Capitulo 2

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O mejor no lo ayudo, pensó Rincewind recobrando la conciencia en ausencia del brillante oro. Le gustaba vivir y era bastante obvio que a Dosflores no le interesaba eso de la vida, después de todo, había venido a Ankh Morpork por su propia voluntad. Que psicópata. Una lástima el tesoro.

...

El Patricio de Ankh-Morpork sonrió, pero sólo con los labios.

— ¿La Puerta Eje, dices? —murmuro.

El capitán de la guardia saludó rápidamente.

— Sí, señor. Tuvimos que matar al caballo para que se detuviera.

— Lo que te ha traído aquí por una ruta bastante directa —dijo el patricio, bajando la vista para mirar a Rincewind—. Bueno, ¿qué dices tú?

Se rumoreaba que toda un ala del palacio estaba ocupada por escribientes, que pasaban el día ordenando y actualizando toda la información recogida por el sistema de espías, exquisitamente organizado por su amo. Rincewind no lo dudaba. Echó un vistazo al balcón que recorría toda una pared de la sala de audiencias: una carrera repentina, un salto ágil... y todos esos arqueros lo saludarían con el brusco silbido de las flechas al salir de sus ballestas. Sintió un escalofrío. El Patricio se acarició las barbillas con una mano llena de anillos, y contempló al mago con ojos tan pequeños y duros como abalorios.

— Veamos: violación de juramento, robo de caballo, falsificación de moneda... Sí, Rincewind, creo que de ésta acabas en el circo.

Aquello ya era demasiado.

— ¡No robé el caballo! ¡Lo pagué, y a buen precio!

— Pero con moneda falsa. Técnicamente, es un robo.

— ¡Pero esos rhinus son de oro puro!

— ¿Rhinus? —El Patricio hizo girar una de las monedas entre sus gruesos dedos—. ¿Así se llaman? ¡Qué interesante! Pero, como puedes ver, no se parecen demasiado a nuestros dólares.

— ¡Por supuesto que no!

— ¡Ah! Entonces, ¿lo admites?

Rincewind abrió la boca para decir algo, lo pensó mejor, y volvió a cerrarla.

— ¿Más o menos?

—Y, por encima de todo eso está, desde luego, la infamia moral de traicionar cobardemente a un visitante recién llegado a nuestras playas. ¡Qué vergüenza, Rincewind!

El Patricio hizo un vago gesto con la mano. Tras el mago, los guardias retrocedieron unos metros, y su capitán dio unos pasos a la derecha. De repente, Rincewind se sintió muy solo. Se dice que, cuando un mago está a punto de morir, la Muerte en persona se presenta a recogerle, en vez de dejar la tarea a un subordinado, como la Enfermedad o el Hambre, que es lo más corriente. Rincewind miró nerviosamente a su alrededor, esperando ver la alta figura de negro: los magos, incluso los magos fracasados, tienen en los ojos, además de bastoncillos y conos, unos pequeños octógonos que les permiten ver el octarino, el color básico del cual todos los demás colores no son sino sombras pálidas en el espacio normal de cuatro dimensiones. Se dice que es una especie de púrpura verdeamarillento fosforescente. Y... ¿no veía ahora una sombra en el rincón?

— Por supuesto —siguió el Patricio—, podría ser piadoso.

La sombra desapareció. Rincewind alzó la vista, con una expresión de esperanza loca en el rostro.

— ¿Sí? —dijo.

El Patricio hizo otro gesto con la mano. Rincewind vio que los guardias salían de la cámara. A solas con el señor supremo de las ciudades gemelas, casi deseó que volvieran.

El color de la magiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora