[+18] Una tarde de verano

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Hacía un calor insoportable. Aún no llegaban ni a mediados del verano; faltaba tantísimo para que aquellas temperaturas tan molestas se marcharan. Por suerte, en la mansión de Horacio hacía buen clima. El fresco viento del este entraba y, con la abundante vegetación del recinto, las temperaturas se apaciguaban, volviéndose, incluso, un tanto agradables.

Salió por la puerta trasera en busca de las tumbonas que rodeaban la piscina. Horacio le había comentado sobre lo bien que le sentaría tomar un poco más de sol, dorarse un poco la piel. Ya sabía de sobras que él no era ese tipo de persona, incluso cuando estuvo en el ejército y pasaba largas horas al sol, su piel siempre fue irremediablemente blanca. Pero le daría una oportunidad. Con un poco de suerte, después de tantos años, quizás podría tomar un poco de color bajo el sol.

Al llegar a las tumbonas notó que el moreno se había refugiado en el pequeño gimnasio junto a la piscina. Sabía que había estado en el agua hacía un rato; le había oído chapotear desde su habitación, pero creyó que ya se habría entrado para tomar una ducha o algo. Le observó desde lejos mientras acomodaba el sillón antes de tomar el sol. Tras quitarse la ligera camiseta de algodón, se puso un poco de crema solar y se tendió al sol.

A través de sus gafas polarizadas miraba el despejado cielo, pensando en todo y nada a la vez. No le gustaba sentirse tan ocioso, se decía, incluso en aquellas semanas que estuvo completamente solo en Rusia tuvo algo que hacer. Le gustaría adquirir algún pasatiempo, pensó, pero no sabía por dónde empezar. Nunca había tenido tanto tiempo para él mismo.

Tras varios minutos divagando en sus pensamientos, notó que Horacio aun no se había retirado, que seguía en el pequeño gimnasio junto a la piscina. Tomó asiento y le dio un vistazo; el moreno seguía allí, tendido sobre el amplio sofá. Parecía descansar, se dijo. Le observó atento y, como una corazonada, de repente se preguntó si acaso Horacio respiraba. Con un mal presentimiento, se levantó de la tumbona y se acercó a su compañero. Tendido sobre el sofá, con un bañador de pantaloncillos cortos y una holgada camiseta que apenas le cubría el pecho, Horacio dormía profundamente.

Tras esperar a comprobar que su compañero respiraba de manera constante, se tranquilizó. Le observó durante unos segundos más y notó que los pantaloncillos de Horacio parecían demasiado cortos. El color rosa y celeste claro resaltaban en su piel morena. Reparó en los vellos que cubrían sus trabajadas piernas, dándole un tono ligeramente más oscuro a su piel. Subió la mirada y se detuvo en aquella línea oscura que subía hacia su ombligo. Los abdominales bien marcados y la cintura estrecha al descubierto. ¿Cuál era el punto de llevar una camiseta tan corta?, pensó.

Sin poder apartar sus ojos, observó el rostro relajado de Horacio. Los labios entreabiertos, las pestañas negras y tupidas, las cejas perfiladas, al igual que la suave barba. El cabello blanco despeinado con las raíces negras asomándose.

En cuclillas, volvió a mirarle por la cintura. Su pecho amplio y robusto contrastaba con lo estrecha que parecía su cintura. Entonces notó unas pequeñas líneas blancas que se extendían desde la cadera hacia la cintura. Pequeñas líneas que parecían raíces, expandiéndose como ramas, algunas más marcadas y rectas que otras. Recordó que Horacio había sufrido un abrupto cambio de peso. Aquellas líneas blancas eran estrías. Notó que en la parte alta de sus muslos también tenía unas cuantas, escondiéndose bajo el pequeño pantaloncillo para reaparecer subiendo hacia la cintura. Él también tenía estrías, se dijo, pero en los hombros solamente. Aquellas marcas blancas aparecieron en su juventud, cuando crecía y comenzaba a ejercitarse para entrar a la milicia.

—Si quieres, puedes tocar. —la suave voz de Horacio.

—Horacio, ¿es-estabas despierto? —dijo a trastabillas.

Oneshots VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora