Capitulo 6

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Ío el Ciego apartó su montón de fichas del tablero. Aquellos de sus ojos que se encontraban en la habitación brillaron airados. Luego, salió a zancadas. Algunos semidioses temblaron. Al menos, Offler se había tomado la pérdida de su excelente ejemplar de troll con una elegancia escrupulosa, aunque quizá algo reptilesca. El último adversario de la Dama se cambió de sitio para quedar frente a ella, con el tablero en medio.

— Caballero —saludó ella educadamente.

— Dama —replicó él en el mismo tono.

Sus ojos se encontraron. Era un dios taciturno. Se decía que había llegado a Mundodisco tras algunos incidentes terribles y misteriosos en otra Contingencia.

Por supuesto, los dioses tienen el privilegio de poder ocultar su apariencia exterior, incluso a otros dioses. En aquellos momentos, el Sino de Mundodisco era un hombre de rostro bondadoso, maduro sin ser anciano, con el cabello gris pulcramente peinado, enmarcando unos rasgos a los que una doncella no dudaría en ofrecer un vaso de cerveza ligera si aparecieran en su puerta trasera. Unos rasgos a los que un joven amable ayudaría a subir la escalera.

Excepto por los ojos, claro.

Ninguna deidad puede disimular el aspecto y naturaleza de sus ojos. La de los dos ojos del Sino de Mundodisco era la siguiente: a simple vista, parecían sencillamente oscuros, pero un examen más atento revelaría - ¡demasiado tarde! - que sólo eran agujeros abiertos a una oscuridad tan remota, tan profunda, que el observador se sentiría arrastrado inexorablemente hacia esos pozos gemelos de noche infinita, con sus terribles estrellas gigantes...

La Dama carraspeó con educación, y depositó veintiuna fichas blancas sobre la mesa. Luego, de entre los pliegues de su túnica, extrajo otra pieza, plateada y translúcida, el doble de grande que las demás. El alma de un Auténtico Héroe siempre tiene un mejor precio de intercambio, y los dioses la valoran enormemente.

Sino alzó las cejas.

— Sin trampas, Dama -dijo.

— ¿Quién podría hacer trampas al Sino? —inquirió ella.

Él se encogió de hombros.

— Nadie. Pero todo el mundo lo intenta.

— En cualquier caso, me pareció sentir que me ayudabas un poco contra los demás, ¿no?

— Por supuesto. Así, el final del juego será más dulce, Dama. Y ahora...

Rebuscó en su caja de fichas, sacó una pieza y la situó sobre el tablero con gesto satisfecho. Las deidades que observaban dejaron escapar un suspiro colectivo. Incluso la Dama se sobresaltó por un momento. Desde luego, era algo feo. La talla era insegura, como si las manos del artista temblaran de espanto ante la cosa que tomaba forma entre sus manos reluctantes. Parecía ser todo tentáculos y ventosas. Y mandíbulas, según observó la Dama. Y un gran ojo.

— Creí que todos habían muerto al principio de los tiempos —dijo.

— Quizá ni nuestra esquelética amiga quiso acercarse a éste —rió Sino. Se lo estaba pasando en grande.

— El huevo del que salió nunca debió ser incubado.

— Es lo mismo —replicó Sino poéticamente. Metió los dados en su extraña caja y levantó la vista para mirarla.

— A menos que quieras retirarte —añadió.

Ella meneó la cabeza.

— Juega —pidió.

— ¿Puedes igualar mi apuesta?

— Juega.

...

El color de la magiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora