Capítulo 3: Niño y niñera

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Caminaron por todo el campus, recorriendo los distintos edificios del campus, aunque ambos lo hacían sólo por protocolo. Lo que ellos querían era terminar con el recorrido de una vez para poder ir a hacerse las miles de preguntas que tenían sobre el otro.

-Y bueno, finalmente, helos aquí: lo dormitorios- comentó Angela casi al final del recorrido. -Realmente no hay mucho que ver aquí, pasarás por aquí diario- dijo de forma cómica. E.J. observó con sencillez.

-Eso concluye el tour, ¿no es así? -preguntó E.J. Angela asintió algo triste, sabiendo que ya no tendrían motivo para seguir paseando juntos. -Entonces, ¿quiere decir que podemos ir por un café? Así podemos ponernos al día- ofreció. Angela estaba totalmente desprevenida. No se imaginaba que aquel dulce niño tuviese la confianza para invitarla de forma tan natural.

-Eh...sí, creo que estaría bien. Creo que sólo tienes que regresar a la administración cuando hayas terminado para firmar- comentó Angela con bastante rubor en las mejillas.

-Bueno, entonces, te sigo. No tengo idea donde haya buenos cafés por aquí- dijo E.J. Y. ahí estaba. Esa torpeza tan adorable. Angela rio y lo guió a una cafetería muy acogedora.

Al llegar a la cafetería, Angela pidió dos tazas de su café favorito. Una para ella y otra para él. Cuando estaba por pagar, E.J. sacó un billete tan rápido que apenas lo pudo ver. Parecía que ya lo tenía preparado.

-Oye, no es justo. Yo iba a pagar- reclamó Angela. E.J. le sonrió tiernamente.

-Pero, yo quería pagar. Y ya pagué- dijo para luego ir a recibir los cafés. Y ahí estaba, esa ternura y bondad de un niño. Se veía distinto, pero, por dentro, era el mismo.

Ya con los cafés, fueron a la terraza a sentarse. Uno frente al otro, donde pudiesen contemplar sus ojos mutuamente.

-Bueno, tengo una tonelada de preguntas. Caray, ¿por dónde empiezo? -comentó Angela con emoción. E.J. se veía simplemente feliz de poder hablar con ella, dándole a entender que respondería todo. -Empecemos con lo más impactante: tu cambio de look. Estás mucho más alto, tu cabello, todo es tan distinto -dijo Angela algo impresionada. Muy en el fondo, reprimió las ganas de decir "más guapo...más jodidamente guapo".

-O fue la pubertad que me estiró...o eres tú que sigue igual que hace ocho años- respondió E.J. entre risas. Angela rio con él, aunque algo ofendida y le dio un golpe en el brazo. Aunque, no estaba mintiendo. Antes, él apenas le llegaba a la altura de las costillas. Ahora, ella apenas le llegaba al hombro. -Y lo demás, pues...fue un síntoma de rebeldía. Me harté de que mi madre me cortase el cabello cada dos semanas. Imaginé que me vendría bien el cambio de look. Hablando de cabello, tu cabello no era azul la última vez que nos vimos- señaló. Angela se pasó las manos por el cabello algo apenada. Antes era completamente azul, pero al irse decolorando, sólo quedaron las puntas. Angela preguntó sobre mil y un cosas. E.J. respondió sin quejarse. Cuando finalmente se quedó sin preguntas, notó que llevaba demasiado tiempo interrogándolo.

-Oh, rayos. Disculpa. Me emocioné preguntando. Imagino que tú también tienes bastantes preguntas- dijo Angela. La sonrisa de E.J. se borró lentamente mientras bajaba la mirad hacia su taza ya vacía.

-En realidad, sólo es una...-replicó para luego mirarla a los ojos con seriedad y quedarse callado. Angela suspiró y entendió qué pregunta era.

-Quieres saber por qué no me despedí de ti, ¿no es así? -cuestionó ella algo apenada. E.J. asintió con un poco de dolor. No era un tema grato para ninguno. -No podía...no quería pasar por esa despedida. Tú eras tan sólo un niño...no quería que sintieras que...que te estaba abandonando -dijo ella con dolor. Por poco rompe en llanto, pero se contuvo. E.J. se quedó en silencio unos instantes. Angela temía que su reencuentro terminase mal.

-Bueno, ahora que me cuentas esto...-dijo antes de hacer una pausa y volver a sonreír. -Entiendo que tuviste que seguir adelante. Cuando era niño quizás hubiera hecho un berrinche, pero ahora...entiendo que hay que seguir adelante- respondió E.J. El reloj de la universidad sonó, anunciando que ya eran las seis de la tarde.

-Ay, demonios- exclamó Angela poniéndose de pie y tomando sus cosas

- ¿Qué pasa? -preguntó E.J. confundido por lo que hacía ella.

-Olvide que tengo que ir a trabajar. Llegaré tarde. Lo lamento mucho, tengo que irme. ¿Recuerdas cómo llegar a la administración? -preguntó Angela, deseosa de poderse quedar más tiempo.

-Sí, no te preocupes. Ve- respondió él amablemente.

-Prometo que te compensaré. ¿Te parece si hacemos esto alguna otra vez? -preguntó ella ya lista para irse. Intercambiaron el número y ella le sonrió. -Avísame en que dormitorio estás- dijo y se despidió. Pero, se fue con la profunda ilusión de que lo vería nuevamente. El corazón le palpitaba como locomotora.

Asalta cunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora