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Los rayos de sol se colaban por las cortinas de la habitación en la que dormitaba. Bostezando, se incorporó para buscar su bata de seda y salir al pasillo.  Con una gomilla que tenía en su muñeca se hizo un moño improvisado, del que se escaban algunos cabellos rizados rebeldes.

Caminó hacia la planta baja, donde entró a la cocina y se sirvió una taza de café, realmente las necesitaba para sobrevivir.

Su garganta le agradeció internamente cuando el caliente y amargo líquido pasó por esta disfrutando de su sabor.

Tras desayunar, cojió una revista del mundo muggle y se dispuso a leerla en la encimera que tenía la cocina de la casa Black. El profeta no contaba con periodistas tras el despido de Rita Skeeter, por lo que no solían publicar periódicos.

No había nada interesante que le llamara la atención, simplemente noticias de famosos muggles a los cuales desconocía por completo.

Miró el reloj que estaba colgado en la pared y se extrañó al ser las diez y media de la mañana y su hija no haya bajado. Su abuela solía dormir demasiado, por lo que no le preocupaba, pero su pequeño terremoto solía despertarse muy temprano incluso antes que ella.

Dejó la revista en la mesa y se acomodó bien la bata para subir cada uno de los peldaños de la escalera para subir hacia el segundo piso donde se encontraban las habitaciones.

Dió dos toques en la puerta de su hija, y al no recibir ninguna respuesta asustada decidió abrir la puerta y su corazón dio un vuelco cuando no vio el centellante cabello de su hijo en la almohada.

Su hija no estaba.

Entró rápidamente en la habitacion y en un acto reflejo comprobó que todo estuviera en su orden. No había señas de nada más, únicamente la pelirroja no estaba en su cama.

Pensó en una esperanza que su hija podría estar en la habitación de su abuela, y salió corriendo sin poder respirar a la habitación de esta.

—¡Abuela!—abrió la puerta de golpe a lo cuál la mujer la miró extrañada, se estaba arreglando el cabello cuando su nieta irrumpió en su habitación.— Hiraeth, ¿esta contigo?—

—No, no sali de la habitación esta mañana y no vino—negó preocupada viendo la expresión de terror en el rostro de su nieta—Petite brune, ¿qué pasa?.—

Parecía que los pulmones de Elizabeth habían dejado de funcionar y su sistema respiratorio pasó a extinguirse. No podía conjurar palabras. Su hija no estaba.

Sus ojos estaban empañados de lágrimas de terror. Sin darle respuesta a su abuela salió al pasillo corriendo.

—¡Hiraeth!—

Gritaba con una voz rota.

Recorrió cada una de las habitaciones de la amplia casa, con una mínima esperanza de que su hija se encontrara en alguna de ellas. A cada habitación que abría y no la veía sentia como su corazón latía con más fuerza y su temor se ensanchecia.

𝖤𝖥𝖨𝖬𝖤𝖱𝖮-𝖥𝗋𝖾𝖽 𝖶𝖾𝖺𝗌𝗅𝖾𝗒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora