14- Risas

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Arizona estaba competiendo con Nuevo México para ganar el título del estado favorito, con las vistas más impresionantes de las montañas color rojo. En un momento dado, el camino parecía estar tallado directamente a través de una grieta entre dos altas montañas. Subidas de mucha pendiente nos rodeaban por ambos lados, y las señales premonitorias nos advertían de las rocas resbalosas, como si no hubiera un lugar al que escapar. Miré por la ventana con asombro mientras conducía.

Había una cosa que tenía que hacer mientras estábamos en el suroeste.

—¿Te gusta la comida mexicana? —le pregunté.

—No hay muchos alimentos que no me gusten.

Debí haber adivinado. Estaba segura de que podría encontrar un lugar perfecto para comer cuando nos detuviéramos en un pueblo cerca de Flagstaff esa tarde. Evité los restaurantes de cadena ocupados hasta que encontré lo que estaba buscando: un cuchitril pintoresco como el que frecuentaba en la vuelta a casa de Mina.

—Interesante elección —dijo Kaidan.

—Confía en mí.

Mi boca se hizo agua con los aromas de chiles y maíz frito en el interior.

Una pared estaba pintada con un mural de una mujer bailando Latina, una falda colorida fluía a su alrededor. La música de mariachi estaba tañida por encima.

Una camarera nos llevó a una cabina privada con respaldos altos y un arco de ladrillo en el extremo. Un chico trajo unos nachos calientes y un tazón de salsa.

Cerré los ojos para una rápida bendición y los abrí para encontrar a Minji mirándome, un nacho cargado de salsa en la mano.

—¿Haces eso en cada comida?

—Si. —Tomé un nacho y lo sumergí—. Y todas las noches antes de dormir. 

Llevamos nuestros pedazos al mismo tiempo, y un segundo más tarde ambos alcanzamos nuestras aguas con hielo, los ojos desorbitaos.

—Picante —dije, casi chupando el vaso.

Minji se rió y se limpió la frente con la servilleta. Debería haber sabido que no habría cosas cobardes aquí. Un camarero se acercó y le dimos nuestros pedidos.

—No te vi rezar en la noche —dijo Kaidan después de que el hombre se fue.

—No es necesario ponerme de rodillas o decirlo en voz alta. Sólo lo digo en mi cabeza mientras me acuesto.

Ella estaba pensativa mientras comía los nachos. Nuestra comida llegó súper rápido. Las fajitas de Minji chisporroteaban y emitían un olor humeante de comino y cebolla dulce. No hablamos ni una palabra hasta que habíamos terminado, excepto cuando Minji dijo:

—¿Puedo? —Y ensartó la mitad de mi enchilada de carne mechada.

Cuando terminó, Minji tiró la servilleta sobre la mesa en señal de rendición.

—Me comprometo a confiar en tus decisiones a partir de ahora —dijo, estirando y dándole palmaditas a su estómago.

Le entregué las llaves.

Teníamos una gran vista de una cordillera de las montañas nevadas a lo lejos mientras pasábamos por Flagstaff. Había árboles de nuevo ahora, los pinos gigantes se extendían hacia arriba.

Mi estómago se hizo un nudo en la señal de California, y a cuenta atrás del kilometraje hasta Los Ángeles. Minji debió haber notado mi rodilla rebotando locamente, porque trató de distraerme de mis pensamientos.

—No me has preguntado nada en años —dijo.

—Vamos a ver. Bien. Demonología Básica 101. ¿Cómo puede un demonio entrar en un cuerpo?

Sweet Evil || Jiyoo ADAPTACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora