Capítulo 11

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El silencio reinaba en la biblioteca. Era un silencio especial y sin embargo habitual en aquel lugar. No era tenso, aunque en algunos lugares de la gran sala la tensión era palpable. No era de impaciencia, y sin embargo había alumnos a los que les quedaba poca paciencia. Al entrar, podía parecer que estaba formado por los libros que estaban en las estanterías, por las páginas que apenas emitían un suspiro al ser pasadas y por las plumas que rasgaban con fluidez los pergaminos. Sería incorrecto decir que no formaban parte de aquel silencio, pero no lo formaban en su plenitud. Era, podría decirse, la cara visible del silencio, una capa protectora que acaparaba la atención. Si aquel silencio se dividiera, sería el primer silencio.

Aquella persona que permaneciera en la biblioteca por un tiempo, podría llegar a ser capaz de distinguir un segundo silencio. Si hubiera que describirlo, lo correcto sería decir que era silenciosamente sonoro. Sería contradictorio, y a la vez acertado. Estaba formado por las cientas de frases que los labios de los alumnos callaban, por las miles de palabras que los estudiantes susurraban mientras escribían y por las decenas de pensamientos que los cerebros de los magos y brujas generaban. No sería correcto afirmar que aquel silencio no tenía relación con el primero, y sin embargo tenían muy poco en común. Únicamente tenían dos uniones: eran contemporáneos y ambos eran partes ínfimas del silencio de la biblioteca. Ínfimas, y a la vez notables y fundamentales.

Por último, había un silencio que ningún estudiante o maestro podía detectar, por más horas que pasara en la enorme biblioteca. Tal vez Merlín en su mejor época habría sido capaz de atisbar algún signo de él, pero ningún mago en los últimos mil años había tenido la habilidad para conseguirlo. Era el tercer silencio, y sin embargo por importancia debería haber sido nombrado como el primero. Era, si se debiera reducir a una palabra, mágico. Lo era en el sentido literal y figurado de la palabra. Era precisamente la magia lo que lo formaba: los miles de hechizos que tenían los libros de las estanterías, bien fueran para su protección o bien fueran para su mantenimiento; los restos de los incontables hechizos que se habían realizado y, de manera infinitamente superior, la magia que circulaba por los cuerpos de todos los alumnos que se encontraban en la biblioteca y los rastros que ésta dejaba. Era esto lo que volvía inviable la misión de percibir aquel silencio. No eran comunes los magos que percibían los rastros de la magia, pero tampoco eran lo suficientemente extraordinarios como para que no hubiera habido ninguno en los últimos mil años. Pero si cualquier mago con aquella habilidad hubiera entrado en la biblioteca, habría sido incapaz de percibir la magia del ambiente. Habría podido distinguir la de los alumnos, que habría destacado como un incendio en una noche sin luna. Quizás habría podido atisbar la de los libros con los hechizos más potentes, parecidos en intensidad a una hoguera al atardecer. Pero de ninguna forma habría podido sentir los miles de hechizos y rastros que se encontraban en la biblioteca, eran como chispas a la luz del sol: imperceptibles. Tampoco habría podido detectar como se entrelazaban los miles de rastros de magia formando el silencio característico de la biblioteca.

Aquel era el secreto de la biblioteca: su silencio estaba formado en una inmensa mayoría por magia. Era aquello lo que hacía que los alumnos aprendieran mejor en aquel lugar y lo que evitaba que se distrayeran. Era aquello lo que hacía que algunos alumnos sintieran que la biblioteca era un santuario.

También era aquello lo que hizo que Harry se sobresaltara cuando alguien le toco el hombro. Harry estaba concentrado en su tarea de Transformaciones y no se había dado cuenta de que alguien se le había acercado por la espalda. En su defensa, había que decir que quién se le había aproximado no había emitido ningún ruido: ninguna pisada sonora, ninguna respiración audible o ninguna movimiento rápido que hiciera sonar su túnica.

Harry se giró rápidamente y se encontró mirando los ojos marrones claros, casi ambarinos, de Greengrass. Rápidamente hizo un movimiento con la mano derecha para lanzar un hechizo silenciador que cubrió a ambos estudiantes.

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