El gran Tiber

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Elizabeth (P.O.V.)

Los soldados romanos se quedaron inmóviles frente a nosotros, el que se encontraba justo frente a Casio entrecerró los ojos en un intento de ver mejor la moneda. En lo que decidían si viviríamos unos minutos más o no inspeccioné a los romanos y el lugar. Los jóvenes frente a nosotros parecían tener al menos 18 años, nos ganaban en altura a todos incluso a Casio. Eran musculosos, con narices rectas y cabello oscuro con suaves ondas pero pegado a sus frentes por el sudor. Portaban armaduras doradas y cascos que lucían tan viejos que seguramente pertenecían a sus tatara-tatara-tatara-abuelos, debajo de estos portaban ropa normal justo como nosotros, jeans y una playera, bueno al menos se habían mantenido en tendencia con la moda. El lugar en el que nos encontrábamos era muchos menos interesante, las antorchas iluminaban débilmente las paredes de roca parecía que estábamos en una cueva, mi única preocupación es que la única salida era con los romanos. Estábamos en sus manos.

—¿Cómo conseguiste un aureus?

—¿Cómo sabemos si es real?

Evité rodar los ojos y mordí mi lengua, en esta misión Casio nos lideraba él debía ser quién lidiara con los romanos.

—Fue otorgada por una línea directa ahora me pertenece—contestó—en cuanto a si es real, dejaré que ustedes lo decidan—Casio lanzó la moneda a los chicos, el de en medio lo atrapó.

El chico le dio la vuelta a la moneda viéndola con detenimiento y la paso de una mano a otra—Podría ser real—el chico le devolvió la moneda a Casio—pero no es mi trabajo decidirlo.

—¿Y de quién es?—exigió el romano de nuestro lado.

Los chicos compartieron una mirada—Del preator te guiaremos—a pesar de su aparente aceptación sus lanzas seguían en nuestra dirección—sin embargo tenemos ordenes de eliminar a cualquier griego que decida poner pie en nuestro territorio. Seguro entenderás—el chico levantó el pulgar dispuesto a dar un "pulgar hacia abajo" para indicar nuestra ejecución.

Casio dio un paso al frente interponiéndose entre la daga que se dirigía a mi—En otros tiempos sí—nuestro romano dirigió una mirada amenazadora al que estaba frente a Connor—pero las cosas han cambiado.

El romano del centro rechinó los dientes y levantó su arma—¿Estás de su lado?—se burló—entonces no tienes lugar en nuestra legión—no bien terminado de hablar se lanzó hacia Casio. Este rápidamente esquivó la punta de su lanza mientras le arrebataba el arma al romano que tenía enfrente, el soldado restante intentó atacar a Connor pero este se agachó mientras de una patada yo le rompía el mango de su arma. El chico tropezó y aproveché su desequilibrio para jalarlo de la playera darle la vuelta y colocar un cuchillo en su garganta. Al mismo tiempo Casio le daba en la frente con el mango de la lanza a uno de sus atacantes y en el estómago al otro. Así de rápido los romanos que se habían visto tan amenazadores en un principio se encontraron a nuestra merced.

—Recapitulemos—dijo Casio a puntando a los dos romanos con sus propias armas—yo soy Casio Galesi romano de la duodécima legión y exijo me acepten en la suya o todos moriremos. Ahora llévenme con su preator.

Despojados de sus armas y humillados los romanos nos guiaron a través del túnel, no sé si era el echo de estar en una cueva donde no se veía nada o el cansancio por las dos peleas que acabábamos de tener pero sentía que mi paso a través del túnel era eterno. Bañados en sudor, con los pies doloridos y dispuestos a dormir en el duro suelo del túnel al fin sentí un ráfaga de aire fresco en nuestra dirección, escuché voces y pasos que crecieron en tono conforme nos acercábamos al final del túnel. Sin aviso el túnel se abrió a un campamento que era una copia exacta de la legión romana en San Francisco, más bien esa era una copia exacta de esta legión, un rio bordeaba el lugar, se observaba una villa a lo lejos y un gran coliseo. Más romanos nos esperaban al borde del río.

La última hija de Artemisa-Una antigua profecíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora