Capítulo catorce: Dejar de sentir el miedo

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   El aeropuerto de Marruecos era más bonito de lo que me imaginaba. No estaba tan mal, aunque comparado con el aeropuerto de Madrid se queda un poco atrás. De todas maneras, era mejor que ese edificio en el que estaba. Una habitación demasiado antigua y sucia, lo más discreto que encontré. Había otros sitios, pero este era el mejor de los más seguros, siguiendo los requisitos que yo tenía. Estaba en un noveno piso, con las ventanas enrejadas, como si fuese un loquero. Había un colchón en el suelo y una mesa con un banco que rechinaba cada vez que ponía el más mínimo peso sobre él. Las pocas veces que salí a comprar alimentos, tuve que caminar cuatro kilómetros hasta el supermercado más cercano, en el que con suerte vendían pan y salchichas para comer algo. Comí pura comida basura y cocinaba hasta con los zapatos, no tenía utensilios, ni un lugar donde conseguir uno. Fue una semana terrible, viviendo en las peores condiciones. Daban ganas de suicidarse y todo.

banco que rechinaba cada vez que apoyaba el más mínimo peso sobre él. Las pp En otros pueblos era más probable que me apuñalaran los vecinos a que me encontrara la policía. Me monté al avión, en asiento de turista. Quería comprar boletos en primera clase, pero no quedaban y no tenía ganas de gastar tanto dinero en un pasaje que no sabía siquiera si iba a tomar, todo dependía de lo que la policía nacional española hubiese hecho hasta ese momento. Para mi sorpresa, no había carteles con mi cara en el aeropuerto. Lo más probable era que la policía ya supiese que no era una mujer inocente que estaba asustada y huía sin dirección, por el contrario que supiesen que era una criminal que se estaba fugando a la otra punta del mundo, América, más concretamente Argentina.

Era un milagro haber conseguido pasajes confirmados para un vuelo a Argentina en tan solo una semana. Se nota que los marroquíes no suelen viajar a esos sitios, o no viajan. Yo planeaba esconderme en Marruecos por un mes, o más, hasta poder tomar mi avión rumbo a Buenos Aires, pero no hizo falta, por suerte. Tampoco quería quedarme mucho tiempo allí, solo hasta poder ganar un poco más de dinero e ir a otro país sin extradición con España, y que en algún momento me reporten como mujer desaparecida y presuntamente muerta. La otra opción, pensando negativamente, era que pusieran una orden de busca y captura, que descubran algo de mi pasado y que tarde o temprano me encuentren. Esa era la teoría que salió de mi lado pesimista, afortunadamente estaba intentando ser lo más optimista posible, teniendo en cuenta mi situación. Tampoco soy capaz de pensar en una pradera repleta de flores luego de haber asesinado casi a sangre fría a mi padre, mi mejor amigo que era como mi hermano, y a otras dos personas. Hice lo que pude. Mientras intentaba ser razonable y no pegarme un tiro en la sien, utilizar los cubiertos para cortsrme el cuello en vez de cortar la comida, o tirarme por la ventana del sucio edificio en el que me hospedaba, mi subconsciente me atormentaba día y noche.

Era casi imposible dormir. Después de todo, estuve viviendo bajo el mismo techo, durmiendo cada día junto a su habitación, comiendo en la misma mesa que el asesino de mi madre y de mi hermano. Y lo peor de todo es que todavía no sé por qué. ¿Por qué? Es una muy buena pregunta. La razón de ciertas cosas. Qué hace que alguien haga algo. La causa de la muerte de dos personas tan cercanas a él. Más le vale que haya sido una buena razón, que haya valido la pena y que la idea de haberlo hecho no lo haya perseguido toda su vida. Bueno, realmente, no voy a mentir, me encantaría que haya sufrido por ello, ojalá le haya pasado como a mí. Una parte de mi, una muy pequeña, lo entiende. Yo hice lo mismo. Vaya a saber qué le pasó en ese momento como para cometer tal atrocidad. Supongo que eso es lo que la gente piensa de mí. Siempre hay que tener la historia completa, ese es el motivo de lo que estoy haciendo. Las personas deben conocer mi historia.

Finalmente estaba en Latinoamerica,sueño de algunos, pesadilla de otros. A primera vista todo era divino, menos sus palabras raras al hablar. Se supone que ambos hablamos español, pero a veces cuando ellos me hablaban, no entendía nada, pero supongo que ellos pensarán lo mismo de mi.

Fue realmente difícil adaptarme, no solo a un nuevo ambiente, sino también a mi nuevo nombre. Conseguí un apartamento en el centro de Buenos Aires. Era muy acogedor y lo decoré como me apetecía, para sentirme más cómoda, más como en casa. Porque ahora esa era mi casa, no era mi hogar todavía, pero era mi refugio, un sitio donde esconderse y descansar, donde podía llorar, gritar, cantar y bailar y nadie me diría nada. Ningún vecino me pidió que bajara el volumen ni nada, cuando quieren aquí son muy majos. Lo que le faltaba a ese lugar era una cosa muy importante para mí, el silencio. Todo el rato escuchaba carros, gente, gritos, un sinfín de sonidos que me atormentaban en las noches, en los días, en los fines de semana y en todo momento.

necesitaba un trabajo, bueno no realmente. No necesitaba el dinero, de eso me sobraba, además de que eran todo euros y los euros tienen un valor muy alto en Argentina. Yo necesitaba estar ocupada, que el tiempo me consumiese. Pensé en conseguir un trabajo como camarera o algo así, pero sino mi banco me empezaría a hacer preguntas de como tengo tanto dinero siendo camarera o cajera. Precisaba un oficio más grande que no llamara mucho la atención, o dejar el banco. El problema era que si abandonaba la cuenta del banco, ya no tendría como cambiar los euros a pesos argentinos, y eso era un conflicto en ese momento.

Tomé una muy importante y buena decisión, mudarme. Me gustaba ese sitio, pero luego de cuatro meses de estar encerrada allí, sin hacer nada, hizo que esa belleza de casa se convirtiera en una cárcel. Compré  una casa en un barrio privado, en una zona de clase media y abandoné la idea de un trabajo limpio y una cuenta en el banco con todo mi dinero.

El fuego de mi interiorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora