Decir que mis padres se enfadaron es decir poco.
Fue el señor Tattenhall, nuestro malhumorado vecino de enfrente, quien llamó a la policía para quejarse del ruido de la fiesta. A su vez, cuando la policía se presentó en mi casa se puso en contacto con mis padres, que adelantaron su regreso a Michigan.
Cuando llegaron el domingo por la mañana, Michelle y yo ya nos habíamos encargado de limpiar cualquier rastro de la fiesta, pero mi madre entró por la puerta como un vendaval y pasó al menos media hora revisando que no se había roto nada ni que nos hubiesen robado.
Mi padre, por el contrario, se quedó plantado frente a mí de brazos cruzados, mirándome con una profunda decepción en los ojos.
—Jamás habría esperado esto de ti, Ashley —dijo—. No te molestes en intentar excusar lo inexcusable. Estás castigada. A partir de ahora solamente saldrás para ir al instituto y a tus actividades extraescolares. Quiero que me digas a dónde vas cada vez que salgas por esta puerta —sentenció.
—Pero... —empecé a decir, intentando defenderme.
—Ya me has oído. Nunca te hemos controlado porque confiábamos en ti, pero has perdido nuestra confianza. Tendrás que volver a ganártela.
Mi padre nunca se había puesto tan serio conmigo. Normalmente, cuando discutíamos, me dejaba hablar y exponer mi punto de vista, pero estaba claro que en aquella ocasión estaba demasiado furioso.
Me dije a mí misma que lo mejor era mantener la boca cerrada y asentir. Y eso hice.
Di media vuelta para subir a mi cuarto.
—Ashley, no he terminado —me soltó mi padre. Yo me quedé clavada en el sitio y volví a girarme para mirarle—. Como es obvio, tienes terminantemente prohibido volver a salir con esos nuevos amigos tuyos. Está claro que han sido una mala influencia para ti.
Quise decirle que se equivocaba. Aunque la fiesta hubiese sido idea de Corey, fui yo quien aceptó organizarla. Toda la responsabilidad era mía.
Pero no dije nada, sino que volví a asentir y subí corriendo a mi habitación.
Aquella noche escuché al menos cuatro veces el disco de Black Sabbath que Ben había traído a la fiesta. Se lo habían dejado olvidado en mi radiocasete y no pude dejar de rebobinarlo una y otra vez, tirada en el suelo de mi habitación. Estaba enfadada y el tipo que cantaba también lo estaba. Aquello, de alguna manera, me hizo sentirme menos sola.
☼ ☼ ☼
El lunes no hablé con ninguno de los chicos. Jules me saludó por los pasillos (algo muy raro en ella), pero yo la ignoré.
La única persona con la que hablé a lo largo de la mañana fue con Michelle, aunque, a modo de pequeño acto de rebeldía contra mi padre, ese día me vestí con ropa que él jamás aprobaría: unos vaqueros que había rasgado yo misma antes de salir de casa, una camiseta ajustada y una enorme cazadora negra que había heredado de mi primo Simon. No me molesté en peinarme y me puse las deportivas más viejas y sucias que tenía.
Michelle no comentó nada sobre mi aspecto hasta por la tarde, cuando mi madre me llevó ella misma al instituto para ir al club de matemáticas.
—¿Qué dicen tus padres de tu nuevo look? —quiso saber mi amiga.
Mi padre me había mirado con los ojos entornados durante la comida, pero no había comentado nada. Mi madre simplemente me había sugerido que me cambiase de camiseta.
—Son demasiado listos para dejarse provocar. Casi no han dicho nada —respondí, encogiéndome de hombros.
Pero me fastidiaba que no se hubieran enfadado conmigo. Dios, ¿qué me estaba pasando? ¿Desde cuándo quería discutir con mis padres?
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Una chica mala
Teen Fiction«Ni tú eres tan malo ni yo soy tan buena, ¿no crees?» . . . Ashley Coleman es la hija que todos los padres del mundo desearían tener: tiene unos modales perfectos, saca unas notas excelentes (sobre todo en matemáticas), no fuma, no bebe, acude sin r...