Day 6: "No me dejes"

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El aroma de las gasas estériles, de la povidona, del alcohol. Las baldosas blancas, las paredes blancas, el techo blanco. Entró en la habitación. La camilla estaba vacía. Se frotó los ojos y, de repente, comenzó a oír el pitido constante de las máquinas. El rítmico sonido que indicaba los latidos del corazón, el aire comprimido del respirador mecánico. Era la única camilla, rodeada de vías y máquinas, puesta en el centro de la habitación. Una mujer se acercaba para informar del estado del paciente. Podía morir en cualquier momento, tan solo las máquinas le mantenían con vida.

Se largó a llorar.

Con torpeza, se enjuagaba las lágrimas del rostro con los puños de su chaqueta. La enfermera se esforzaba por no llorar a su lado. La probabilidad de que sobreviviera era... mínima. En ese estado, era imposible ingresarlo a pabellón y que sobreviviese.

Lloraba. Lloraba desconsolado.

El sentimiento de culpa. Su pecho apretado, sus llantos. Jamás creyó que lloraría tan intensamente por alguien... ¿Por alguien? ¿Por quién?

—...le pegaste un tiro. Lo dejaste indefenso frente a él. —la rasposa voz de un hombre mayor. No parecía que se lo recriminaba, sino más bien sonaba decepcionado.

Recibió un mensaje de texto: ¡VIVA RUSIA!

Otra vez el llanto desconsolado no le dejaba ver.

Le tomó la mano; estaba fría. Su piel blanca le pareció casi transparente. Le agarró con firmeza, sintiendo su carne blanda, pero fría. Estuvo a punto de decir su nombre, pero no se atrevía. Era un cobarde, la mafia tenía razón.

—Me vendió a Pogo. —oyó la calmada y profunda voz del ruso. Estaba sentado por el otro costado de la camilla, mirándole sin ninguna expresión. —Me disparó, Horacio.

¿Si Volkov estaba allí en frente, entonces de quién sostenía la mano?

Se levantó para verle el rostro.

Era Volkov, lleno de los tubos y agujas que le obligaban a permanecer con vida.

Volvía llorar desconsolado. Había sido su culpa. No podía elegir entre él y su hermano Gustabo, simplemente no podía.

El Volkov sentado frente a él comenzaba a desvanecerse.

—¿Te vas?

—Me voy.

—No. —murmulló. —¡¡NO!! —bufó. —¡Volkov, no te vayas! —le tomó la mano con más fuerza, sin dejar de llorar. —¡Lo siento tanto! Volkov... —comenzó a susurrar. —Me gustas, Volkov. Nunca me has dejado de gustar. Dije que te esperaría el tiempo que fuera... ¡Perdóname, Volkov! ¡Perdóname! Por favor, no me dejes...

Despertó. Un dolor tremendo le recorrió el cuerpo. No podía ver más que un techo blanco y, por el borde de sus ojos, la textura de unas gasas. Oyó a una mujer que le hablaba. Era una enfermera. El dolor de su cuerpo era terrible. 

Recordó todo. Todo.

Las lágrimas silenciosas se deslizaban por su rostro, humedeciendo lo que creía eran gasas de curación.

Oneshots VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora