Falsas apariencias II: Confianza Ciega

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Simon

Llamarme idiota, decirme que me encanta que me hagan daño una y otra vez, recordarme que yo soy el que siempre acaba perdiendo, o mejor no, quizás no me hace falta escucharlo de otras bocas porque mi cabeza se encarga de repetírmelo una y otra vez.

He perdido la cuenta de las horas que llevo tumbado en la cama, así como de las lágrimas que he derramado por él. Ha sido un curso duro y maravilloso a la vez, lleno de subidas y bajadas, de sonrisas y de tristeza y, sin embargo, soy incapaz de odiarlo, incluso pensando que no voy a ser capaz de levantarme nunca más, no lo odio, lo amo con todo mi ser.

-Eso es el amor hijo -dijo mi madre cuando llegué a casa y me encerré en mi cuarto. Averiguó lo que me pasaba con tan solo mirarme. Ella ya anticipó que esto iba a suceder y, a pesar de que siempre nos ha protegido demasiado a Sara y a mí, esta vez ha dejado que yo solo me dé la gran bofetada.

-Déjame mamá -le grité injustamente. No necesitaba que nadie me dijera lo que ya sabía, tampoco necesitaba su compañía, ni su comida casera, porque mi pecho dolía más por el simple hecho de estar cerca de alguien, simplemente quería morirme.

Puede que en este momento ya esté delirando de tanto mirar la oscuridad que invade mi cuarto, que mi cabeza me haga creer algo que no es, pero cuando recuerdo a Wilhelm decirme aquello, en sus ojos hay dolor, sufrimiento e incluso redención. Como si al mismo tiempo que me decía aquello o incluso antes que esas palabras salieran de su boca, me estuviera pidiendo perdón.

No dejo de preguntarme porque lo hizo delante de todos nuestros compañeros, él siempre ha sido reservado con todo lo que le rodea, celoso de su intimidad, con todo el mundo, menos conmigo. Otra punzada me atraviesa el estómago, llevo desde ayer sin comer y aun así parece que me haya pasado la noche engullendo.

He recibido llamadas de Ayub y Rosh, de mi hermana, de algún compañero de clase, y las he ignorado todas.

Escucho voces en el pasillo, son Sara y mamá. Discuten por algo. Mi hermana habla con esa voz imperiosa y autoritaria y me imagino a mi madre cediendo cuando escucho unos golpes en la puerta.

-Ahora no -digo en vano.

La puerta se abre y el filo de luz que se cuela me daña los ojos.

-Dios Simon, estás horrible -murmura preocupada.

-Déjame por favor Sara.

-No escucha -se sienta en los pies de la cama-. Tienes que mirar tu móvil, Simon -insiste al ver que no contesto-. Míralo, es importante.

-No quiero saber nada de nadie.

-Estoy segura que lo que te ha llegado puede que te salve la vida en este momento.

Resoplo y obedezco. Pienso que cuanto antes haga lo que me pide, antes volveré a quedarme solo.

Desbloqueo la pantalla y le muestro los más de cien mensajes que tengo pendientes de leer.

-¿Cuál debo mirar según tú?

Me quita el aparato de las manos, ni me inmuto me vuelvo a estirar hasta que se coloca a mi lado y quedamos aplastados él uno junto al otro tratando de caber en el colchón de ochenta.

Regreso a Hillerska [Jóvenes Altezas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora