A la Madrugada - Epílogo

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-. ¿Mamá?.-

Silencio

-Mamá.- sonó más firme la vocecita

El sonido de los pasitos arrastrándose por la alfombra era el único ruido que se escuchaba por los corredores de aquel hogar. Un par de ojitos azules llenos de lágrimas miraban entre las penumbras tanteando las paredes para encontrar la puerta que buscaba. La puerta café con Power Rangers era de su hermano, la puerta un letrero rojo era de su hermana. Siguió avanzando, muy despacito.

Una luz ilumino el cielo e instantes después, un sonido estruendoso hizo retumbar su alrededor, la pequeñita apretó sus ojos y se agacho aguantando las ganas de llorar.

-Princesa hermosa, ¿Qué haces fuera de la cama?.- la mujer de ojos claros con la voz más dulce que podía darle le levanto la carita para verla llena de lágrimas que le encogieron el corazón.

-. Yo, solo quiero a mi mamá tía Helena- el sentimiento le cerro la garganta, sus ojitos azules bailaban de desconcierto por el miedo, a la mujer se le quebró el corazón en pedazos.

-. Ven te llevo a la cama.- Helena levanto a Valentina en brazos que se dejó hacer tomando con mucha fuerza la solapa de su camisón, escondiendo su carita en su pecho amortiguando sus sollozos.

Apenas hacia 3 meses los padres de los niños Carvajal Figueroa y sus mejores amigos de años, habían sufrido un accidente fatal, dejando desamparados a 3 pequeños niños. No estaba siendo nada sencillo el adaptarse a este cambio, para ninguno de ellos, Eva de 12 años había tomado el rol de protectora de los más pequeños, era como ver a una pequeña ave recién nacida querer volar sin tener plumas, su temperamento fuerte y firme ya le estaba dejando entre ver lo complicada que sería su adolescencia y lo que les esperaba a su esposo y a ella. Guillermo de 7 permanecía siempre callado su mayor apoyo había sido Gustavo su esposo, que lo animo a hacer deportes juntos, salir a correr.

Y luego estaba Valentina, que acababa de cumplir 4 años, era prácticamente una bebé a la que la vida se había arrebatado a sus padres cuando aún tenía tantísimo que aprender de ellos. Una pequeña niña que no sabía cómo debía procesar lo que estaba pasando, el por qué se habían tenido que mudar a otra casa, porque su hermano a veces lloraba tanto que se quedaba dormido en el sofá y su tío Gustavo lo tenía que llevar en brazos a dormir, por qué su hermana siempre parecía que estaba enojada y a veces la regañaba muy fuerte, y la asustaba y a veces, le pegaba a las almohadas de su habitación. No acababa de entender porque mamá y papá los habían dejado con sus tíos y porque compartía la habitación con decorado de princesas de Disney con Lucía.

Valentina siempre fue un torbellino de energía, era el tipo de niña que no podías quitarle el ojo de encima, porque se sabía que terminaría perdiendo en algún rincón de la casa, o que escalaria un árbol tan grande sin importar caerse. Esa siempre había sido ella. Ya no lo era.

Era temerosa e insegura y sabía que no podía juzgarla. El terapeuta les comento que tardaría al menos un par de años en entender lo que sucedio y esta era la manera en que ella afrontaba su duelo. Al llegar a la camita de la niña dio un vistazo y pudo ver a su hija profundamente dormida. Deposito a Valentina con cuidado y se metió en la cobija junto a ella, la pequeña estaba temblando en sus brazos.

-. ¿Por qué ya no puedo ver a mi mamá, tía?.- pregunto mirándola con sus ojitos azules rojos por las lágrimas.

Helena suspiro y le quito de la frente unos cabellos rubios y comenzó a acariciarla para tratar de arrullarla.

-. Vale, tu mami y tu papi, se tuvieron que ir, pero siempre van a estar contigo y nosotros vamos a estar cuidando de ti y de tus hermanos.- dijo la ojiverde mientras le daba un beso en la frente de la pequeña.

IntransferibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora