Capítulo XVIII: Regresar a un hogar.

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Evité a Aarón después de aquel día. Mi mente no entendía por qué lo estaba haciendo, aún así, mi cuerpo se negaba a permanecer en la misma habitación que él y ser víctima de sus incesantes miradas de tristeza. Nadie podía culparlo, al fin y al cabo, desde que me había convertido en un simple fastama era la viva imagen de un cadáver.

Odiaba mi aspecto, tanto que le supliqué a Oliver que tapase todos los espejos con sábanas. El mayor lo hizo con preocupación y, aunque sabía que quería preguntarme la razón de mi desesperación, se quedó callado. Me gustaba estar con él por aquel motivo, nunca intentaba indagar en los traumas que empezaban a ahogarme, por el contrario, se sentaba a mi lado y tarareaba una canción hasta que me calmaba.

Su compañía no dolía tanto como Aarón y ser consciente de ello me perjudicó. No estaba segura de mis sentimientos hacia el rubio y dolía porque seguía siendo muy especial para mí.

Todo empeoró con el paso de los días. Marga me visitaba por las noches, acariciaba mi espalda y me contaba las últimas novedades de la aventura de Juno. Esperaba buenas noticias, pero el príncipe parecía totalmente perdido. Kylan, por otro lado, comenzaba a invadir aldeas de una forma tan salvaje que quedé horrorizada. Sabía por qué lo hacía y la persona que lo mantenía cautivo en ordenes sangrientas.

Aunque lo peor no tardó en llegar.

Estaba desapareciendo.

El primer mechón blanco apareció ante los ojos de Oliver, lo tocó con confusión y la expresión de Marga me aterrorizó.

—Se está acabando el tiempo.

Sus palabras fueron como un cubo de agua congelada, la desesperación llenó mis poros y escuché cómo Aarón y Oliver cuestionaban la afirmación de la bruja con miedo. De todos, Violeta parecía la más calmada, pero el temblor de sus manos la delataban.

—¿No hay ningún hechizo que solucione todo esto?—La pregunta de mi mejor amiga molestó a la bruja y se cruzó de brazos con una mueca furiosa.

—Las películas de Halloween os han estado comiendo la cabeza—Marga rodó los ojos y abrió uno de los libros que portaba en su bandolera de cuero—. Hay muchas clases de brujas. Aún soy principiante, no puedo hacer hechizos, en la escuela sólo aprendí a viajar por las diferentes realidades, un poco de telequinesis y a coser.

Una risita escapó de Oliver y todos lo fulminamos con la mirada. No era momento de reír. ¡Iba a desaparecer para siempre!

—¿Quieres decir que hay muchas más brujas? ¿Cómo en Harry Potter?—Oliver se rascó la cabeza algo confundido.

—Esos eran magos—corrigió Marga y aguanté la risa que amenazó por salir de mi boca por su ignorancia—. Es sorprendente que seas la reencarnación del príncipe Juno.

—No es sorprendente, Juno suele ser así cuando está relajado.—Murmuré con la mirada clavada en la ventana, atenta a cada movimiento de la calle.

Inocentemente, deseé que Juno apareciera ahí junto a Lobo. Por el contrario, un vehículo se detuvo en la casa de enfrente y mi atención pasó a la joven muchacha de cabello rubio que acompañaba a Javier. Me tensé.

Se parecía demasiado a Echo.

Me levanté rápidamente y caminé hacia la puerta para seguir investigando. Aarón me siguió con la mirada, confundido por la frialdad que mostraba últimamente.

El viento de la calle me dio la bienvenida, el frío, acompañado con un extraño sentimiento de vacío en el estómago, arañó mi piel y un mal presentimiento me recorrió cuando Javier salió del vehículo con un libro bajo el brazo.

Caminé hacia el vehículo lentamente y posé las manos sobre el cristal que me separaba de Echo. La llamé, pero no podía verme. Lo intenté y le supliqué que se bajara del vehículo. No lo hizo.

Una mano acarició mi espalda, provocándome uno de los peores escalofríos de mi vida. Giré el rostro hacia la persona que me había tocado y de mis labios escapó un asustado jadeo. Javier. Javier podía verme.

Su sonrisa siniestra volvía a estar frente a mi rostro, el olor a muerte y sangre llenó mis fosas nasales y las lágrimas comenzaron a escapar de mis ojos sin parar.

—Princesita.—Su voz no inmutó a Echo y me dí cuenta de que estábamos completamente sólos los dos. Como si hubieramos saltado de realidad.

Di dos pasos hacia atrás, pero sus dedos rodearon con fuerza mi muñeca. Grité llena de horror en el instante que me golpeó contra el vehículo y su risa volvió a clavarse contra mis oídos.

—¡Déjala! ¡No toques a Echo! ¡No le hagas daño!—Supliqué sin dejar de temblar frenéticamente. Javier tenía el poder de hacerme sufrir de miedo sin mover ni un dedo.

—Ella es muy parecida a tí, pero tú me gustas más.—Su mano subió hasta mis mejillas, presionándolas con fuerza y obligándome a llorar más fuerte.

—¡Me das asco!—Escupí con una rabia muy impropia de mí.

Su mano se estampó contra mi mejilla con tanta intensidad que mi cuerpo cayó al suelo. Aguanté el dolor y el terror, pero unas manos nuevas me atraparon, levantándome un poco y atrayéndome a su pecho. Cerré los ojos con fuerza al reconocer el olor de Juno, su respiración era agitada y me acarició el cabello para calmar mi agobiado llanto.

El sentimiento de regresar a mi hogar me obligó a aferrarme a su camisa destrozada. Nuestros llantos se fundieron en uno sólo y le supliqué que no me dejara otra vez. Tuve miedo de estar soñando, pero su tacto se sentía tan real que dejé de pensar en ello.

El bosque había sustituido la calle de la casa de Oliver y el grupo de rescate nos rodeaba con tristeza en sus miradas.

—Ya estás aquí, Mar.—Su voz era tan dulce que mi corazón palpitó de emoción.

La imagen de Javier y Echo regresó a mi mente conforme el frío regresó a mis poros, Juno guió su mirada hacia mis piernas y me apretó más fuerte contra él en el instante que un largo río de orina recorrió mi piel por culpa del miedo.

Me disculpé.

Echo me tapó con su chaqueta y me dio la sonrisa más bonita del mundo.

—Nosotros te cuidaremos.

Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora