Después de comer, en lugar de hacer los deberes, empleé todo mi tiempo libre antes de ir al entrenamiento en buscar una excusa creíble para evitar que mi madre viniese a recogerme justo a la salida, como siempre hacía.
Intenté pensar en algo plausible y que no despertase ninguna sospecha, pero lo cierto era que no se me ocurría ninguna excusa mejor que la de decirle que había quedado con Samuel. Sí, era cierto que había dicho que iba a destapar aquella farsa frente a mis padres cuanto antes, pero también era verdad que si le decía a mi madre que iba a salir con Samuel no haría ninguna pregunta ni se extrañaría lo más mínimo.
Así que, mientras íbamos en el coche camino del instituto, respiré hondo y me preparé para mentir.
—Mamá, Samuel va a venir a buscarme después del entrenamiento —solté—. Hemos quedado.
Ella frunció un poco el ceño, aunque yo la conocía demasiado bien como para notar que estaba intentando reprimir una sonrisa.
—¿No se había ido ya a California? —inquirió.
—No, qué va. Todavía sigue por Detroit, aunque no tardará en irse. Quiero aprovechar el máximo tiempo posible con él.
Nada más lejos de la realidad, pero lo dije con soltura. El idiota de Samuel había tenido toda la razón del mundo al decir que seguir adelante con esa mentira iba a ser ventajoso para ambos. Aun así, yo seguía pensando que tenía que aclarar las cosas con mis padres cuanto antes.
Pero, de momento, podía sacarle un poco de partido a la situación en mi propio beneficio.
—Ah, genial entonces —repuso mi madre—. Pero te quiero en casa a la hora de cenar, ¿vale?
Asentí con vehemencia.
—Por supuesto —respondí, obediente. Ya habíamos llegado, así que me bajé y le dediqué una sonrisa antes de echar a andar hacia la puerta del instituto—. Adiós, mamá.
Era nuestro último entrenamiento antes de que comenzase la competición, así que hicimos más bien poco: el señor Olsen se dedicó a darnos consejos para controlar los nervios, resolvimos algunos problemas en grupo y estuvimos comentando los equipos de otros institutos con los que podríamos llegar a enfrentarnos una vez que venciéramos a Pritchard en el primer torneo.
Hasta el señor Olsen parecía un poco inquieto, así que no se opuso cuando, quedando cinco minutos para acabar la sesión, empezamos a recoger nuestras cosas.
Salí junto a Stacey, que, además de haberse aprendido mi nombre, últimamente estaba intentando no ser desagradable conmigo. No era como si nos hubiéramos convertido en las mejores amigas del mundo, pero ahora que habíamos dejado atrás las pullas y los insultos podíamos soportarnos mutuamente.
—No va a malas —le dije cuando ya estábamos saliendo por la puerta principal—, pero dale un último repaso a trigo este finde. Creo que todavía no terminas de pillar los problemas del bloque tres.
La pelirroja resopló a mi lado. Tenía el pelo recogido en una coleta y llevaba una cazadora vaquera que me dio toda la impresión de que era la de Corey, pero no dije nada.
—Ya has oído al señor Olsen: nada de repasos a última hora.
—No hay que seguir todo lo que diga al pie de la letra, ¿sabes?
Pero yo ya sabía que no iba a convencerla para que me hiciese caso.
—Parece que han vuelto a castigar a Reed —comentó entonces Stacey.
Seguí la dirección de su mirada y encontré a Jason con la espalda apoyada contra la verja delantera del instituto. Estaba liándose un cigarrillo.
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Una chica mala
Teen Fiction«Ni tú eres tan malo ni yo soy tan buena, ¿no crees?» . . . Ashley Coleman es la hija que todos los padres del mundo desearían tener: tiene unos modales perfectos, saca unas notas excelentes (sobre todo en matemáticas), no fuma, no bebe, acude sin r...