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LOS ÁRBOLES SE INCLINABAN CON EL VIETO, las ráfagas hacían crujir las ramas, mientras el joven corría por el bosque. Intentaba desesperadamente no hacer ruido, pero de vez en cuando se le escapaba una risita aguda entre sus labios sonrientes
La joven iba detrás de él, y sonrió con alegría cuando él volvió a soltar una risita. Podría haberle alcanzado hace diez minutos, pero había decidido prolongar la espera para escuchar divertida cómo hacía un ruido considerable, a pesar de sus intentos de no hacer ruido.
Sus puntiagudas orejas se agudizaron al escuchar fuertes choques y chasquidos procedentes de delante del joven. El joven, sin embargo, no se percató de estos ruidos y continuó su camino sin darse cuenta, peligrosamente. La joven aceleró el paso, reduciendo la distancia entre ella y el chico.
Agarró al chico, haciéndole chillar de sorpresa y placer, pensando que el juego seguía en marcha. La joven frunció el ceño, preocupada, al oír los chasquidos y crujidos que se acercaban, y el oscuro discurso que confirmaba sus peores temores. Empujó frenéticamente al niño hacia arriba, levantándolo hacia las ramas del dosel del bosque.
—Estel. Sube más alto, escóndete. No bajes hasta que yo te lo diga, —dijo la mujer, con un tono que no dejaba lugar a discusiones por parte del niño.
La fémina se giró, arrastrando su arco de ébano de los hombros y colocando una flecha con un movimiento singular y fluido, levantándola justo a tiempo para enviarla al grotesco cráneo de un orco que emergía de los arbustos. Al caer su compañero, más de las horrendas criaturas salieron corriendo de su escondite al encuentro de la mujer. Ella hizo una mueca, antes de clavar dos flechas a la vez, y enviar a un par de orcos al suelo, con los proyectiles enterrados en sus pechos. Más orcos cayeron, mientras sus flechas con plumas de cuervo se elevaban para enfrentarse a las bestias.
La joven había reducido la mitad de la manada de monstruos antes de verse obligada a desenfundar su espada para parar un golpe. Se libró de la segunda estocada y le cortó la cabeza al orco. Apuñaló a uno en el pecho y giró su cadáver para encontrarse con otra bestia, escondiéndose detrás de ella como escudo. Sacó rápidamente su espada del orco muerto, antes de clavarla en el vivo, enviándolo al suelo.
Dio un hachazo mientras las bestias se acercaban a ella, antes de que la espada se le retorciera de las manos y cayera al suelo.
La guerrera se agachó ante el golpe de una espada, antes de sacar una daga de su bota y clavarla en el cráneo del orco a través de su barbilla. La retiró rápidamente, antes de lanzarla contra el pecho de otra criatura.
Cuando uno de los tres últimos cargó contra ella, se inclinó para desenvainar su espada, pero fue demasiado lenta. El orco le cortó el hombro y la sangre de la mujer brotó de él. Levantó la espada para matarlo, antes de que su mundo se inclinara y cayera al suelo, con la espada patinando fuera de su alcance sobre la hierba empapada de sangre.
—¡Alenia! —gritó el niño, saltando desde las ramas superiores a los hombros del penúltimo orco, mientras la última bestia se dirigía hacia la mujer en el suelo.
Su mundo giró mientras se incorporaba rápidamente, sacando otra daga de su otra bota y lanzándola contra la bestia que Estel estaba distrayendo, matándola antes de que pudiera dañar al niño.
Ya sin armas, Alenia se abalanzó sobre su espada con un grito de dolor, agarrando su empuñadura y levantándola, cortando la garganta del orco mientras éste le apuñalaba el estómago con su propia espada. Jadeó de dolor.
—¡Alenia! —gritó Estel, corriendo a su lado.
—Ve a b-buscar a Lord Elrond —Tartamudeó, desabrochando la capa del muchacho, ya que la suya estaba atrapada bajo su cuerpo, y envolviendo con ella la espada, tratando de detener el chorro de sangre que salía alrededor de la hoja.
El chico se adentró en el bosque, volviendo por donde habían venido. La cabeza de Alenia cayó al suelo y sus ojos se cerraron.
── cuando las letras estén en cursiva estarán hablando en lenguaje élfico
