

Me relajé al reconocer la voz de Juno y levanté el rostro hasta encontrar su preocupada expresión. El mayor caminó hasta mí, se arrodilló hasta quedar a mi altura y me cubrió con su enorme chaqueta.

—Juno...

No me contuve y me lancé a sus brazos para abrazarlo como solía hacer cuando me sorprendía con algo. Sus fuertes brazos me rodearon con fuerza, acariciando mi cabello y manteniéndose fuerte bajo mi llanto.

—No vuelvas a decir que vas a morir.—Supliqué, avergonzándome por lo estúpida que sonaba.

—No lo haré.—Susurró contra mi cuello.

—Intentaré buscar una solución para que cambies de opinión.—Volví a hablar, aferrándome a su camisa para sentir su calidez una vez más.

—Demasiado terca para lo diminuta que eres, niña.

Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora