Capítulo 3

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Sam.

El día de la despedida.
Ahí estaba, todas las cosas que puede llevar mi maleta y con este sabor agridulce en mi boca.

  Mientras cierro la puerta del auto veo a Beth que se dirige corriendo hacia nosotros, bajo para despedirme justo en el momento en que su cuerpo se estrella contra el mío atrapándome en un abrazo que me hace tambalear. Su agarre es fuerte y desesperado, tanto que siento como mi corazón se parte con él.  Lágrimas pican en mis ojos, pero me obligo a retenerlas.

- ¿Creíste de verdad que no vendría a despedirme? No me digas que pensabas que te iba a dejar marchar sin verte una vez más. Es solo que...se me había hecho tarde. – Puntualiza en el momento que nos separamos, y veo que sostiene algo hacia mí: una pulsera tejida con nuestros colores favoritos: azul y morado, tiene nuestras iniciales en ella. Mi mirada se dirige hacia su muñeca y observo que ella ya tiene la suya puesta. Debo aclarar que nunca creí que una despedida doliera tanto, ni en un millón de años pensé que esto sería de este modo, en el que cada palabra me produce dolor, angustia, rabia; no, claro que nunca lo hubiera imaginado.

>>Es para que la lleves siempre contigo, y cada vez que la veas te acuerdes de mí; tú sabes que eres mi hermana de otra madre y con esta pulsera queda demostrado. Yo... creo que... pensamos igual en eso, ¿no?  – dos gruesas lágrimas corren por sus mejillas, y sus hermosos ojos han perdido su inigualable color. – verás que esto no es el final de nuestra amistad, es solo una prueba más. La superaremos y después seremos invencibles.

Gracias Beth ahora parezco una magdalena llorando...

- No digas esas cosas que mira en lo que me convierto. - le recrimino sonriendo con tristeza, señalándome. Dios, que patética.

- Pues si vamos a las apariencias nunca creí verme peor, siento que un camión me atropelló y luego un perro me vomitó encima. – noto algo de sarcasmo en su voz, pero conscientemente la miro y noto que no se equivoca; tiene unas horribles ojeras, los ojos hinchados y rojos, su cabello está en un moño desaliñado, está vestida de manera deportiva y parece más vieja de lo que es. – Supongo que es el precio de alejarte de la persona con las que has convivido tus últimos 15 años. – añade encogiéndose de hombros, tratando de quitarle hierro al asunto. – Lo importante es que ten presente que iré a visitarte, además hablaremos todo el tiempo. Tienes que contarme absolutamente todo, no creas que te desaceráis de mi tan fácil -dice tratando de esbozar una sonrisa.

  Mi cerebro se encuentra buscando una manera de responderle con algo ingenioso para levantar el ánimo, pero justo en ese momento llegan mis padres: - Siempre serás bienvenida en nuestra casa Beth, para nosotros eres como nuestra hija. - Dice mi madre en un tono cariñoso.  – Espero que nos visites pronto, sé que te gustara allá.

Y diciendo eso, le da un abrazo maternal a Beth. Cuando acaba su mirada se posa en mí.

- Súbete en el coche Sam que llegaremos tarde. – dice mirándome fijamente.

Que ganas de hacer lo contrario con esa mirada.

-Ya voy mamá. – le respondo deseando que este horrible y doloroso día llegue a su fin.

    Dándole un último abrazo a Beth, me subo en el coche en el momento que mis padres también lo hacen. Pero en el instante maldigo para mis adentros y me bajo corriendo en dirección a Beth.

-Nunca he sido buenas con las palabras y las despedidas no las llevo bien, pero quiero que tengas en cuenta que nadie, repito NADIE jamás ocupará tu lugar, no importa en donde este, ya sea en Madrid o en la China tú eres y siempre serás mi única mejor amiga, la que siempre ha estado, está y siempre estará para mí.  Yo... no... -ni siquiera puedo terminar la frase incoherente que trato de completar cuando los brazos de Beth me rodean y siento como el alma se me cae a los pies.

Amor sin medidas (+18) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora