Capítulo VII: Rutinas.

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Tal vez la mejor opción hubiera sido conformarme con mi estado, encerrarme en la nueva vida que me habían dado y analizar mi vida desde un punto más objetivo. No obstante, existía algo dentro de mí que arañaba mis entrañas y me obligaba a buscar una solución que me guiase hasta casa. Probablemente, estaba lo suficiente cegada como para no apreciar que mis padres ya me habían superado o que Aarón comenzaba a olvidarse y rehacer su propia vida. No quería culparles, sería demasiado egoísta querer que llorasen toda su vida por alguien que había desaparecido sin dejar rastro, aún así, me sorprendí a mi misma al reconocer como la tristeza se abría paso en mi corazón cada vez que Marga me enseñaba lo que ocurría en mi antigua vida.

Sí, yo también me sorprendí cuando dentro de una esfera de cristal aparecieron las imágenes de todos mis seres queridos: Mis padres celebrando el prestigioso ascenso en el hogar de Javier; Violeta, mi mejor amiga, conociendo a nuevas amistades; Y, por último, Aarón colgando los últimos carteles de búsqueda por los alrededores.

De todos, Aarón parecía ser el único que seguía pensando en mí. Nuestras fotos seguían pegadas en su habitación, la pulsera que le había regalado meses atrás rodeaba su muñeca y, en alguna ocasión, conseguí fijarme en cómo conducía hasta la entrada de mi instituto, esperando a que saliera. No lo iba a hacer y dolía pensar en ello.

Ya no habrían más tardes de cine, besos en la parte trasera de su vehículo o escapadas en mitad de la noche para abrazarnos y refugiarnos del frío. Y, aunque siempre había tenido la esperanza de que algún día fueramos lo suficientemente valientes para ponerle nombre a algo que era demasiado obvio, reconocía que la oportunidad de tener un futuro juntos estaba rota en mil pedazos.

Me culpé, incluso en el instante en que Juno apoyó una mano en mi hombro y me susurró que yo no era mi muerte. El protector príncipe no tenía razón, pues, en realidad sí lo era. Todas mis decisiones me habían llevado a aquel mundo extraño y debía luchar por escapar.

En mi desesperación por buscar una solución, comencé un pequeño entrenamiento junto a Juno. Ambos salíamos de su hogar en la madrugada, escuchando a los pajaros cantar sobre las copas de los largos árboles, y practicábamos a lanzar flechas con un arco de madera. No era demasiado complicado, al menos no me lo pareció en ningún momento y pronto recibí la felicitación del mayor.

Juno tenía la manía de revolverme el cabello y siempre acabábamos fundiéndonos en una lucha cuerpo a cuerpo en la que siempre ganaba él con diferencia. Yo no era demasiado fuerte, apenas tenía masa muscular y toda mi vida se habían burlado de mi aspecto flacucho y pequeño. Con el tiempo acabé desarollando un gran complejo gracias a ello, pasaba horas frente al espejo y enumeraba las cosas que necesitaba cambiar para encajar. Odiaba parecer una niña, mis piernas de pajarillo y lo enfermiza que parecía.

—Desearía ser más fuerte.—Susurré un día.

Habíamos caído rendidos en mitad del bosque, la hierba se clavaba en nuestras espaldas y nuestros cabellos se rozaban incoscientemente. Juno se giró para observar con atención mi delgaducho rostro y apoyó todo su peso en su antebrazo.

—No todo está en la fuerza física, esta no sirve para nada si no eres inteligente.

Sus palabras siempre parecían sacadas de un libro de consejos y a veces me preguntaba si en realidad lo tenía guardado en alguna parte de su uniforme. Llevé mi mirada hasta sus ojos claros y me abrí paso en la tranquilidad de sus pupilas.

—¿Crees que soy inteligente?—Cuestioné con una de mis cejas levantadas.

—Te diría lo que pienso realmente, pero no quiero alimentar tu ego.

Juno era la persona más honesta que jamás hubiera conocido. Sus ojos no eran capaces de mentirme, además, siempre tenía las palabras exactas para hacerme sentir mejor. A veces, cuando el terror y la ansiedad me invadían, el príncipe me prestaba un hombro para desahogarme y, aunque fingía no darme cuenta, sus pupilas se aguaban, recordando su vida pasada con nostalgia.

Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora