Capítulo Octavo: Pete Pitchaya

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Pete

Estoy seguro de que está celoso.

Eso es lo que me dice Can después de contarle lo que Ae me había dicho. Atino a reírme y negar. ¿Cómo puede Ae estar celoso?

—Can, siempre dices cosas acertadas, pero esta vez, lo siento, te equivocas.

***

Dos días pasan en los cuales ni Ae ni sus padres han venido a verme. Es muy temprano por la mañana y Can está preparando el desayuno.

—¿Tienes clases? —le pregunto. Can asiente.

—Sí, y a la tarde entro más temprano a trabajar.

Can es estudiante de deportes y por las noches trabaja en un restaurante. Yo había estado estudiando pero lo dejé hace unos meses porque tuve que dedicarme 100% a mi empelo debido a las deudas acumuladas. A diferencia de Can que está detrás en la cocina, yo estoy delante en un café. Lo he estado desde que mis padres se retiraron de la ciudad. Hago un mohín al pensar en ellos. Can lo advierte, y mientras me sirve mi desayuno me pregunta:

— ¿Por qué esa cara? ¿Es por Ae que no ha venido? —Arrugo el ceño, porque en parte su repentina ausencia tiene que ver, pero tiro todo lo relacionado a él a un recoveco de mi cabeza.

—No. Es por mis padres... ¿Cómo se supone que les avise que serán abuelos cuando viven en el medio del campo, sin teléfono?

Can alza una ceja.

—Pensé que ya te habías comunicado con ellos, es decir... pensé que tal vez les dejaste algún mensaje en el pueblo ¿No van a allí una vez al mes? —Abro mi boca, porque evidentemente ni siquiera se me había ocurrido.

Mis padres no son malos pero tienen su estilo de vida. No puedo quejarme, pero si debo ser sincero, mi padre me ama más que mi madre. Y lo entiendo, su matrimonio fue arreglado por mis abuelos. De hecho, me sorprendió bastante cuando dijo que se iba con papá al medio de la nada.

—Tienes razón... Dentro de mi agenda debo tener el número de alguna tienda —digo en respuesta a las palabras de Can—. La buscaré cuando llegue de trabajar. —Mi amigo se acerca y pone una de sus manos sobre mi barriga. Su roce es suave, delicado, muy diferente al de Ae, que suele ser más brusco y lleno de miedo.

—Está muy tranquila... —quiero decirle que es porque siente la ausencia de su padre y sus abuelos, pero me muerdo la lengua—. ¿Es por la ausencia de Ae, verdad? —Asiento, rendido. Can es demasiado perspicaz.

***

El trabajo que hago no es en lo absoluto pesado. Bueno, sí lo es, debo estar mucho tiempo parado y atendiendo a la gente que viene a reservar sus mesas, preparar y servirles el café, cortar el acompañamiento, etc. Sin embargo, me gusta. Además, me queda un mes antes de poder tomarme mi licencia. Sólo debo aguantar. De repente, cuando estoy en la parte trasera avisando que una tarta que se ha terminado, mi pequeña hija despierta, dándome una fuerte patada. Reprimiendo un jadeo.

—¿Pete? —Es quien se encarga de las tartas quien llama.

—Estoy bien. —Le digo.

Regreso adelante y me encuentro un nuevo cliente, sin embargo, no estoy seguro que lo sea, porque es nada más y nada menos que Ae. Una gota de sudor cae por su rostro y los cabellos se pegan a su frente. Su respiración está agitada, como si hubiera venido corriendo.

Por alguna razón temo. ¿Y si ha venido a decirme que no me cree? ¿Qué no cree que sea su hija? Bueno, en un principio jamás planeé decírselo, pero ahora, de tan sólo pensar no tenerlo a mi lado, un gran vacío se forma en mi pecho.

Ae se queda observándome.

—¿Puedes salir un momento? Necesito decirte algo importante.

Me encojo en mi lugar. Su mirada me pone nervioso. Pero asiento y salgo a su lado. Cuando estamos afuera, su mirada sigue igual de seria.

—¿De qué quieres hablarme? —Pregunto.

—Quiero que te vayas del departamento de Can —dice. Me quedo estupefacto—. Estoy harto de escuchar a mi hermano hablar al respecto. Enserio, ¿piensas hacerlo el padre de nuestra hija? —empieza a levantar cada vez más la voz.

—Mira, ese no es el caso, pero si fuera así no tiene por qué molestarte, después de todo tú y yo no somos nada. Sólo eres el padre de mi bebé, y eso no te da ningún derecho sobre mí.

—Pues me molesta. Y sí creo que tengo cierto derecho. Me rompe que sea él quien te abrace y no yo. Me molesta y me hierve la sangre que les des material a los demás para que hablen mal de ti. ¿No te das cuenta? Siento celos, maldita sea...

¿Celos? Entonces ¿Can tenía razón? De todas formas, por más celos, no puede exigirme nada.

—No lo entiendes, Ae. Sigues sin tener derecho —nuestra hija se mueve demasiado, causándome dolor, reprochando mis palabras—. En este momento, no puedo irme por mi cuenta. Mira, estoy en mi horario de trabajo ¿Podríamos hablar después? 

Noche en las Vegas [AEPETE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora