En Corea había llegado la temporada de lluvias, Ji Hye quien pasaba casi todo el día trabajando apenas podía pagar un cuarto pequeño y frío, sin siquiera tener una cama en la cual recostarse ahora que la humedad traspasaba las delgadas paredes del viejo cuarto al que regresaba cada día.
A causa del constante frío durante las noches enfermó, cosa que no le impedía poner todas sus fuerzas en salir a trabajar ese día también. Gracias a la fiebre se sintió más largo y pesado de lo usual, unas horas más y podría terminar su turno para descansar un poco.
El regreso a casa fue peor de lo imaginado, pues el último tren ya pasó y no tenía suficiente dinero para un taxi, los buses ya no pasaban a esa hora y al no traer dinero para un paraguas no le quedaba más remedio que caminar. La lluvia comenzaba a caer con más fuerza mientras el viento frío helada su cabello mojado, mantenerse en pie era cada vez más difícil.
Pasando por una pequeña tienda de convivencia aprovechó para refugiarse un momento de la lluvia, apoyó su espalda en la pared para cerrar los ojos un minuto mientras repita fuerzas.Fue entonces que sin darse cuenta alguien pasó por su lado.
Pasados los minutos decidió seguir su camino, para su mala suerte en el momento en que trató de enderezarse un mareo provocó que perdiera el equilibrio.
—¿Te encuentras bien? –la persona que había pasado junto a ella hace un rato la sostuvo cuando estuvo a punto de caer.
— Si, lo siento mucho. Solo fue un pequeño mareo –respondió la pelinegra.
— ¡Estas ardiendo en fiebre! –el chico se alarmó al tocar su frente y mejillas rojas.
Por primera vez ella levantó la vista para observar el rostro de la persona que ahora demostraba preocupación por ella. Sus ojos se encontraron y un escalofrío recorrió su cuerpo.
Los ojos de aquel chico brillaban en la sombra de la capucha de su chaqueta, un rojo carmín ibnotizante que contrastaba con su oscuro cabello azabache que asomaba en su frente. Un extraño sentimiento de familiaridad inundó su pecho y un nudo se formó en su garganta. Sus latidos acelerados mientras sentía ganas de llorar fueron como un remolino de emociones que nunca había experimentado.
Antes de poder decir algo más su vista se nubló, perdió la conciencia en los brazos de aquél chico misterioso.
Al abrir los ojos se encontraba en su habitación, su fiebre había desaparecido y su cuerpo se sentía más ligero.
— ¿Fue un sueño? –
La inquietud en su pecho permanecía al recordar aquellos ojos de color tan peculiar, al fin y al cabo no supo cómo llegó a casa ni como se curó tan pronto, pero en ese momento lo único que deseaba sin saber la razón era que, si en realidad fue solo un sueño, al menos esperaba volver a soñar con él algún día.