Epílogo

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Las miradas de las personas presentes alrededor de la gran mesa de reuniones se desviaron a la presencia de los cuatro magos tan pronto hicieron su aparición en el lugar, acallándose las voces de las presencias solicitadas para dejar el gran salón fundido en un silencio sepulcral.

Uno de ellos retomó el habla.

—Comenzaremos dando el informe más relevante, luego pasaremos a lo verdaderamente importante —indicó el mayor de los cuatro, encontrándose sus ojos ocultos por las arrugas de los parpados signo de su vejez, mientras su desgastada voz producto de los siglos de existencia resonaba en el lugar, cediéndole la voz al hombre mayor a su lado.

—Como saben, el alfa de la manada Claro de Luna fue restituido de su puesto por traición, y hace solo unas horas que huyó de las mazmorras sin dejar rastro en el camino que seguramente tomó, burlado su sentencia de muerte.

—Este es nuestro decreto —siguió el tercer mago, notándose más molesto que sus hermanos —. Aquel que ose darle hospedaje a aquel lycan, será castigado con la muerte y sus pueblos, manadas o villas serán liderados por alguien de nuestra elección.

El lugar permaneció en total silencio, encontrándose incrédulos por tal medida extrema en caso de brindar ayuda a un alfa fugitivo.

—Prosigamos con el siguiente asunto a tratar. Según nuestras investigaciones, vampiros de todos los continentes se han movido repentinamente a las que creíamos las ruinas de un antiguo imperio oculto entre la naturaleza en Grecia, y se nos ha sido negado el acceso por órdenes de una persona en específico. Han unido sus territorios y siguen expandiéndose más cada vez, lo que nos da motivos para creer que se están preparando, trayendo consigo una posible guerra.

El lugar se llenó de murmullos al instante, incorporándose de su lugar el rey de los licántropos, irradiando furia ante tal posibilidad.

—¿Quién los lidera?

—Seguramente habrán escuchado de ella en antiguos escritos.

—La Emperatriz de los muertos vivientes, la Reina de los Vampiros.

Una sonrisa ladeada se esbozó en el rostro de la nombrada, incorporándose del trono en el que se encontraba sentada tranquilamente, arrogante. Sus pies descalzos hicieron contacto con el frío suelo, retrayéndose las alas que surgían desde sus caderas en la manipulación de la sangre que cubría sus vestiduras, misma que pronto devolvió a su sistema en una simple caricia, andando hasta la presencia de la pareja inclinada frente a ella mientras los vampiros que lo habían custodiado hasta su presencia bajaban la cabeza con respeto.

Sus pies aguardaron la distancia, observando la figura frente a ella desde lo alto, alargándose una sonrisa en sus aporcelanadas facciones con arrogancia.

—¿A qué debo el honor de tenerlos en mis tierras, Alfa y Luna Torres?


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Reina de los VampirosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora