Capítulo 5

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La crueldad de la vida

Un estruendo fue lo que me obligó a despertar de la inconsciencia, incorporándome de golpe solo para descubrir el neutral blanco de las paredes de una angosta habitación de aspecto hospitalario... o psiquiátrico, descubriendo varias figuras resguardadas sobre camastros metálicos de blancas sábanas, perdidos en sus pensamientos mientras abrazaban sus piernas o se aferraban con fuerza a sus cabellos.

Pronto intenté asimilar lo que estaba ocurriendo, reparando en mis últimos recuerdos.

Rápidamente observé los ojos de la persona frente a mí, reparando con desconcierto en los atemorizados orbes incluso más oscuros que la noche de los jóvenes ya conscientes, compartiendo por igual la inquietud y temor en su alerta hacia algo en particular.

Fue cuando decidí averiguar el motivo de tal reacción, petrificándome en mi lugar junto a ellos.

Un vampiro.

Lo supe tan pronto contemplar aquella penetrante mirada de un ámbar demasiado claro, pertenecientes a un hombre de prominente postura elegante, vistiendo de traje con un chaleco oscuro y camisa de un inquietante tono escarlata, destacando unos puntiagudos zapatos de cuerina bien lustrados además de su rígida postura, aparentando un hombre de al menos cuarenta años humanos.

Apuesto a que ni siquiera había pestañeado en todo el tiempo que había estado presente, lo cual me llevaba a preguntarme desde hace cuánto nos había estado observando...

La graduación.

La asignación de dones.

¿Acaso estaba en la IPS de vampiros?

De ser así...

Inevitablemente me sentí acorralada y asfixiada, considerándome una presa enjaulada con una manada de leones hambrientos, rogando por no ser atacada en cualquier momento si llegaba a bajar la guardia.

Los ojos de los presentes estaban teñidos de un color negro, dejando en claro no habían probado fluido alguno, dejándolos a meced de un hambre voraz... y muchos ingresados con aroma humano aún presentes.

Si seguían ahí, sería una masacre en cuanto el apetito despertara.

Fue entonces, que reparé en mí.

Mis manos, piel y cabello, todo parecía estar igual, pero conservaban una tonalidad lúgubre y opaco característico de un cadáver, y mis ojos, antes marrones, seguramente también eran negros ahora. Mi temperatura ya había alcanzado los grados bajo cero, fría cual hielo y... mis pulsaciones...

Ya no podía sentirlas, cayendo en cuenta de lo obvio.

Yo ya no era humana.

Ni mucho menos estaba viva.

—Sean bien venidos a las Instalaciones de Preparación Sobrenatural Vampírica.

Escuchar aquello, tan solo me confirmó lo ya descubierto, arremetiendo como un balde de agua fría contra mi ahora inerte cuerpo.

Las palabras de los magos se habían cumplido.

Quienes no habían recibido sus debidas entidades relacionadas al entorno en el que crecieron y del que fueron concebidos, fueron despojados de aquel privilegio, siéndonos otorgados dones para el que se supone "éramos" buenos y habíamos nacido, manteniendo las cuatro poblaciones por igual para evitar la sobrepoblación que podría ocasionar algún conflicto entre las divisiones sobrenaturales, impidiendo una posible guerra.

Yo era una de aquel tres por ciento que había sido despojada de su derecho a identidad de nacimiento para serle otorgada otra totalmente diferente, aislándonos de cualquier testigo que no fueran las mayores autoridades relacionadas a los magos, encadenados en el acto para evitar algún ataque apenas transformarnos en algo que no nos correspondía.

Reina de los VampirosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora