Un colegio prestigioso donde el poder es el principal requisito para formar parte de su comunidad, enfrenta dificultades manteniendo su reputación a causa de un problemático adolescente. ¿Qué pasa si uno de sus estudiantes tiene como fin traspasar l...
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— Sí, en la escuela a las cuatro antes del mediodía, edificio B. Ahí te entregaré el cuerpo.
— ¿Qué te hizo cambiar de opinión? Parecías muy convencido e insistente de tu respuesta.
— ¿Qué puedes esperar de un adolescente de diecisiete años? Culpa a mis hormonas, me dejé llevar por mis emociones. Sin embargo, quiero aclarar que mi paga debe seguir a pie, aún quiero esa pelea contigo.
— Eso lo sé, la batalla y el dinero no son problema para mí. Y para ser sinceros, me resultaría sospechoso si me dijeras que no quieres paga, conociéndote sé que eso no sería de ti.
— No sé si ofenderme...
— Cuento contigo, espero no me decepciones, no te conviene en lo absoluto.
— ¿Alguna vez le he fallado? Puede quedarse tranquilo, jefe.
Y sin recibir alguna respuesta del otro lado de la línea, colgó. Una gota de sudor caía de su frente, costándole pasar saliva por el nudo en su garganta, producto de sus nervios. Hisoka era experto en el arte de mentir, lo que llevaba de vida lo había sobrevivido gracias a su buena astucia en esconder la verdad, y aún así le resultó dificultoso mentirle al famoso Silva Zoldyck. No por ser quién es, de hecho, no iba a negar que en sus trabajos pasados con él le había mentido incontables veces sin ser descubierto una sola vez, sino que el contexto actual era lo suficientemente distinto como para revolver su estómago.
— ¡Waaa! ¡Mira, Killua! —llamó Gon, acariciando al gato color moka, emocionado—. Es tan lindo.
Un miércoles en la tarde a la hora del descanso, el principal quinteto se encontraba acompañado ahora por el hermano menor de Illumi y su inseparable amigo, ocupando nuevamente una de las azoteas de los altos edificios.
— ¿Cómo es que te dejaron entrar con un animal? —preguntó el menor de los Zoldyck, tocando con cuidado de no ser atacado por el felino el suave pelaje.
— Porque me aman.
— A ti no, de seguro al que aman es al gato —interfirió Machi.
— No te voy a contradecir —se agachó para estar cercano al minino de ojos azules—. ¿Verdad que eres lindo? Claro que lo eres —decía con voz cariñosa, dándole mimos, quien recibía las caricias gustoso comenzando a ronronear.
