Capítulo uno: Las piezas perdidas

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    Mi vida. Así es. Eso causó este accidente, que no fue un accidente. No hay otro motivo, solo ese. Supongo que tendrás tus teorías de lo que pasó. Todos la tienen, aunque no las compartan. Todos tienen sus propias teorías sobre todo, y la mayoría de las veces no son correctas. Creo que nadie debería dejar de intentar imaginar sus propias historias, razonar sus razones y armar teorías erróneas para volver a. Al fin y al cabo así funciona la vida. A mi me marcó una teoría, la de un juez, una sobre mí, bueno más bien varias, varias teorías sobre mí. Eso arruinó mi vida.

   ¿Cuándo comenzó el problema? La mayoría diría que el día del incendio, pero no, empezó antes. Todo comenzó el día en el que un compañero de clase, a los ocho años, dijo que yo era una zorra, me bajó los pantalones y logró que me echaran de la escuela. Claro que sí, no estoy mintiendo. A mi me bajan los pantalones y la que tiene consecuencias soy yo y no él. Me atrevería a decir que empezó incluso antes. Luego el problema fue creciendo. Como la típica bola de nieve que va bajando una montaña nevada y cada centímetro que baja se va haciendo más y más grande, hasta que llega al final de la montaña y se estampa contra algo. Exactamente así fueron mis problemas.

   Ahora sí al grano. El día del incendio ¿Usted qué hacía en el edificio? ¿Tú qué crees? Algunos dijeron que iba a matar a alguien, otros que iba a comenzar un incendio. Pero ninguno acertó. Esta vez ninguna teoría fue correcta. La verdad es que yo no fui con ninguna mala intención a ese edificio. Yo fui con una idea, y no de venganza, eso vino más tarde, y no vino sola. Yo fui a ver a alguien. ¿A quién? ¿A tu novio? ¿Un Amigo? ¿Una amiga? No, no, no. Lo único que sé es que fui a ver a alguien y aún no sé a quién. Fui a ver a alguien que creía conocer y me fui sabiendo que gracias a ese alguien mi vida se desvanecería, poco a poco, con cada vez más teorías.

   ¿Cómo conocí a ese alguien? Es una buena pregunta. Prefiero contaros otra cosa. Cuando tenía catorce años, tenía un novio, el típico noviazgo de una niña de catorce años que lo único que quiere es caerle bien a sus compañeros y tener atención. Mi novio era el típico malote que le gustaba a todas las niñas, pero él me había elegido a mí, entre tantas opciones me eligió a mi. Por esa elección, una terrible elección, murió. No de pena. No de amor. Murió por celos. Resulta que tenía otra novia que se había enterado de mi existencia. Se enojó tanto que lo apuñaló y me amenazó a mi con hacer lo mismo conmigo. Yo ni siquiera sabía quién coño era, y ella lo notó. Me contó lo que había hecho y quien era. Al día siguiente, la policía me contó la misma historia que la chica me había dicho, omitiendo el nombre de ella. Nunca dije quien lo había matado. Después de todo se lo merecía. Y a pesar de no haber sido yo quien puso ese cuchillo en su estómago, soy culpable. No solo por no haber dicho lo que sabía, también por ser su otra novia.

   Nunca viví tranquila. Siempre algo pasaba. Algo como esto. Mi moral nunca me solucionará mis problemas. No me quedaré dar nombres o explicaciones, pregúntaselo a esa asesina. De ahí ya salieron varias teorías. Yo era la segunda novia de un cadáver. Un cadáver misterioso, sin solución. Me jodieron mucho tiempo por eso. Empezaron a teorías diciendo que yo ya sabía que mi novio tenía otra novia, que si era una zorra, que si yo lo había matado ... Rumor por allí, rumor por allá. Nunca terminaron las teorías.

   Más adelante tuve otro novio, a los quince años, y como es de esperar, tampoco terminó del todo bien que digamos. Esta vez no hubo cadáveres ni novias rabiosas. Esta vez hubo rejas. Nunca fui buena eligiendo parejas. Esta vez resultó ser un niño que parecía majo, y muy guapo. Las cayetanas morían por él. Yo no era una, ni cerca. Este hombre alto, rubio, de ojos claros era un criminal. Traficaba mujeres y yo iba a ser una de sus víctimas. Pero no soy tan imbécil. En el momento en el que se empezó a comportar extraño y me invitó a una fiesta en la que no conocía a nadie, a las tres de la mañana, donde me intentaron drogar, supongo que para llevarme a algún sitio, es cuando me dí cuenta de lo que estaba pasando y la clase de persona que era. Lo dejé y una semana después fue arrestado junto con su padre. Asistí al juicio solo para burlarme de él y reírme en su puta cara. No era bueno ni como criminal, ni como novio, ni como hijo, ni como nada. Solo fue un buen idiota.

   Lo condenaron a pagar dos millones de euros, que claramente no tenía. Su padre consiguió una condena de treinta años teniendo en cuenta la cantidad de mujeres y niñas menores que habían traficado. Y para mi querido novio, dos años en una institución para menores, debido a que tenía dieciséis años, y luego dos años siendo vigilado por la policía. Si se comportaba bien solamente tendría que pagar lo que debería, más bien lo que les faltaba pagar porque parte de los millones ya los pagaron, y si no le esperaban diez años en una prisión en la otra punta del país. Ese no había sido el primer juicio al que asistía, ni mucho menos.

   Cómo no, de ahí salieron más teorías. Algunos pensaban que yo era cómplice. Otros creían que yo le había denunciado y que había descubierto todo como si fuera un agente del FBI. La minoría me veía por lo que realmente era, una víctima. Una víctima de sus horribles manipulaciones que no podrían haber llegado más lejos. No me atreví a desmentir nada, mucho menos hacerme la víctima e intentar dar pena. Lo último que quería era atención y ojos mirándome a mí.

   Al final os estáis tragando mi vida entera. Nadie te obliga a escucharme. Nadie puede obligar a escuchar nada. Nadie debería. No dejéis que nadie lo haga. El problema de este rompecabezas es que faltan piezas. Piezas perdidas. Las que se te pierden bajo la alfombra y las encuentras un mes después cuando estás limpiando. Y estas historias de mi vida son importantes para que podáis comprender la historia final. Son las piezas perdidas del rompecabezas. Y os aseguro que os va a gustar cuando esté armado. Mientras tanto vais a tener que seguir buscándolas. Y hay algunas que aún no sabéis que faltan.

El fuego de mi interiorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora