Ubicado dentro de la gran ciudad estaba el pequeño convento, pintoresco y escondido entre una frontera de árboles de hojas perenne, eclipsado por el gran orfanato al lado. No era la clase de lugar que atraería el interés de los turistas. También pasaría fácilmente desapercibido por la mayoría de los locales.
Minji pasó el auto a través de la puerta abierta. Más allá de los árboles y de un pequeño jardín había un edificio de ladrillo descolorido de dos pisos, invadida a los costados por vides.
Aparcamos en un área de grava y miramos hacia el edificio. Lo recordaba, sólo que sin tantas vides. Habíamos estado en silencio todo el camino. Desearía poder de alguna manera aligerar la tensión entre nosotras, pero tenía que seguir su curso.
Anoche las cosas habían cambiado. En una gran manera.
—Esperaré aquí —me dijo Mini.
Salí y caminé hasta la entrada en un camino de cemento agrietado. El aire de la tarde temprana aún estaba caliente, pero se hacía soportable por la dulzura de la madre selva en el aire. En la puerta, leí el pequeño cartel:
Convento de Nuestra Madre María.
Me detuve frente a la pesada aldaba de bronce y la dejé caer tres veces. Una monja joven respondió, llevaba puesto un vestido de mangas largas floreado que caía hasta debajo de sus rodillas, con medias blancas y sandalias. Su cabello estaba en un moño, y un crucifijo colgaba alrededor de su cuello.
La hermana puso una mano sobre su corazón. Una corriente fina de pesar azul marino atravesó la paz lavanda de su aura.
—Debes ser Yoohyeon. Muchas gracias por venir.
Me invitó al área del vestíbulo y me dio un abrazo cálido, el cual necesitaba, incluso de una extraña. Cuando se fue a recuperar la caja, miré alrededor, a las paredes de color crema del vestíbulo y me sentí cómoda. Podía recordar estar allí en los brazos de Mina mientras ella se despedía de la Hermana Ruth hace dieciséis años. Allí todavía estaba la fuente contra la pared, dejando salir una corriente de agua como una oleada de nostalgia.
La monja joven bajó los escalones de madera y me entregó una caja pequeña. Era de alrededor de treinta centímetros de longitud y estaba sellada con capas de cinta.
—Gracias por todo —le dije.
—De nada, querida. —Apretó sus manos en frente de ella―. Siento que no tuvieras oportunidad de conocer a la Hermana Ruth. Ella era el alma más preciosa que alguna vez he conocido.
—Yo también lo siento.
Se secó los ojos con un pañuelo, y sentí el gran pesar de la pérdida cuando nos abrazamos una última vez y me giré para irme.
La Hermana Ruth estaba muerta, y con ella se fue cualquier conocimiento que hubiera tenido. Minji no me miró cuando entré en el auto con la caja sobre mi regazo. Hizo un giro rápido y salió del aparcamiento, levantando la grava. Su humor no había mejorado.
Quería que dijera algo. Recorrí mis dedos a lo largo de los bordes con cinta de la caja, meditando una lista de temas sin sentido que pudieran llenar el espacio entre nosotras. La muerte de la Hermana Ruth sólo profundizó el vacío.
Cuando volvimos al hotel, entramos juntas a la habitación. Me subí en mi cama y me senté con la caja sobre mi regazo. Levanté la mirada hacia Minji, que estaba medio sentada, medio inclinada sobre la mesa al otro lado de mí con sus brazos cruzados y sus ojos idos en sus pensamientos.
—¿Puedo usar uno de tus cuchillos? —pregunté.
—Aquí, permíteme. —Se sentó al otro lado de mí y sacó un cuchillo, deslizándolo por las esquinas. Abrí la tapa de cartón. Dentro había una caja de madera tan vieja y suave que la madera parecía petrificada. La saqué y dejé la caja de cartón sobre el suelo. Un pequeño broche dorado mantenía cerrada la tapa. Abrí el broche y levanté la tapa. Al principio no podía procesar lo que estaba viendo. Estaba hecho de plata... no, quizás era oro... no... ¿Qué era? Centelleaba con una serie de colores metálicos desde bronce hasta platino, como si estuviera vivo.
—¿Es la empuñadora de una espada? —pregunté. Simplemente mirarla me asustó—. ¿De qué está hecha?
Minji estaba inclinándose y mirándola con incredulidad absorta.
—¿Puedo? —preguntó, haciendo señas hacia ésta.
—Adelante.
La levantó cautelosamente y la acunó en su mano, girándola de lado a lado. El metal brilló como nada que hubiera visto.
—No lo creo —susurró.
—¿Qué? ¿Qué es?
Su cara parecía registrar el objeto, y lo dejó de nuevo en la caja de madera, frotando sus manos y mirando hacia abajo con temor inspirado por el terror. Me estiré para sentirla, pero cuando mi dedo tocó el metal cálido, un rayo de energía atravesó mi dedo y subió por mi brazo. Grité y alejé mi mano. Minji se sentó derecha y me miró, con el cabello colgando en sus ojos redondeados.
—¿Qué es esto? —pregunté.
—Claramente no fue forjada en la tierra —balbuceó—. Creo... Pero es imposible. ¿Una espada de Justicia?
—¿Qué es eso?
—Eran usadas por los ángeles en la guerra de los cielos.
Ahora fue mi turno de mirarla boquiabierta con el mismo respeto temeroso.
—¿Pero por qué está dándomela? —Mi corazón se aceleró. —Sólo los ángeles de la luz podrían usarlas. Las leyendas doradas dicen que la hoja aparecerá sólo cuando se necesitara si el portador es puro de corazón. Yoohyeon... es la única arma que puede eliminar un espíritu demoniaco.
Nos miramos, compartiendo un secreto que podría condenarnos.
—¿Y por qué está dándomela? —pregunté otra vez, mi corazón palpitando tan rápido como podría.
No tengo idea de cuánto tiempo seguimos mirándonos, buscando por un significado, antes de que se pusiera de pie y se alejara de mí. Buscó el teléfono en su bolsillo y me habló mientras estaba poniéndose sus zapatos y dirigiéndose a la puerta.
—Necesito aclarar mi cabeza. Mina llamó mientras estuviste en el convento y le conté sobre la Hermana Ruth. Llámala con el teléfono de la habitación y pagaré el cargo. —La puerta se cerró detrás de él y me senté allí atónita.
La Hermana Ruth me dio un arma. ¡No sabía qué hacer con una espada! ¿Se esperaba que matara demonios? Si sólo hubiera venido a Los Ángeles mucho antes así podría haber hablado con ella.
Llamé a Mina con la intención de decirle todo sobre la visita a mi padre y lo que la hermana Ruth me dejó, y luego recordé lo cuidadosa que había sido la monja con la información. Ella me lo dijo sólo en persona. Así que le dije a Mina que todo había ido bien y que le daría todos los detalles cuando regresara a casa. El teléfono se sentía inseguro.
—Suenas cansada, cariño —dijo Mina cuando había terminado—. ¿Por qué no descansas un poco? Podemos hablar mañana, ¿de acuerdo?
Estaba desgastada cuando colgamos. Mientras me subía en la cama me pregunté qué estaba haciendo Minji y a quién podría estar llamando, no es que fuera de mi incumbencia. Pero estaba preocupada por ella. Pensé en intentar escucharla, pero si quería privacidad estaría a más de un kilómetro para este momento. Minji no volvió a la habitación hasta después de que estuve en la cama un rato, medio durmiendo.
Me sacudí y me moví toda la noche, incluso gritando y despertándome una vez con un sueño que no podía recordar. Minji yació quieta toda la noche en su propia cama. Nunca escuché su respiración profunda.
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Hola ;b
Mucho sin actualizar, pero me metí en wattpad por primera vez en mucho timpo y vi que alguien había comentado y eso me devolvió las ganas de seguir escribiendo agshsfjd.
Literalmente acabo de adaptar este capítulo para publicarlo enseguida, quiero votos y comentarios eh 🤨.
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Sweet Evil || Jiyoo ADAPTACIÓN
AcakYoohyeon solía ser una buena chica. Hija de un ángel guardián y de un... ángel caído. Ahora su vida depende literalmente de tentar a los demás al pecado pero su alma depende de resistir la tentación. Solo tiene a Minji. Y todo lo que quiere hacer es...