Capítulo doce: Un nuevo comienzo

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   Ya estaba en la ambulancia, más tranquila, alejada de la amenaza. La doctora me dijo que era un milagro que haya sobrevivido a esa masacre. Me felicitó por mis fuertes pulmones que aguantan un montón de humo y hasta me preguntó si hacía algo para entrenarlos. El bombero que me ayudó estaba allí también. Pensó que hacía natación y que no fumaba, se equivocó en las dos cosas. Muy majo él la verdad, me estuvo hablando todo el tiempo y animándome, mucho más después de decirle que no tenía familiares o conocidos para que fueran a buscarme. Pobre chaval, se quedó boquiabierto. Le dí muchísima pena.

Claramente no podía decirle que acababa de matar a mi padre, menos con un policía que esperaba en la puerta de mi habitación. Me acababa de enterar que mi padre había matado a mi madre y a mi hermano, y la única persona en la que realmente confiaba se había quemado en ese edificio, por mi culpa. Luego estaban Draven y Val, pero ella había matado a alguien y quizá la estaban buscando. Draven era prófugo de la justicia, y tampoco era una opción. Estaba sin opciones y sin ideas.

El oficial entró a interrogarme. Me preguntó de qué piso venía, cómo me llamaba, qué hacía en el edificio, y de todo, incluso cómo sobreviví . Me costó hasta decirle mi nombre, no toleraba el nombre de mi padre en el mío propio. Sara Yad. No quería ese apellido, ya no. Así qué le dije que era Sara y ya, pero claro, él precisaba un apellido para identificarme. No se me ocurrió nada mejor que decirle que no lo recordaba. No respondí ni una pregunta más, no sabía que inventarme, la creatividad no es lo mío. Pienso mejor bajo presión, en un edificio en llamas, no tanto en un hospital.

Una neuróloga tuvo que examinarme para ver si tenía pérdida de memoria. Para mi sorpresa así fue. Un veinte por ciento de mis recuerdos estaban dañados y no sabía cuales, eso es lo que tiene no recordar algo. Mis nervios me estaban consumiendo, poco a poco. Yo aseguraba que no había olvidado nada, me convencí a mi misma de ello. No se lo dije a nadie, por supuesto, tenía la coartada perfecta. A todo esto mi amigo el bombero seguía allí y fue quién me autorizó para hacerme esos estudios, y quién esperó los resultados conmigo, un trocito de cielo. Si me puede escuchar, qué no creo, te lo agradezco, te ganaste una parcelita en mi oscuro corazón, y mira que no es fácil. Me dijo la médica que debía charlar sobre mi vida para ver qué se había borrado de mi memoria, para estimular mi mente y forzarla a recordar o a notar la ausencia de ciertas cosas.

Empezamos a tener una conversación entre los tres adultos y yo. Quién lo diría, hablando con un bombero, una médica y un oficial de policía de mis estudios de medicina y tal. Les expliqué qué gracias a eso me puse esa tela en la boca y me delaté.

-¿Vale, entonces recuerdas el incendio?

Estaba jodida. No me corto al hablar y se me escapó eso. Había olvidado esa parte, no podía hablar del incendio para simular mi pérdida de memoria. Mierda, siempre arruino todo. Al final sí que soy una nube tormentosa que jode todo lo que está a su alrededor. Esta vez le tengo que dar la razón a esa gente.

-Recuerdo algo. Fuego. Y calor, mucho calor.

-¿Algo más?

-Un sonido muy agudo y sirenas, y coches pitando, y. Y no sé, no, no, no recuerdo. ¡No lo sé!- Grité desesperada y corrí fuera de allí. Realmente sentí esa euforia, aunque no sea por la misma razón que aparentaba. Me desahogué un poco.

Me merezco un Oscar. Hice una interpretación de puta madre. Fue perfecto porque la situación me permitió fugarme. Me fui de las instalaciones llorando sin que nadie me dijese nada. Recorrí cada pasillo buscando la salida. Realmente me esforcé en salir de allí. Y como el oficial no sabía mi nombre, debían primero hacer un retrato robot, buscarme en la base de datos y todo para identificarme. Cuando tuviesen esa información yo ya estaría en la frontera escapando a Marruecos, con el dinero y las cosas que recogí en casa de mi padre muerto.

Me llevé el móvil y me anoté en la mano los números de teléfono de Val y Draven, y borré sus contactos para que tarden más en conocer nuestra relación. Luego me deshice del aparato, dejándolo bajo un banco en una plaza de Madrid, cosa que confundiría a la policía más tarde. Con el dinero me compré uno desechable y agendé los números de mis amigos allí. Iba a llamarlos, pero ¿para qué? Ellos no podían hacer nada. Ese era mi pasado y yo quería un nuevo comienzo, una nueva vida, con nuevos amigos.

Mi padre tenía mucho dinero, en serio mucho, demasiado, y en ese momento esos euros estaban en mi posesión, un peligro. Renté un carro viejo y conduje hasta la frontera, sin carnet obviamente. No pude evitar pensar en el bombero. Me dio lástima, lo había engañado, él que estaba allí con toda su buena intención. Pobre, no tiene la culpa, son daños colaterales. En el momento en el que crucé ese límite entre dos países vecinos, no cambié sólo mi apellido, también mi vida.


El fuego de mi interiorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora