CAPÍTULO XXX

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Buen día gente, éste es el penúltimo capítulo.

CAPÍTULO XXX.- LA CAÍDA DE LA RATA

La grandeza de la existencia no se mide por los años, ni por los meses...
Ni siquiera por cada uno de esos días en que una recibe el inigualable poder para abrir los ojos y levantarse...Se mide por todos aquellos trozos de vida, esos que solamente aparecen una vez en la esquina inferior de cada cien hojas en una revista.
Pequeños recuadros de formas imperfectas.
Asimetrías que tienen capacidad para conjuntarse y formar un muro constituido por orgasmos, amargura, aceleración de la respiración, la desesperación, las risas, el dolor y un sin fin de sensaciones que nos marcan de manera permanente; Ladrillos que representan cada uno de los gritos de ira, los gemidos de placer, de las lágrimas de dolor...fragmentos de un alma despedazada, las gotas de adrenalina derramadas...
Tal y como lo describe Roger Waters en su metáfora tripartita nombrada "Another Brick in the Wall".

PERSPECTIVA DE PEPA

Durante muchos años construí mi edificio a base de armas de fuego, de despilfarrar carretillas de Euros, de lavarme las manos con sangre plebeya y podando la jungla de asfalto con los neumáticos de mi Porsche.
Tal y cómo lo haría el legendario Alexander De Large. No es extraño que simpatice tanto con el mítico personaje creado por la atormentada, retorcida y brillante mente de Anthony Burges. Tanto Alex, como yo gozamos jugando a los "Cerdos del camino".
Era la ejecución perfecta, (aunque a nivel metafórico) de los valores Nietzsneanos, por los que siempre me había regido.
Pero hoy...Hoy es diferente.
Porque entonces, un día nublado del mes de Mayo apareció ella, con el infierno destellante por todo su cabello y esos ojos negros qué tan lindo juego hacían con mi alma, pero que al mismo tiempo dieron paso a la apertura los míos, solamente para obligarme a emprender un vertiginoso viaje introspectivo y encontrar que mi material empleado para la construcción era de pésima calidad.
Porque la vida es una puta pared cuya grandeza solamente es posible cuantificar mediante cada una de las briquetas capaces de sacudir al cuerpo por el miedo, momentos indelebles que consiguen provocar espasmos por todos los músculos, que hacen tiritar los huesos y castañear los dientes, no por el frío, sino por el calor de un abrazo.

Es perturbador descubrir que la culpa sí existe y que el remordimiento no es el equivalente de absurdo e inservible a la mordida de un perro sobre una piedra como creí.

Todas las jodidas paredes que intenté construir se desmoronaron con el insignificante aleteo de una mariposa, con el frágil movimiento de un trébol de cuatro hojas.
Y cuando ella llegó, trajo consigo carretadas del más fino y resistente de los concretos.
Y finalmente terminé de construir.

¿Cómo conseguí llegar tan lejos?

Solamente los recuerdos y las huellas de su perfume por toda mi piel quedaron como testigos y se encargarán de responderlo.

HOY SOLAMENTE SÉ, QUE MI PUTA PARED SE LLAMA SILVIA CASTRO.
Y que me encantaría colocarle dinamita a todo su alrededor.
Pero mientras yo me encuentro imposibilitada para hacerla volar en pedazos, el alma se me desdobla del cuerpo para incrustarse con todas sus fuerzas en el acelerador del carro. Se incrusta en él con la misma fiereza que desearía incrustarme los dedos en el cerebro y extraer todo el expediente con el nombre de Silvia Castro León; Solamente para quemarlo y eliminar cualquier vestigio que pudiera quedar en mí de su existencia.
Y aprieto el acelerador con más fuerza.
Aprieto los dientes como si quisiera desmoronarlos para esculpir un corazón roto con las migajas del tejido calcificado.
Me tiemblan las manos. Es como sí no fuese capaz de controlar el timón de mi bebé amarillo. No sé si me fallen los reflejos ó es solamente que éste no es mi hijo legítimo. Al otro Silvia lo mató, de la misma manera en que ha matado tantas otras cosas en mí: La dignidad, el orgullo, mi voluntad.

ARDER CONTIGO EN EL INFIERNO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora