Capitulo 4

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Muchas veces se ha dicho que, aquellos que son sensibles a la radiación del octarino el octavo color, el Pigmento de la Imaginación, pueden ver cosas que resultan invisibles para los demás. Así fue como Rincewind, que corría -con el Equipaje trotando tras él- por los populosos bazares de Morpork, iluminados por bengalas al anochecer, tropezó con una figura alta y sombría, se volvió para dedicarle unas cuantas maldiciones, y se encontró frente a frente con la Muerte. Tenía que ser la Muerte. Nadie más iría por ahí con las cuencas de los ojos vacías, claro. Y la guadaña que llevaba al hombro era otra pista. Mientras Rincewind la miraba horrorizado, una pareja de amantes, riéndose de algún chiste privado, atravesaron la aparición sin darse cuenta de nada. La Muerte parecía sorprendida, al menos hasta donde puede parecerlo un rostro sin rasgos móviles.

— ¿RINCEWIND? [7]—dijo la Muerte, en tonos tan profundos y pesados como puertas de plomo cerrándose en una cavidad subterránea.

— Humm, ¿no? —respondió Rincewind, intentando apartarse de la mirada sin ojos.

— PERO, ¿QUÉ HACES TÚ AQUÍ? (Bum, bum, lápidas de criptas en sólidas montanas antiguas, comidas por los gusanos...)

— Hummm... ¿por qué, digo, por qué no iba a estar aquí? —se las arregló para responder Rincewind—. Además, estoy seguro de que tienes mucho que hacer, así que te dejo...

— ME SORPRENDE QUE HAYAS TROPEZADO CONMIGO, RINCEWIND, PORQUE TENGO UNA CITA CONTIGO ESTA MISMA NOCHE.

— Oh, no, no...

— SI, ENTIENDO LA REACCIÓN. LO EXTRAÑO DE ESTE ASUNTO ES QUE ESPERABA ENCONTRARTE EN PSEPHOPOLOLIS.

— ¿En...? ¡Pero eso está casi a ochocientos kilómetros!

— NO HACE FALTA QUE ME LO RECUERDES. YA VEO QUE SE ME HA VUELTO DESCUADRAR TODO EL SISTEMA, QUE ASUNTO. MIS DISCULPAS, ¿TE IMPORTARÍA...?

Rincewind retrocedió, extendiendo las manos frente a él como para protegerse. En una caseta cercana, el vendedor de pescado seco contemplé a aquel loco con interés.

— ¡Ni pensarlo!

— TE VES PREOCUPADO, EN MI EXPERIENCIA CON USTEDES CORRER PARECE TRANQUILIZARLOS. PUEDO PRESTARTE UN CABALLO MUY RÁPIDO—ofreció la Muerte.

— ¡No!

— SE PORTA MUY BIEN, NO DOLERÁ NADA INTENTAR.

— ¡No, esto no puede estar pasando! —Rincewind se dio la vuelta y echó a correr. La Muerte le miró alejarse, y se encogió de hombros con gesto de fastidio.

— PUES QUE TE DEN. HOMBRECITO GROSERO—dijo la Muerte.

Se dio la vuelta, y vio al vendedor de pescado. Con un gruñido, la Muerte extendió un dedo literalmente huesudo, y detuvo el corazón del hombre. Pero no le sirvió de consuelo. Entonces, la Muerte recordó lo que iba a suceder aquella misma noche. No sería correcto decir que sonrió, ya que, en cualquier caso, sus rasgos estaban perpetuamente congelados en una sonrisa calcárea. Pero empezó a tararear una tonadilla, tan alegre como el entierro de un apestado, y -deteniéndose sólo para robarle la vida a una mosca de mayo, y una de sus nueve vidas a un gato que se escondía cobardemente bajo la caseta de pescado (todos los gatos ven el octarino)-, la Muerte giró sobre sus talones y echó a andar hacia el Tambor Roto.

...

La calle Corta de Morpork es, de hecho, una de las más largas de la ciudad. La calle Filigrana cruza su extremo dextro como el palo de una t, y el Tambor Roto está situado de manera que domina toda la longitud de la calle. En el extremo más lejano de la calle Corta, un objeto oscuro y oblongo se alzó sobre sus centenares de patitas y echó a correr. Al principio, su paso no era más que un trote suave. Pero, al llegar al centro de la calle y no-ver la situación, se movió con la velocidad de una flecha.

El color de la magiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora