Falsas apariencias 1: el príncipe siempre elige a la corona

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Wilhelm

Ya estoy de nuevo en casa, como sucedió con las vacaciones de navidad siento la ausencia de Erik en cada rincón.

Debo preparar el equipaje para dos semanas, no hemos cambiado las costumbres y como cada año, pasamos parte del verano en la casa del lago. El año pasado Erik trajo a unos amigos de la universidad, yo este ni me lo planteo teniendo en cuenta que ya no sé ni las amistades que tengo.

-Wilhelm salimos en tres horas -me avisa mamá sin llegar a entrar en mi habitación.

No llevo aquí ni un día, pero todo el equipo que nos asesora concuerdan en que es lo mejor que podemos hacer debido a la situación. Y os preguntaréis de que situación se trata, ¿verdad? Pues bien, para eso os contaré lo que sucedió.

Todo empezó a torcerse la tarde que jugamos al golf. Sentir el driver en las palmas de las manos me reconfortó, como cuando hueles de nuevo el pastel que siempre comías de niño o como cuando paseas por las calles que te han visto crecer. Esa nostalgia dulce que te produce felicidad, no tristeza. Simon me miraba de lejos, él se había negado a jugar, le había insistido de todas las maneras posibles, incluso habíamos tenido un pequeño forcejeo en el que me dejé vencer porque después de tenerlo pegado a mi cuerpo lo siguiente que tenía en mente lo podría haber arruinado todo, lo que no sabía en ese momento es que ese todo ya se estaba desmoronando poco a poco.

-Wilhelm -dice esta vez mi padre apareciendo frente a mí-. ¿Qué haces ahí sentado?

Guardo la nota que tengo en la mano dentro del bolsillo del pantalón y me levanto de la cama para coger la maleta.

-Os estaba esperando, ya estoy listo.

Alza las cejas sorprendido, normalmente tenían que insistir varias veces para que obedeciéramos.

-Muy bien, pues en marcha.

Nos esperan cuatro horas de trayecto. Me acomodo en la parte trasera del coche y me coloco los cascos, la música está algo fuerte y mi madre no puede evitar torcer el gesto.

Me evado de la conversación que tienen y me centro en el paisaje que desaparece fugaz tras la ventana. Pego la frente en el frío cristal y vuelvo a dos semanas atrás.

Aquella tarde en el golf parecía que todo iba genial. Elisa se estaba comportando, su carácter cambió notablemente a mejor cuando August y unos amigos se apuntaron al juego, iban un hoyo detrás nuestro y ella se encargó todo el tiempo de recordárselo. Adrien... bueno era Adrien. En varias ocasiones hasta entonces me había esforzado en recordar como había sido hasta entonces. Siempre algo serio y apartado del resto, pero seguro que no tan taciturno como lo estaba siendo en Hillerska. Él y Mabek habían sido mis compañeros de juegos en el otro instituto y si bien es cierto que no habíamos tenido una amistad muy profunda, siempre nos habíamos llevado bien. Yo siempre pensé que Adrien se sintió solo cuando yo me marché y Mabek empezó a salir con una chica.

Fuimos a cenar, era nuestro día libre, y decidimos comer algo en el mismo golf. Ahora me doy cuenta de que nuestra actitud no fue lo más cívica posible teniendo en cuenta como debo comportarme yo. Nos reímos por todo, Simon me metió diez patatas de golpe en la boca y no pude evitar chuparle los dedos. Sus ojos se tornaron turbios al humedecerlos. Gané un oso enorme en una de esas máquinas que tienen una pinza en el centro y no dudé en regalárselo a Simon, primero para molestarlo porque le parecía ridículo, después porque no quería que lo tuviera nadie más.

Sonrío y me pinzo los ojos con el índice y el pulgar.

Noto como alguien me sacude la rodilla, es mi padre. -¿Todo bien hijo?

Regreso a Hillerska [Jóvenes Altezas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora