Capítulo Noveno: Ae Intouch.

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Ae

Veo como el médico coloca esa especie de gel sobre el vientre de Pete. Ya va por su séptimo mes de embarazo. Mes y medio han pasado desde aquella discusión. Ahora, para lo único que él me dirige la palabra es para decirme cuando tenemos cita con el médico o cuando me advierte que le acaricie la panza más suave.

Por supuesto, él no se mudó, sigue viviendo con Can. Incluso creo que está enojado con mis padres, ya que al parecer también le insistieron en que se fuera de allí. Tin por supuesto que utiliza esto para seguir hostigando en su contra, más cuando su mujer presentó su demanda de divorcio, pero yo ahora no tengo dudas, he tenido el tiempo suficiente para pensar, y sé que la niña es mía, siempre lo fue.

—Bien, va a ser una beba fuerte y sana —dice el médico—. Creo que podremos hacer una fecha más exacta para la cesárea, si les parece, claro.

¿Cesárea? Dios, tan sólo dos meses más y tendremos a nuestra hija con nosotros. Ello me recuerda que no hemos comprado nada para ella. Ropa no va a necesitar, mis padres, Can, Pond, Bow y Ping se han encargado de armarle un guardarropa por los siguientes tres años. Sin embargo, aún faltan cosas, como una cuna, un carro, una silla, etc.

Me quedo dando vueltas en la cuna ¿Dónde la pondrá? ¿En el pequeño departamento 4x4 de Can? Arrugo la frente, tengo que hacer algo para convencerlo de que salga de allí. Tengo un plan, tengo una casa, mis padres se encargaron de ello, ahora sólo debo convencer a Pete. De sólo imaginándolos, bueno, imaginándonos...

—¿Le parece? —pregunta el doctor, mirándome, esperando algún tipo de respuesta de mi parte. Me cuesta salir de la nube feliz que había creado.

—Perdón ¿Qué decía? —Veo a Pete dedicarme una mueca de disgusto, el médico no se queda atrás alzando una de sus cejas.

—Decía que la clínica donde trabajo es mucho mejor lugar para la internación que el hospital, allá estará cómodo y mejor atendido.

—Estoy de acuerdo.

***

—¿A dónde me llevas? —Pete se remueve en el asiento de acompañante. El cinto de seguridad ha empezado a molestarle, por lo que siempre lo sujeta con la mano, dándole espacio a su estómago—. Este no es el camino al departamento de Can.

Suspiro.

—Tienes razón, lo que pasa es que no vamos allí. Quiero ir al centro... es hora que compremos una cuna...—Ahora me está mirando, por el rabillo del ojo puedo ver como sus mejillas se encienden.

—No tengo dinero...

—Yo sí. Eso no es un problema.

Pienso que va a discutir, pero no lo hace, en cambio veo como suelta el cinto de seguridad y se aprieta el vientre con ambas manos. Me asusto y decido tirarme a la banquina colocando las luces del vehículo en intermitente.

—¿Te duele? ¿Debo volver al hospital? —Afirma a mi primera pregunta, pero para la segunda niega de forma brusca. Veo como boquea en busca de aire—. Pete...

—Ufff, Ae, cálmate, es sólo que se ha encajado en mis costillas...

—Pero dices que te duele...—Pone los ojos en blanco.

—Sí, duele... mucho, pero es normal... ufff....

No arranco el auto hasta veinte minutos después. Sigo muy preocupado, no entiendo mucho del tema, sólo sé que le duele. Me ha dicho que nuestra hija tiene por costumbre encajarse en sus costillas, y que a veces no le deja dormir por las noches. Creo que nota que me he quedado preocupado porque enseguida añade:

—Si me siento mal, te lo haré saber. Ahora, vamos por esa cuna. —Y me dedica una sonrisa a la que imito.

***

Miro con la boca abierta todas las opciones de cunas que hay.

¡Es sólo una cuna! ¿Cómo es posible que haya tantos modelos? Miro a Pete, pero él no está tan sorprendido como yo. Al contrario, sus ojos brillan, como ese brillo que mi madre adquiere a veces cuando algo le emociona o hace ilusiones, y la comisura de sus labios está hacia arriba, formando una sonrisa que le hace ver como un ángel.

Pete es hermoso, se lo mire por donde se lo mire. Y fue mío, la prueba es la pequeña que lleva dentro.

No digo nada sobre la cantidad (completamente innecesaria) de cunas que hay, prefiero que siga disfrutando de esto, que esa sonrisa que adorna su rostro se mantenga.

Caminamos entre la infinita cantidad modelos que el vendedor nos muestra, honestamente yo no veo diferencia alguna entre ellas, pero de repente siento que Pete está tirando de mi ropa. Me asusto, pero él me está mirando con aquel brillo hermoso en sus ojos.

—Ae, Ae —canta, y yo me derrito por la forma en la que ha dicho mi nombre dos veces—. Mira esa —me dice completamente dominado por la emoción, señalándome una cuna—. ¿No crees que es perfecta?

Me encantaría poder decir algo como: "Es igual a todas, sólo escoge y vayámonos de aquí", pero no puedo ser tan cruel. Quiero que me llame por mi nombre con esa voz cantarina más veces. En otras palabras, es el momento de empezar a ganarme su corazón.

Busco mi mejor sonrisa y tomo la mano con la que está jalando mi remera.

—Sí, tienes razón, es perfecta para nuestra princesa. Llevamos esa.

La sonrisa que me dedica no tiene precio. Y me la dedica a mí, no al imbécil de Can. Además, él mantiene nuestras manos unidas. 

Noche en las Vegas [AEPETE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora