Desde que conocí a Aarón, sentí una extraña conexión entre nosotros. Él y yo eramos muy diferentes, nuestros amigos y mundos no tenían nada en común, además, tendíamos a ser inseguros ante la indefinida relación que forjamos con el paso del tiempo.
Nos queríamos y, aunque le dolía con todo el corazón, respetaba mi decisión de no formalizar nuestros respectivos sentimientos. Me dolía percatarme de que él era consciente del desprecio que mis padres sentían hacia las personas que no tenían estudios, pero a mí no me importaba. Al menos, eso pensé durante unos cuantos meses.
Me habían criado para que fuera una mujer exitosa, pues a ellos no le interesaban los sentimientos siempre y cuando fuera capaz de sacar las mejores calificaciones de la ciudad o mientras sonriera dulcemente a los socios que cenaban una vez por semana en nuestro jardín. Deseaban tener un robot, una hija sumisa que pudiera catapultarles a una clase social llena de lujos y superficialidad. Y yo creía ser feliz así.
Pero al conocerlo y tocar con mis dedos la vida de una persona a la que le importaba más la libertad que un simple diploma, mis ojos fueron abriéndose lentamente. De pronto, quería escapar, abrazarme a sus brazos en un sótano de mala muerte y respirar aire puro.
Por desgracia, la muerte me abrazó antes de que pudiera actuar con el corazón y acabé despertando muy lejos de ahí.
Subí las rodillas hasta mi pecho y oculté el rostro al escuchar como Oliver intentaba explicarle al rubio el verdadero motivo de mi desaparición. El sótano que tiempo atrás había sido testigo de miles de momentos, ahora se encontraba más oscuro que nunca.
—¿Cómo podemos creerte?
Violeta, quien parecía no querer estar allí, habló antes de que Oliver fuera capaz de abrir la boca. Se había cortado su antiguo cabello rubio por encima de los hombros y sus ojos claros no brillaban como de costumbre. Sentí una profunda necesidad de asegurarle que todo iría bien, no obstante, aquello sólo aumentó mi impotencia.
—Puede sonar como si estuviera loco, pero ella lleva siguiéndome durante semanas.—Las palabras de Oliver provocaron que ambos muchachos levantaran las cejas al mismo tiempo, incrédulos, sintiendo como si le estuvieran gastando una broma de muy mal gusto.
—Te lo dije, Aarón. Éste chaval no está bien de la cabeza.—Violeta volvió a interrumpir, pero el nombrado no reaccionó.
—Digo la verdad.
El de cabello oscuro se inclinó un poco en el largo sofá, incómodo por las insistentes miradas, y regresó su atención a mi deprimente aspecto. No levanté la mirada, incapaz de sentirme culpable por haber revuelto el mundo de aquella manera tan triste. Ante su acción, ambos chicos se tensaron y miraron en mi dirección con inquietud.
—No hagas eso, Oliver. Vas a asustarlos.—La repentina voz de Marga hizo que los tres soltasen un agudo grito de terror.
Violeta y Aarón la observaron aparecer repentinamente frente a sus ojos y palidecieron al no ser capaces de entender cómo había llegado ahí de esa forma. Sus bocas entreabiertas provocaron una suave risa en la bruja y se sentó frente a mí para examinar mi aspecto.
Su expresión cambió lentamente, percatándose de la tristeza de mis pupilas y, siendo la única que podía tocarme, acarició mi melena con ternura ante la estupefacción de los presentes. Gracias a esa suave caricia, mi aspecto comenzó a tornarse visible.
—¡Mar!—Levanté el rostro ante la exclamación sorprendida de Aarón y la emoción obligó a mi alma a vibrar.
Se incorporó con rápidez para correr a mi encuentro, no obstante, mientras que yo lo imitaba y abría los brazos para sentir su fuerte abrazo, atravesó mi cuerpo y el dolor comenzó a quemarme con intensidad. Me estremecí y jadeé a la vez que nuestras preocupadas miradas se encontraban.
—Mar...—Murmuró sin ser capaz de asimilarlo y las lágrimas se agolparon sobre su iris.
El dolor se fue esfumando progresivamente y una sonrisa estiró mis labios para calmar su agobiado temblor.
—Ojalá pudiera darte un abrazo ahora mismo.—Mi pecho quería soltar muchas cosas, no obstante, tan sólo fui capaz de expresar aquello.
Aarón se limpió las lágrimas rebeldes que comenzaron a acariciar sus mejillas y sus manos se cerraron en puños cuando consiguió admirar todas las marcas de mi cuerpo. No quise seguir apreciando el horror de su mirada, por lo que me giré hacia Violeta con un entusiasmo que se esfumó al encontrarla incosciente en el sofá.
—Ha sido un evento un poco traumático para ella.—Oliver la abanicó con una revista mientras trataba de romper el hielo.
Me encogí de hombros y dejé que Aarón se colocase a mi lado, sin dejar de observarme con atención. Quise pedirle que se detuviera, pues la rabia y el dolor comenzó a crecer en él de una forma demasiado notoria. No le culpé, si hubiera estado en su propia piel, admirando la humedad de mi ropa y cabello, la sangre que seguía deslizándose por mis piernas y los hematomas que volvían mi piel púrpura, habría actuado igual.
—Fue ese socio de tu padre... ¿Verdad?—Su voz estremeció a todos los presentes y no pude evitar levantar la mirada por unos segundos para enfrentarme a la situación.
—Fue mi culpa...—Susurré por el nudo de mi garganta y volví a abrazarme a mi misma por culpa de la dolorosa sensación de sus dedos contra mi piel.
—¿Tu culpa?—la pregunta escapó de los labios de Oliver como si yo estuviera afirmando la cosa más estúpida del mundo.
—No fui capaz de contárselo a nadie, tenía miedo.—Intenté inútilmente que ambos jóvenes dejasen de lanzarme aquellas miradas tan angustiadas.
Marga negó con la cabeza y pasó un brazo por mis hombros, tratándome como si fuera una niña pequeña a la que había que proteger. Sus brazos consiguieron calmarme un poco, sin embargo, sabía que tanto Oliver como Aarón seguían ahí parados, juzgándome.
Deseé desaparecer de ahí. O al menos no ser la prueba fantasmal de un cadáver.
—Voy a matarlo—la rabia y el enfado explotó en Aarón, incapaz de tranquilizarse—. ¡Ese imbécil! ¡Incluso se burló diciendo que tú lo buscabas a él!
Oliver trató de detenerlo antes de que su furia lo guiase hacia la puerta, pero no lo consiguió y el rubio dio un portazo que retumbó por todo el sótano. Vacilé por unos segundos antes de correr tras él, abrumada por la cantidad de sentimientos que palpitaban contra mi nuca y martilleaban mi cabeza. Le grité que se detuviera por las congeladas calles, mis manos trataron de alcanzarlo y el dolor me engulló nuevamente al atravesarlo.
—¡Aarón! ¡Detente, por favor!—Exclamé cuando llegamos a la gran puerta del edificio dónde trabajaba mi padre.
El mayor cruzó la húmeda carretera sin inmutirse con mis peticiones, abrió la puerta de cristal del banco con una tranquilidad demasiado falsa y subió las escaleras negras que separaban los cajeros de los despachos. El miedo me recorrió al subir tras él, el agobio me impidió respirar y, antes de que pudiera colapsar contra el suelo, conseguí tomar su mano.
La sensación de su tacto llenó mis poros, el corazón quiso escapar por mi esófago y sus ojos conectaron con los míos tan desesperadamente que aguanté mis ganas de llorar. Tiró de mí hasta que conseguí presionar mi rostro en el arco de su cuello, oliendo su familiar y acogedor aroma, y me abrazó con fuerza, como si en cualquier momento fuera a desaparecer de su vida.
No nos hizo falta hablar.
Hasta que Javier cruzó el pasillo con una gran sonrisa en los labios.
Bajo su brazo llevaba un libro de tapas marrones, una narración que conocía demasiado bien y que, mágicamente, nos transportó a una realidad llena de personajes atrapados.
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Entre dos mundos
FantasyMar es una estudiante aparentemente normal. Tiene una vida tranquila y, dejando aparte algunos problemas familiares, se le puede considerar afortunada. Tras un catastrófico evento, Mar pierde parte de su alma y acaba perdida en un limbo de magia, s...