Capítulo XII: Romperse.

99 14 39
                                    

A la mañana siguiente, me prometí a mi misma no volver a tomar ni una gota de alcohol. Sin duda, la resaca era la peor sensación del mundo y más aún cuando tu vida dependía de un diamante rosa que se encotraba en un mar lleno de peligros. No recordé el momento en el que llegué al dormitorio, tampoco quien me llevó hasta el incómodo colchón de paja. Sin embargo, desperté enfundada en una manta llena de agujeros y con el cuerpo lleno de picaduras de algo que no quería saber.

Suspiré sintiendo mi cuerpo demasiado pesado, mis pies chocaron contra la espalda de Lobo en el instante que me incorporé para correr hasta la ducha y calmar el picor de mi piel. El animal se giró sobre su cuerpo hasta quedar con la panza boca arriba y siguió durmiendo como si no hubiera ocurrido nada. Le lancé una mirada celosa antes de introducirme en el congelado cuarto de baño, abrí el grifo dejando caer el agua a presión y me desnudé frente al espejo que yacía a un lado de la bañera.

Conforme mi vestido fue deslizandose hacia mis pies, mi atención viajó por cada centímetro de mi cuerpo. Pasé las manos por las sobresalientes costillas, mi estómago y mis piernas de pajarillo con vergüenza y solté un profundo suspiro. Deseé engordar, odiaba cada centímetro de mí y, a mi dolorosa inseguridad, se le sumó una aguda sensación de terror que traspasó mis poros.

Distorsionándome de la realidad, vi reflejado las grandes y asquerosas manos de Javier en el espejo, marcándome y obligándome a recordar. Jadeé siendo atacada por un fuerte temblor, me giré para darle la espalda al espejo, volví a ponerme el vestido y me introduje bajo el agua congelada con la intención de borrar cada rastro de él.

Mis uñas arañaron cada centímetro de piel, sollozando de desesperación, mis rodillas chocaron contra el azulejo de la bañera, aterrorizada, y experimenté como la suciedad me consumía com brutalidad. Su tacto acabó engulléndome, haciéndome estremecer bajo las angustiosas caricias, el trauma me persiguió y chillé de terror cuando mi propia mente hizo que Javier apareciera frente a mis ojos.

Me abracé a mi misma, víctima de un furioso ataque de pánico, y, antes de que la mano de mi asesino me tocase la espalda, el grifo se cerró de golpe. Levanté el rostro lleno de lágrimas, una toalla me envolvió y mis sollozos se volvieron más fuertes al reconocer el rostro preocupado de Juno. Atrapó mis hombros con suavidad, intentando sacarme del terrorífico trance en el que me encontraba.

Mis manos se aferraron a sus antebrazos y busqué a Javier por todo el cuarto de baño, angustiada. De mi boca salieron continuos jadeos, hiperventilando por el miedo que había pasado, y los cálidos besos de Juno ocuparon mi frente. Cerré los ojos con fuerza, permitiendo que el mayor me calmase contra su pecho.

-Mar-Acarició mi cabello húmedo con suavidad, abrazándome para hacerme sentir segura, y noté su respiración muy agitada-... Pensé que te estaban atacando.

Negué, confundida por la rapidez de mis pensamientos, y comencé a notar la incomodidad de la ropa mojada. Los minutos pasaron, aferrados mutuamente, y cuando conseguí regresar a la completa realidad, me despegué lentamente. El mayor analizó cada milimetro de mi aspecto aterrado: el cabello pegado a mi rostro, el hinchazón de mis mejillas y la marca que mis uñas habían dejado mi propia piel.

-Él estaba ahí.-Señalé el espejo con el dedo tembloroso, mi mente intentó encontrar al protagonista de mis pesadillas, pero se dio de bruces con la realidad.

La tristeza en los ojos del príncipe me avergonzó, no quería ser debil ante él y lo único que estaba demostrando era ser una dama desprotegida. Tomé sus muñecas para que no se alejara, llorando de impotencia y terror.

-No te vayas-le supliqué, experimentando como mi cuerpo agonizaba por ser incapaz de borrar los recuerdos-. ¡Va a volver a hacerme daño!

-No lo hará, Mar.

Juno trató de tranquilizarme, culpándose a sí mismo por no saber como actuar. Algunas lágrimas rebeldes se acumularon en sus pupilas y luchó por no romperse a llorar ante mis ojos. Para su suerte, alarmada por el escándalo que estaba provocando, Echo apareció en el cuarto de baño. La rubia examinó la escena con confusión y preocupación, cruzó el umbral de la puerta y se arrodilló frente a nosotros para ayudar al príncipe a calmarme.

-Mar... Estamos aquí. Nadie va a hacerte daño.-Sus palabras eran seguras y sujetó mis mejillas, obligándome a mirarla.

La analicé con la ansiedad palpitando contra mis sienes y mis labios temblaron antes de soltar otro agobiado sollozo. La piel me quemaba, los recuerdos me atravesaban la cabeza y deseé desaparecer. Echo guió su vista hacia el paralizado príncipe y le pidió en voz baja que abandonase el cuarto para poder bañarme. El mayor vaciló unos instantes, pero acabó aceptando ante la mirada suplicante de su compañera. Dejó una suave caricia en mi cabello, fundiéndonos en un profundo contacto visual.

-Vigilaré. ¿Está bien? Voy a asegurarme de que nadie vuelva a atacarte.-Su sonrisa tranquilizadora contrastó con la tristeza de su iris verdoso.

No respondí, sin embargo, mi respiración fue calmándose hasta que se sintió completamente seguro para dejarme en manos de Echo. Cerré los ojos en el momento que la puerta se cerró tras él y permití que Echo me despojara de mi ropa con toda la dulzura del mundo. El agua volvió a abrirse, tornándose mucho más cálida, y mi cuerpo se relajó progresivamente ante el masaje que mi compañera proporcionaba sobre mi cuero cabelludo.

La delicadeza que Echo proporcionaba en su trabajo me recordó a mi madre: sus palabras dulces, su tranquilidad y, sobretodo, permitirme desahogarme sin juzgarme. Por unos instantes, volví a ser un bebé y disfruté de como mis músculos se destensaban lentamente.

-Entiendo como te sientes-susurró una vez que terminó de enjabonarme y comenzó a aclararme con agua tibia-. Cuando era una adolescente conquistaron mi aldea, a las mujeres nos trataban como trofeos y los soldados enemigos nos hicieron cosas que no soy capaz de decir en voz alta.

Aguanté la respiración al escuchar su historia y presioné con fuerza las rodillas contra mi pecho. El mundo era tan injusto que me aterrorizó no ser capaz de cambiarlo. Odiaba escuchar las historias de todas las personas que habían acabado en aquella realidad, pues mi corazón siempre acababa rompiéndose en pedacitos, no obstante, al contrario de todas las personas que había conocido, Echo no pareció romperse por su pasado y me impresionó su fortaleza.

-No dormía por el terror, estaba asustada en todo momento y lloraba tanto que mis ojos siempre estaban hinchados-hizo una breve pausa para tomar aire y me cubrió con una toalla-. No tengas miedo a romperte, Mar. Forma parte de la superación. Jamás te volverás valiente si nunca has sido vulnerable.

-Mi padre me dijo que ser vulnerable es una pérdida de tiempo-murmuré sin ser capaz de hacer contacto visual con ella-. El pensaba que las personas débiles no ganaban nada, que sólo se quedaban estancadas y no avanzaban-reí amargamente y sequé mis lágrimas con mis puños-. Toda mi vida me he esforzado para demostrarle que era una persona fuerte, aparentaba ser otra persona para no decepcionarlo y... me negué a contarle que me sentía acosada por su jefe. ¡No me sirvió de nada!-Golpeé llena de rabia mi cabeza y Echo me sostuvo las manos para que dejara de hacerlo.

-No fue tu culpa.

-¡No fui valiente! ¡Me subí en su vehículo por miedo a cómo mi padre pudiera reaccionar!-La rabia y la impotencia llenó el cuarto de baño, deslizándose por las paredes como las gotas de agua.

Echo me cubrió con sus brazos, ocultándome el rostro contra su pecho y lloró conmigo, sintiendo el dolor que se adueñaba de mí con tanta fuerza que me costaba respirar.

-No fue tu culpa, Mar...

Quise creerle, pero en el fondo sabía que no tenía razón.




Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora