—¿Y tus padres no se enteraron de nada? —se sorprendió Michelle.
Era domingo por la mañana y estábamos saliendo de la iglesia después de misa. Durante el sermón le había contado en susurros todo lo que había pasado la noche de Halloween.
—Ellos creen que pasé toda la noche en mi cuarto —confirmé.
Tanto mis padres como los suyos solían entretenerse hablando con la gente de la parroquia a la salida de misa, así que mi amiga y yo hicimos lo de siempre: fuimos a sentarnos a uno de los bancos que había frente a la iglesia.
Michelle iba tan arreglada como siempre, con una falda larga color beige, una camisa blanca con detalles de encaje y el pelo, suelto y largo hasta la cintura, adornado con un lazo.
Yo me había puesto un vestido blanco que me llegaba hasta las rodillas y me había recogido el pelo en una coleta. Casi podía escuchar a Jules llamándome saco de patatas.
—Bueno, parece que vas ganándote la confianza de todos —comentó Michelle, jugueteando con la tira de su bolso marrón.
—Eso creo. Ya he averiguado un montón de cosas sobre ellos. Casi puedo saborear esos trescientos dólares —bromeé—. Y no te olvides de lo que dijiste de conseguir que el señor Thornton no volviese a obligarme a cantar en el coro.
—No me he olvidado —se rio ella—. Pero no corras tanto, creo que todavía te queda trabajo por hacer. Puede que Jules, Ben y Corey ya te consideren su amiga, pero Jason no.
Jason. Resoplé al instante.
—Me pidió que le ayudase a copiar en un examen —repliqué—. Eso solo se le pide a un amigo.
—Pero no sabes nada sobre él, sobre su familia. Y pensándolo bien tampoco sabes mucho sobre Corey.
—Bueno, ¿pero esto va de hacerme su amiga o de conseguir información para que puedas cotillear? —le contesté, entre risas.
—Un poco de las dos cosas, Ashley.
—¡No tienes remedio! —seguí riéndome.
Fue entonces cuando mis padres se acercaron a nosotras. Me levanté enseguida y me despedí de Michelle, dando por supuesto que me dirían que me metiese en el coche para volver a casa.
—Ashley, cielo, tu padre y yo queremos que saludes a los señores Anderson.
Puse los ojos en blanco. Los Anderson eran la familia de Johnny y además eran amigos de mis padres desde que yo tenía memoria. El matrimonio era tan aburrido que me dormía con solo escucharlos. Y tenían tres hijos: Samuel, el mayor; Johnny con quien yo coincidía en el club de mates y Natalie, que tenía dos años menos que yo, pero que estaba estudiando en no sé qué internado súper prestigioso en Nueva York.
Así que me preparé para decir hola a los padres de Johnny y hablar con él de las clases del señor Olsen.
Pero cuando llegamos hasta ellos vi que Johnny no estaba solo, sino que su hermano Samuel le acompañaba.
—¡Aquí estás! —soltó la señora Anderson en cuanto me vio—. Estás guapísima, Ashley.
Asentí con una sonrisa forzada.
—¿Te acuerdas de Samuel, Ashley? —me preguntó mi padre.
—Hola, Ashley —me saludó el hermano de Johnny antes de que yo pudiese decir nada.
Samuel y Johnny se llevaban dos años, así que Samuel estaba en su segundo año de carrera. Estaba estudiando Derecho en Berkeley.
—Hola —contesté, sin muchas ganas.
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Una chica mala
Teen Fiction«Ni tú eres tan malo ni yo soy tan buena, ¿no crees?» . . . Ashley Coleman es la hija que todos los padres del mundo desearían tener: tiene unos modales perfectos, saca unas notas excelentes (sobre todo en matemáticas), no fuma, no bebe, acude sin r...