Capítulo 28

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Llamé a Jules la tarde de Navidad.

Pensé que sería su padre quien contestase, pero la voz que se escuchó al otro lado de la línea cuando descolgaron el teléfono fue la suya.

—¿Sí?

—Hola, Jules. Soy Ashley —respondí.

Me la imaginé frunciendo el ceño con disgusto.

—¿Cómo has conseguido mi número? —quiso saber, con un tono afilado—. Mira, da igual. Simplemente no vuelvas a llamar.

—¡No! —chillé—. No cuelgues, por favor. Me ha llevado casi dos horas encontrar tu teléfono en el listín. ¿Tienes idea de la cantidad de gente con el apellido Wilson que hay en Detroit?

—Pues llama a otro Wilson y moléstale a él —gruñó—. Estoy muy ocupada preparando la cena de esta noche. Sopa de lata de un dólar, ya sabes.

—Jules, por favor —supliqué—. Déjame hablar. Solo serán dos minutos.

Ella se lo pensó.

Había sido buena idea llamarla por teléfono y había merecido la pena gastar tiempo en buscar su número. Hablando así, ella no podía amenazar con golpearme y yo podía pensar mejor lo que decía.

—Está bien —suspiró—. Dos minutos.

Asentí, aunque no pudiese verme.

—Lo siento —empecé a decir—. Tienes razón: lo que he hecho ha sido horrible, tienes todo el derecho del mundo a estar enfadada conmigo y odiarme. Pero quiero que sepas que no lo hice con mala intención. Yo no sabía lo que pretendía Michelle. No sabía que habíais ido juntos al colegio y que hubo problemas entre vosotros.

» Y sé que lo estás pasando mal y que precisamente yo no soy la más indicada para intentar consolarte, pero creo que debería darte igual lo que diga la gente. Yo creía que te daba igual. Que te importaba un pimiento tu mala reputación, que incluso te gustaba.

» Entiendo que no podamos llevarnos bien, pero, por favor, no me odies.

Silencio. Cuando mi voz se apagó ella no dijo nada. Escuchaba ruido de fondo, proveniente de su casa. Quizá su padre estaba ahí al lado, viendo la tele en el sofá. Yo estaba sola en mi cuarto, utilizando todo mi autocontrol para no empezar a comerme las uñas hasta los codos.

Segundos después la escuché resoplar.

—¿Cómo puedes ser tan dramática? —me espetó, todavía hastiada—. No te odio. Odiar es una palabra muy fuerte, ya te lo dije una vez. Y sí, me daba igual lo que dijeran de mí, porque solo decían mentiras. Era divertido ver qué se inventaba la gente. Pero ahora es diferente, les has dado material 100% verídico para fabricar los insultos más crueles.

» Pero es que lo peor no es lo que digan de mí, lo peor es lo que están haciendo con los chicos. Jason es duro, puede aguantarlo, ¿pero y Ben y Corey? Les están machacando.

—Lo sé —dije—. Ojalá pudiera cambiarme por ellos. Sé que la gente también anda diciendo cosas horribles de mí, pero no es nada comparado con lo vuestro.

Jules volvió a quedarse en silencio unos momentos. Pensé en lo que había dicho Jason sobre que primero tenía que soltar todo el veneno para poder hacer las paces.

—Podrías habérmelo dicho —masculló—. Lo habría entendido. Joder, trescientos pavos son trescientos pavos. Y tú no nos conocías de nada. Yo también habría vendido a cuatro pringados por esa pasta, incluso por menos.

Negué.

—Pero yo no lo sabía, Jules. No sabía lo que quería hacer Michelle. Me la jugó. Y al final yo ni siquiera quería el dinero, ya casi me había olvidado de la apuesta. Ya no erais desconocidos para mí —expliqué—. Yo ya os consideraba mis amigos.

Una chica malaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora