Fortaleza y virtud

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JongIn inició una cómoda sesión de caricias sobre sí mismo con expresión imperturbable, igual de calmado y tranquilo como era normal verlo en las calles. Tanta difusión de paz provocó que, irremediablemente, KyungSoo terminara relajándose en la comodidad de sus piernas.

—El joven maestro KyungSoo es quien me salvó en antaño, cuando este aprendiz era un niño que se perdió en el bosque. Me rescató de ser devorado por un monstruo y me llevó de regreso a casa —dijo cariñosamente mientras paseaba sus dedos tras sus orejas levantadas. KyungSoo alzó su pequeña cabeza y cruzó una mirada con el menor, quien sonreía con indulgencia y afecto—.

Su pobre corazón, incapaz de sentir toda aquella marea de sentimientos hacia este hombre delante de él, corrió a toda velocidad, tan fuerte, tan contundente, que KyungSoo temió que se saliera de su pecho y expusiera todo lo que había escondido en su interior. Agradeció entonces estar preso en este cuerpo, porque de lo contrario era más que seguro que se encontraría enormemente sonrojado.

Un bajo y corto aullido salió de su boca y movió su cuello para poder lamer el dorso de la mano de JongIn con infinita reverencia, refugiado en sus costumbres silenciosas; después de todo, ¿quién iba a decirle a JongIn que esta muestra de afecto era especialmente dada entre parejas establecidas de su especie?

Kim HwaSa pareció mostrarse gratamente satisfecha. Los bordes de sus ojos se suavizaron aún más y con los hombros relajados bebió un nuevo sorbo de té.

—Así que este es ese joven maestro. Entonces me alegra conocerlo finalmente, mi JongIn nunca dejó de hablar de usted y yo me encuentro agradecida por su intervención desde aquel día. Es una deuda que nunca podré pagarle —su cabeza, adornada con exquisitos tocados y joyas, se inclinó en una corta pero sincera reverencia—.

La imagen era nada más que sorprendente: una mujer importante e influyente inclinándose ante nada más y nada menos que un zorro. KyungSoo jamás lo hubiera imaginado, tampoco lo quiso ni aceptó, mucho menos viniendo de esta mujer justa y de buen corazón. ¿Cómo podría? Kim HwaSa era la madre de JongIn, el único punto de paz y confianza con el que el chico contaba. Permitir que esto ocurriera era inimaginable e inaceptable.

Aulló su desacuerdo y ella pronto se incorporó, una sonrisa floreciendo en sus labios rojos. Acomodó sus mangas y volvió a su posición recta y respetable, como siempre debería estar: siendo digna, intocable e igual de fuerte.

—El joven maestro KyungSoo es una persona de carácter. Aparentemente de buen corazón, lleno nada más que de buenas intenciones. Me alegra saber que mi hijo se encuentra en buenas manos. JongIn, cuida bien de él; las deudas de los Kim se pagan hasta el último suspiro de nuestra vida.

—Lo haré, madre —se escuchó la complacencia en su voz y KyungSoo le mordisqueó un dedo—.

JongIn y HyeJin hablaron por un largo tiempo, haciéndose preguntas de rutina y nada más que formales. KyungSoo pronto se aburrió, porque no estaba acostumbrado a ese tipo de reuniones (tampoco estaba especialmente entusiasmado con la idea de iniciarlas en un futuro próximo) donde todo era monótono y el diálogo parecía sacado de algún pergamino lleno de reglas a seguir. Y es que HyeJin podría ser una madre especialmente atenta, dulce y comprometida con las decisiones y los caminos que tomaban sus hijos, pero había sido entrenada para ser una Kim y comportarse como tal. Vivir tanto tiempo con HyeSuk debió dejar sus consecuencias, y en este caso era que se había perdido gran parte de la esencia de los Ahn en ella.

Finalmente, cuando estaba a punto de darse por vencido y quedarse dormido en las piernas de JongIn, Kim HwaSa dejó su vaso sobre la mesa y su rostro adoptó una mirada seria y complicada que su hijo no tardó en imitar. Atraído por la nueva aura en la sala, KyungSoo abrió los ojos y sus orejas se levantaron con un revitalizado interés.

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