Capítulo 30

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Cualquier rastro de la reticencia y el recelo que había desarrollado a escuchar el disco se esfumaron y fueron sustituidos por curiosidad. Mucha curiosidad.

En cuanto llegué a casa cerré la puerta de mi cuarto y saqué el disco de la estantería.

Fui a por el casete y busqué los auriculares, decidida a oírlo entero, aunque parecía tener bastantes canciones.

Me quedé mirando la portada unos segundos y, con un suspiro, abrí la cajita de plástico para sacar el CD.

Pero, cuando lo hice, algo cayó al suelo.

Era un papel. Me agaché para recogerlo y fruncí el ceño. Tenía muchos dobleces.

¿Qué hacía eso ahí? Empecé a pensar en todas las posibilidades sin ser apenas consciente de ello y se me aceleró el pulso.

Jason debía de haberlo dejado ahí para mí, quería que lo viera. Por eso estaba tan interesado en saber si había escuchado el disco.

Empecé a desdoblar el papel, que en realidad era la hoja arrancada de un cuaderno. Me empezaron a temblar las manos mientras lo hacía.

Al fin pude leer lo que ponía.

Sabía que existía, él me lo había dicho. Pero pensaba que era algo que tenía en la cabeza, no que realmente lo hubiese escrito, le hubiese puesto título y hubiese enumerado las diferentes cosas.

Era su lista de prioridades.

Mis ojos se fueron directos a lo alto de la lista, al primer puesto.

Juro que mi corazón se saltó un latido cuando leí lo que ponía.

Mi nombre.

Había escrito «ASHLEY COLEMAN» ahí arriba, con una caligrafía un poco irregular.

No podía respirar.

Ahora entendía por qué había dicho que no me asustara.

Y no estaba asustada.

Estaba muerta de miedo.

Al borde de un ataque de pánico.

Eso tenía que ser un error. No conseguía procesarlo, no conseguía asimilar las implicaciones que lo que acababa de descubrir conllevaba.

Él había dicho que lo buscase o lo llamase por teléfono y, sin pensarlo, agarré el abrigo de donde lo había dejado tirado encima de la cama, me metí el papel en el bolsillo y salí de mi cuarto en dirección a la planta baja.

Bajé las escaleras tan rápido como pude y pasé corriendo por el pasillo. A lo mejor estaba actuando como una idiota. A lo mejor tenía que pararme a reflexionar un poco antes de ir a buscar explicaciones, pero estaba tan alterada que no podía pensar con claridad.

—¡Ashley! —me gritó mi madre cuando yo estaba a punto de abrir la puerta para salir—. ¿A dónde vas? ¿Con Samuel?

¿Samuel? Me entró la risa.

—Vengo enseguida —solté, sin querer pararme a discutir. Aceptaría cualquier castigo a mi regreso, necesitaba hablar con Jason.

Pero lo que dijo mi madre hizo que me quedase quieta en medio de la entrada, dándole la espalda.

—¿Cuándo pensabas decírnoslo?

Me di la vuelta lentamente para mirarla.

—¿Deciros qué? —pregunté, con cuidado.

Sinceramente, a aquellas alturas había perdido la cuenta de los secretos que había ido acumulando. ¿De qué se habrían enterado? A lo mejor la abuela me había delatado.

Una chica malaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora