— ¿Estás despierto?
Dosflores siguió roncando. Rincewind le pegó un codazo cruel en las costillas.
— ¡He dicho que si estás despierto!
— Sc rdfngh...
— ¡Tenemos que largarnos de aquí antes de que llegue esa flota a recogernos!
La tímida luz del amanecer entraba por la única ventana de la cabaña, demorándose sobre los montones de cajas y bultos rescatados esparcidos por el interior. Dosflores gruñó de nuevo y trató de enterrarse entre las pieles y mantas que Tetis les había dejado.
— Mira, aquí hay toda clase de armas y cosas —siguió Rincewind-. Ese tipo se ha ido a no sé dónde. Cuando vuelva, podríamos dejarle sin sentido y... y... bueno, ya pensaremos el resto. ¿Qué te parece?
— No creo que sea buena idea —respondió Dosflores—. De cualquier manera, ¿no te parece una actitud bastante desagradecida?
— Mira qué pena —le espetó Rincewind—. Este es un universo duro.
Exploró entre los montones de objetos que rodeaban las paredes, y eligió una pesada cimitarra de hoja curva que, probablemente, había sido la alegría y orgullo de algún pirata. Parecía la clase de arma que causa tanto daño por su peso como por su filo. La levantó con torpeza.
— ¿Crees que Tetis dejaría por ahí un cacharro como ése si le pudiera hacer daño, mi amigo? —le preguntó Dosflores en voz alta.
Rincewind le ignoró, y tomó posición junto a la puerta. Cuando ésta se abrió, unos diez minutos más tarde, el mago se movió sin titubear y trazó un círculo con la cimitarra a través de la abertura, a la altura aproximada donde debía estar la cabeza del troll. La hoja cortó la nada, y fue a clavarse en el marco de la puerta. Su mismo impulso derribó a Rincewind. Hubo un suspiro sobre él. Alzó la vista hacia el rostro de Tetis, que meneaba la cabeza con tristeza.
— No me habría hecho daño -dijo el troll—, pero, de todos modos, me siento herido. Profundamente herido.
Pasó sobre el mago, y arrancó la espada de la madera. Sin esfuerzo aparente, dobló la hoja hasta formar un círculo y la lanzó hacia las rocas. La cimitarra trazó un arco plateado hasta que chocó contra una piedra con un ruido metálico, antes de perderse entre las nieblas de la Catarata Periférica.
— Muy profundamente herido —concluyó. Se agachó junto a la puerta, recogió un saco que había dejado allí y se lo lanzó a Dosflores.
— Es la carcasa de un ciervo, lo que os gusta a los humanos. También hay unas cuantas langostas y un salmón marino. La Circunferencia provee —comentó, como quien no quiere la cosa.
—Tienes que tranquilizar a tu amigo, los magos son frágiles y mucho estrés puede matarlos—Miró con gesto duro al turista, y luego otra vez al caído Rincewind. Entonces notó que ambos lo miraban más fijamente de lo normal.
— ¿Qué miráis? —le dijo.
— No, es que... —empezó Dosflores.
— ...comparado con anoche... —siguió Rincewind.
— ...eres más pequeño —terminó Dosflores.
— Ya veo —respondió el troll, muy despacio—. Ahora, insultos personales.
Se irguió en toda su estatura, que en aquel momento era de un metro veinte.
— Que esté hecho de agua no quiere decir que sea de piedra, ¿sabéis?
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El color de la magia
FantasyHay un mundo particular. Un mundo plano, sostenido por cuatro elefantes que van a lomos de una tortuga espacial. Este mundo con forma de disco se llama, claro, Mundodisco. Y existe, en la periferia misma de la realidad, razón por la cual es frecuen...