Capítulo 9

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—No viniste —fue lo primero que dijo Michelle cuando le abrí la puerta de mi casa el sábado por la tarde. A mí me costó unos segundos entender a qué se refería—. El señor Olsen se enfadó un montón.

Me mordí el labio.

—Bueno, he tenido dos clases con él desde entonces y no me ha dicho nada.

«Ni tampoco ha llamado a mis padres para contarles que hice pellas», pensé.

—Quizá te esté dando otra oportunidad.

—Intentaré ir a la próxima reunión.

—Bien. Te necesitamos de verdad, Ashley. Nos eliminarán en la primera ronda si no estás en el equipo, lo sabes, ¿verdad?

Asentí. Sí, ya sabía que yo era la mejor en matemáticas de todo el instituto, pero en ese momento tenía cosas más importantes de las que preocuparme. Como prepararlo todo antes de que Jason y sus amigos se presentasen en mi casa.

Michelle y yo subimos a mi cuarto a mirar la música que podríamos poner.

—Además de música necesitaremos comida y bebida —comentó mi amiga, que estaba mirando con curiosidad un disco de los Beatles.

—Lo tengo controlado. Ayer compré patatas fritas y Coca-Colas.

Michelle asintió.

—¿Y qué vas a ponerte? —quiso saber.

Yo me encogí de hombros. En ese momento llevaba unos vaqueros y un jersey marrón de cuello alto. Tenía el pelo recogido en una coleta sencilla.

—¿Tengo que cambiarme de ropa?

—Bueno, lo cierto es que he estado pensado y, si quieres ganar la apuesta y llegar a conocerlos bien a todos, no solo tienes que actuar más como ellos, sino también vestir como ellos.

Fruncí el ceño.

—¿Quieres que me disfrace de chica mala?

—No. Es más como... Si a tus padres les diese igual la ropa que llevases, ¿qué te pondrías?

Me detuve a pensar en ello durante unos momentos. Recordé a Jules preguntándome si iba disfrazada de saco de patatas en el baile de bienvenida.

¿Me gustaba vestir así o solo vestía así porque era lo que mis padres querían que hiciera?

Decidí que se trataba más bien de lo segundo.

—Creo que sé a qué te refieres —acabé diciéndole a Michelle.

Las dos nos pusimos a rebuscar en el fondo de mi armario. Allí, debajo de toda la ropa que mi madre me había comprado, había cosas que casi nunca me había puesto.

Al final escogí una minifalda vaquera, un top de cuello alto sin mangas que me quedaba bastante ajustado y unas sandalias negras con plataforma. Decidí soltarme el pelo y despeinármelo un poco.

Me parecía un poco a Jules. Parecía que acababa de despertarme y me había puesto lo primero que había encontrado en mi armario lleno de faldas cortas, camisetas estrechas y zapatos altos. Solo me faltaba maquillarme, pero Michelle no pudo convencerme para hacerlo.

Después de eso bajamos a la cocina, donde pusimos las patatas fritas en un bol y sacamos los refrescos de la nevera.

Estaba probando a meter un disco en el radiocasete cuando Michelle empezó a preguntarme cómo me había ido la otra tarde en casa de Ben.

—Espero que mereciese la pena saltarse el entrenamiento de mates, ya sabes —dijo.

Yo le conté brevemente lo que había pasado, incluyendo la discusión que había escuchado a escondidas y cómo había abrazado a Ben después de eso.

Una chica malaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora