Eran las siete de la mañana. Habían pasado tres días desde que Shilley y yo nos acostamos, tres días de soledad y sufrimiento. No he salido de casa, apenas como. Los brazos están repletos de marcas. ¿Eso quería Shilley? ¿Verme sufrir?
Mi móvil sonó. Era Shilley, otra vez. No para de llamarme, pero no pensaba cogerlo. ¿De verdad cree que voy a contestar?
Me senté en el suelo de mi habitación, apoyada en la pared, y ojeé mi cuaderno rojo. Sonreí irónicamente al leer y recordar lo que pensaba de Shilley. Tiene carita de ángel, pero es todo lo contrario.
Llamaron a la puerta de mi habitación.
-Entra. -Dije sin ganas.
Mi madre entró en mi habitación, mirándome preocupada.
-¿Quieres comer algo? -Dijo mientras se acariciaba las manos.
Yo solo negué con la cabeza, mirando al suelo.
-Estás mucho más delgada, necesitas comer. -Insistió.
-Al menos sacaré algo bueno de todo esto. -Dije mientras me encogía de hombros.
Ella solo suspiró mientras me miraba. Levanté la vista, dejando que viera mis ojos rojos de tanto llorar.
-¿Quieres algo más? -Dije.
-Sí.. Tu director ha llamado. Dice que hoy tienes que ir ya a clase.
No me apetecía lo más mínimo, me obligaría a volver a verla, pero quizás me venga bien distraerme con los estudios y ver el sol. Me levanté y busqué ropa en el armario sin decir nada. Mi madre sonrió vagamente al ver que iría a clase, no ha parado de decirme que salga a que me de el aire, que baje al menos al salón, o que abra las cortinas y que me de el sol. Gracias a mi estado de ánimo, ahora dice que soy un vampiro.
Oí como la puerta se cerró, mi madre ya se había ido. Me puse unos pantalones anchos y una sudadera, la más grande que tenía. Apenas se me veían las manos, me encantaba.
Bajé al salón para salir de casa, pero mi madre me detuvo.
-Hace calor, no te abrigues tanto. -Dijo.
-Soy friolera.
-Pero vas a pasar mucho calor. -Siguió diciendo mientras intentaba subirme las mangas.
Yo me aparté deprisa. Lo último que quería era que viera mis brazos.
-Si tengo calor, me remango, no montes drama. -Le dije borde.
Salí de casa deprisa, después de discutir con mi madre por no querer desayunar. Al llegar al instituto, mis compañeros ni me miraron. Entre la gente ví a Cersei, que me miraba de lejos. La miré a los ojos, y ella sonrió forzosamente.
Sonó la campana y cada uno entró en su clase, pero Shilley no estaba. No sabía si eso me alegraba o me entristecía.
Solo habían pasado cuatro minutos de clase cuando llamaron a la puerta. Todos miraron para ver quien era, pero yo seguí cogiendo apuntes de la pizarra, sin hacer caso a la persona que quería entrar en clase.
-Siento llegar tarde. -Dijo una voz muy familiar para mí.
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