Una pizca de salsa

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Volkacio roomies. Tengo miedo por lo que pueda pasar más adelante, pero nada me impedirá disfrutar de volkacio roomies y volkacio tatuajes de pareja.

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Aparcó su modesto coche junto al superdeportivo de Horacio. El moreno le había dicho cientos de veces que podía ocupar sus coches, pero la idea no terminaba de agradarle, suficiente era con que le estuviera alojando. También le parecía un poco exagerado ir al supermercado con un superdeportivo. Bajó del coche y escuchó la música que se escapaba por las ventanas de la casona. "Parece que es día de ritmos latinos", se dijo mientras abría la puerta de entrada.

A diferencia de él, Horacio disfrutaba muchísimo de la música. Cuando el cresta despertaba de buen humor ponía música a todo volumen y se ocupaba de los asuntos domésticos entre bailes. Para él, siendo una persona más bien silenciosa y tranquila, el gusto del moreno por la música le hacía especial gracia. Una sonrisa se le escapaba cada que veía a Horacio cruzar los pasillos al son de las canciones que se desbordaban por las ventanas.

Cruzó la puerta y vio al moreno, en compañía de la escoba, bailando en el salón al ritmo de la famosa Quimbara de Celia Cruz. Una sonrisa se le escapó de los labios al ver la tiesa compañera de Horacio. Avanzó hasta la cocina con las bolsas de la compra, oyendo la animada música y al federal que bailaba dando vítores, canturreando a duras penas. Desde el mesón de la cocina podía ver al cresta bailando, alegre, con el chándal blanco, la camiseta sin mangas recogida a medio abdomen por el calor. Meneando las caderas, con una mano en alto y la otra sobre su barriga descubierta, Horacio daba vueltas. El moreno sonreía con los ojos cerrados, dejándose llevar por la música; poder ver ese tipo de expresiones en su compañero no tenía precio, pensaba mientras iba desocupando las bolsas.

—¡Volkov! —le gritó. —¡Volkov! —repitió acercándose a él. —¡Ven a bailar conmigo! ¡Vamos, ven!

—Estoy guardando la compra. —dijo con una sonrisa nerviosa, pero Horacio le ignoró. El moreno le cogió por las manos, guiándole fuera de la cocina mientras seguía moviéndose al ritmo de la música. —Pero debo guardar la compra...

—¡Vamos, Volkov, siéntelo! —volvía a ignorarle, arrastrándole hasta el salón. —¡No lo pienses, déjese llevar!

—Yo... No sé si se me da bien esto, eh...

Poco a poco, Volkov comenzaba a dar pequeños pasitos con una pizca de ritmo. Horacio le animaba a seguir, pero la canción parecía ser demasiado para un novato como él. Se sentía avergonzado, el baile no era su especialidad, más bien todo lo contrario, pero con el moreno podía atreverse a experimentar. Se movía torpe, incapaz de poder seguir la canción. El cresta sonreía, sin soltarle las manos, ayudándole a encontrar el ritmo.

Gracias a Dios, Quimbara llegaba a su fin. En el breve silencio que el reproductor cargaba la siguiente canción, intentó cubrirse el rostro avergonzado, pero Horacio seguía sosteniéndole.

—No te pongas nervioso. —le reprendió cariñoso el moreno.

—No estoy nervioso. —respondió. —El baile no se me da bien.

—Entonces yo te enseñaré a bailar. Sígueme, es fácil.

—No sé si es tan fácil, eh. Yo de bailes no entiendo. Si te boto o piso no me eches la culpa, que te he advertido. —Horacio soltó una risa.

Sentía que sus mejillas se sonrojaban ligeramente por la vergüenza. Quería cubrirse el rostro, esconderse en algún lugar para dejar de dar un espectáculo tan triste.

Una canción bastante más lenta comenzó a sonar. Las manos de Horacio se sentían tan cálidas y amables.

—Esta es más lenta. Seguro puedes con ella. —y comenzó a dar los primeros pasos. —Así, así. Cópieme.

Torpe, intentaba replicar los pasos del cresta. Un paso adelante, otro hacia atrás, un espacio extraño; un paso atrás, otro delante. Joder, no lo entendía.

Si tú me besas... —Horacio comenzó a cantar. — No prometo devolverte tu boca. Bésame sin miedo, vuélvete- Joder, cómo me gusta esta canción.

—Ya veo, ya. —alegó concentrado en los pasos que intentaba copiar.

—Déjelo fluir. No lo pienses. —le dio un pequeño apretón a sus manos. —Mírame, así no lo piensas tanto.

Horacio sonreía. A diferencia de él, se movía sin siquiera pensar en lo que hacía. Dejarse llevar, se dijo a sí mismo. Mientras más desocupaba su mente, mientras menos se concentraba en el baile y más notaba el brillante rostro del moreno, más fácil le iba resultando eso del baile.

Comenzaba el coro y los pasos se aceleraban ligeramente. La canción demandaba mucho más ímpetu en el baile. Horacio respondía al ritmo sin problemas.

Estoy deseando que en esta ciudad se vaya la luz y la enciendas tú. —cantaba. —Rózame la vida, y no tengas miedo de morder la fruta prohibida. Cierra las salidas. Voy a darte un beso que juro no se te olvida.

La canción seguía avanzando, creciendo.

—Buena letra, eh. La de la canción. ¿La oye? —agregó el cresta. —¿Vueltita? —preguntó levantando la diestra, invitándolo a girar. Ambos soltaron una risilla ante el torpe movimiento del ruso.

Comenzó a reparar en la letra de la canción. Era una petición de beso, uno en el que el tiempo se pasara volando, uno tan sublime que les cambiaría el mundo. No pudo evitar soltar una sonrisa ante lo cliché que podía llegar a sonar.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta?

—No es eso. —Horacio guardó silencio, expectante. —Me gusta, me gusta. Es solo que...

La música comenzaba a llegar a su final.

Haré que el mundo se te olvidé, que entorno a nosotros gire. No digas que no te lo dije, tu boca a la mía elige. —cantó el moreno en un murmullo.

La canción terminaba, dando los últimos acordes suaves y cálidos. Una agradable sensación quedaba suspendida entre los dos. Horacio aún le sostenía por las manos, mirándole hacia arriba emocionado. El silencio volvía a inundar la casona en lo que aparecía otra canción.

Por primera vez en su vida, una extraña sensación le recorrió el cuerpo. Sintió la necesidad de acercarse a Horacio, no sabía para qué o por qué. Notó que el moreno, lentamente, se alzaba a la vez que él mismo se inclinaba. ¿Acaso...?

El timbre de la nevera abierta les asustó. Volkov se giró hacia atrás, cubriéndose con una mano la boca mientras se aclaraba la garganta, como si ello le ayudase a centrar su pensamientos. Había dejado la puerta de la nevera abierta. Horacio le dio un pequeño apretón a la mano que aún le sostenía.

—¿Te ha gustado la clase?

—Bastante. —respondió carraspeando. —Ha sido bastante gratificante aprender algo nuevo. —otra vez hablaba de esa forma tan "técnica". —¿Cómo has dicho que se llama este baile?

—Salsa. —dijo con una sonrisa por mueca.

—La próxima vez espero aprender un poco más. —sentenció antes de volver corriendo a la cocina con la excusa de la nevera.

Una nueva canción comenzó a sonar por toda la casa y, ambos, volvieron a sus quehaceres domésticos.

Oneshots VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora